DOÑA APOLONIA MATOS DOTEL, VDA. DE LEÓN, NOS DICE ADIÓS

Por: Ing. Carlos Manuel Diloné

Mi adorada tía Apolonia —nuestra entrañable Apó— ha partido en silencio, como sólo lo hacen las almas nobles. Maestra de vocación y de corazón, dedicó su vida a formar generaciones enteras de jóvenes en Vicente Noble, Canoa y otras comunidades vecinas. Con paciencia infinita y una fe inquebrantable, sembró en cada uno de ellos no solo conocimiento, sino también valores que perduran.

Era la menor de los cuatro hijos del matrimonio entre Cirino Matos y Estebanía Dotel, pero fue el pilar invisible que sostuvo nuestra familia: cálida, alegre, siempre dispuesta a servir, con una sonrisa a flor de piel y el corazón lleno de Dios. En mi vida, tuvo un doble rol: además de tía fue mi madrina, y por eso, cada vez que la saludaba, le besaba las manos dos veces. Me encaminó en mis primeros pasos y me introdujo en el campo de los libros. Como enseñaba el curso de primero en la mañana y el de segundo en la tarde, me inscribí en el primero, pero también asistía al segundo, solo por el privilegio de estar cerca de ella.

Su memoria se agolpa ahora con fuerza. Apenas hace unos días conversábamos: su oído cansado forzaba mi voz a elevarse, pero su atención nunca flaqueaba. Preguntó por su hermana, mi madre, con la ternura de siempre. Hablamos de cosas simples, y nos despedimos sin saber que sería la última vez.

Hoy el alma se me rompe en mil fragmentos, y escribir este homenaje mientras el luto cubre el corazón y las lágrimas empañan la mirada es una tarea dolorosa. Pero rendirle tributo a quien tanto amor nos dio es también una forma de consuelo, de dejar que las lágrimas lleven consigo parte de este duelo imposible.

Sabemos que la vida siempre nos conduce al único puerto seguro que es la muerte. Y aunque la fe nos consuela, el amor que sentimos hace que queramos detener el tiempo, postergar lo inevitable, retener a quien amamos un poco más. Por eso hoy lloramos con amargura tu partida, querida tía, madre espiritual de tantas almas.

Este vacío que nos queda no es más que testimonio de tu luz. La tristeza que empaña nuestros rostros y el silencio que nos rodea son prueba de cuánto amor sembraste en tu paso por esta tierra. Porque nacemos, sí, pero desde el primer aliento comenzamos a andar el camino que nos lleva de regreso al misterio. Y cuando llega ese momento, sólo nos queda abrazar el dolor, confiar en la fe y elevar la mirada al cielo.

Hoy, mientras caminas al encuentro del Creador, pido a Dios que tu lámpara esté encendida y rebosante de aceite para la eternidad. Que ese tránsito hacia el Reino sea sereno, que el cielo te reciba con la misma dulzura con la que tú recibías a todos en esta vida.

Porque en la tumba cesan los sueños, se disipan los anhelos, se enfrían los afectos y se quiebran las ilusiones. Pero quien se despide con serenidad, quien ha amado y servido como tú lo hiciste, no muere: renace en la memoria y en el corazón de quienes seguimos aquí.

¡Oh, divina fe! Tú que alivias el dolor y conviertes la despedida en esperanza, tú que nos haces mirar la muerte como un paso hacia la luz, bendita seas. Gracias a ti, podemos seguir adelante, aunque se nos desgarre el alma.

Descansa en paz, querida Apó. Tu legado será eterno en quienes tuvimos el privilegio de amarte.

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