
Por: Ing. Carlos Manuel Diloné y Manuel María Diloné
La vida me ha dado muchos regalos, pero pocos tan hondos y reveladores como esta fotografía que me envió mi hermano José Rodríguez. La tituló con una frase sencilla y certera: “Recuerdo inolvidable, manifestación del verdadero amor paterno”. Y fue exactamente eso: una ráfaga de eternidad, una escena suspendida en el tiempo donde, sin saberlo, se tejía una despedida y, al mismo tiempo, una permanencia.
Al verla, quedé colgado del tiempo. Viajé con la velocidad con que viajan los recuerdos, raudo hacia la memoria viva de mi padre. Allí me aguardaba, como siempre lo hizo, con su abrazo amplio y su mirada sin reproche. Me preguntó por mi ausencia, pero no tuve palabras para explicarla. Olvidó mi desliz —como solo un padre sabe hacerlo— y me preguntó por todos los suyos, como si su mayor preocupación siguiera siendo el bienestar de la familia.
Papá fue, es y será siempre mi líder. Su vida, que abarcó apenas 112 años, sigue resonando en la mía con fuerza intacta. Fue mi guía en los momentos oscuros, mi escudo frente a las embestidas del mundo, mi fortaleza cuando sentí flaquear. Aún lo es. En medio de esta sociedad tantas veces indolente y ajena al dolor humano, él sigue siendo mi refugio. Con él converso, incluso en su silencio. Me escucha sin palabras y me responde con formas que solo el alma comprende.
Es en ese estado —el del silencio compartido, el del recuerdo que no se va— donde papá sigue aconsejándome. Me habla cuando me detengo a pensar, me acompaña cuando dudo, me empuja cuando flaqueo. Todo proyecto, toda decisión, todo sueño es primero compartido con él, porque sé que su presencia no depende del cuerpo, sino del vínculo indestructible que forjó con su amor.
Después de esta imagen, de este inmenso regalo, solo me queda dar gracias. Gracias a mi dilecto hermano José, por hacerme cruzar de nuevo la puerta hacia papá. Y gracias a ti, viejo mío, por seguir siendo mi casa, incluso cuando la vida insiste en recordarme tu ausencia.
Tu abrazo es eterno. Tu amor, una herencia que no se agota.
Te honra y te recuerda con lágrimas firmes,
tu hijo.

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AGRADECIMIENTO A MANUEL GONZÁLEZ