
Por: Ing. Carlos Manuel Diloné.
Hoy es el cumpleaños de un hombre que no ha pasado por la vida como quien simplemente transita, sino como quien deja huellas firmes, visibles, imborrables. Abel Aquino no solo ha edificado estructuras que embellecen el horizonte de nuestras ciudades, sino que ha dedicado su existencia a levantar otros tipos de construcciones: aquellas que no se erosionan con el tiempo, ni se agrietan con el descuido.
Porque Abel —más allá del ingeniero, del maestro de obras, del arquitecto de concreto y acero— es un verdadero constructor del alma. Su labor más admirable no está solo en los planos que ha trazado sobre papel, ni en los muros que ha erigido con manos de seda y mente precisa. Está, sobre todo, en las amistades que ha cimentado, en los lazos de amor que ha levantado como columnas, en los cimientos de ternura que ha instalado pacientemente en su familia, y en las esperanzas que ha sembrado con cada acto de fe, de bondad, de entrega silenciosa.
Abel es un hombre que cree en un mundo mejor, no como un ingenuo soñador, sino como un obrero de la esperanza: uno que se entrega cada día con convicción silenciosa para hacerlo realidad. En medio de una sociedad amenazada por la disgregación y el egoísmo, él se erige como un punto de unión, como una estructura humana sólida que resiste los embates del tiempo, de la injusticia y del olvido.
Quienes tenemos el privilegio de conocerlo, sabemos que su hablar es pausado, su mirada franca, su paso firme. Nunca promete más de lo que puede cumplir, pero siempre entrega más de lo que promete. Su honestidad no se negocia, ni siquiera en los momentos más apremiantes. Su lealtad es un puente que no se rompe. Su compañía, un refugio.
Seguidor de las enseñanzas de Jesús, su fe no vive en el discurso, sino en la acción: los que perdonan, los que abrazan, los que acompañan, los que sirven. En cada ladrillo que coloca, en cada amistad que cultiva, en cada consejo que brinda, hay una huella viva de su creencia en el bien.
Por eso, hoy, en su onomástico, no pedimos simples parabienes: pedimos un manojo de bendiciones que se desate sobre él como lluvia fértil. Que la vida le retribuya con salud, paz y amor todo lo que ha sembrado. Que el tiempo le siga concediendo lucidez para seguir construyendo —con alma de artesano y corazón de hermano— ese mundo más humano, más justo, más noble que todos soñamos.
Feliz cumpleaños, querido Abel. Hoy celebramos tu vida, pero también tu ejemplo. Hoy brindamos por ti, y por todas las edificaciones invisibles que has levantado y que nos sostienen, nos abrazan y nos inspiran.