Por: Ing. Carlos Manuel Diloné
Lentamente avanzaban las horas, las manecillas del reloj jugueteaban unas con otras, empujando a su paso el cenit, entonces comenzaba a descender el día de su viaje de ida, el crepúsculo parecía despertar en el horizonte y en mi interior una luz se ahogaba en una muesca de tristeza.
La desolación inundó cada intersticio de mi existir, mis ojos se empotraron en las manecillas del reloj, que indiferentes siguieron girando en la rueda de la vida; desde entonces los minutos se han vueltos eternos, las horas insoportables y los días invivibles, he querido empujar la velocidad del tiempo, pero éste se desplaza tan lento, que lo siento detenido.
Angustias pueblan mi corazón, siento tormentas oscuras, remolinos de miedos apiñados en mi interior, a lo lejos una ventanita parece mostrar un ligero rayo de luz, indicando que al final llegaremos a la última etapa, mientras eso sucede te busco entre mis sueños, en mis mañanas de insomnio, en mis días de hastío, te busco en mis pupilas, en las sombras que pueblan tu ausencia, y sólo encuentro tu perfume esparcido en mi recuerdo.
El garabato del tiempo se desdobló, y tu ausencia sonó como un badajo coqueteando la circunferencia de tu carrillón. No sé cuándo una invocación me traerá de nuevo a la realidad de la vida, porque no soy mío, sino tuyo.
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