Por: Ing. Carlos Manuel Diloné
05 de junio del año 2025.
El periodo de la ocupación militar norteamericana, entre 1916 y 1924, constituyó uno de los capítulos más complejos y controversiales de la historia dominicana. Fue un tiempo en que la presencia de tropas extranjeras, la imposición de nuevas estructuras administrativas y la entrada de capitales foráneos provocaron sentimientos encontrados y un profundo debate sobre la identidad nacional. Bajo la sombra de la ocupación, surgieron proyectos de modernización que, si bien trajeron avances técnicos y económicos, despertaron la desconfianza de amplios sectores que veían en ellos una amenaza a la soberanía y a los intereses nacionales.
La Barahona Company, dedicada a la producción de caña de azúcar, se convirtió en uno de los símbolos de esta ambivalencia. Su instalación en la región suroeste fue vista por algunos como un motor para dinamizar la economía y mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, mientras que otros la consideraban una manifestación palpable de la dependencia y de la entrega de los recursos nacionales a intereses extranjeros. En este clima de tensiones y controversias, Francisco José Peynado, jurista y político de dilatada trayectoria, se vio en el centro de un torbellino de acusaciones y ataques que buscaban empañar su imagen y su compromiso patriótico.
Los adversarios de Peynado difundieron la idea de que él había vendido las aguas del río Yaque del Sur a la Barahona Company, comprometiendo así la soberanía y traicionando a los campesinos dominicanos. Sin embargo, las propias cartas y escritos de Peynado, recopilados en los Papeles y Escritos publicados por Juan Daniel Balcácer, desmienten de manera categórica esas acusaciones. Peynado expone con claridad que, antes de ser aprovechadas por la Barahona Company, las aguas del río Yaque del Sur se desperdiciaban sin aportar ningún beneficio a la nación. A este respecto, escribió: “Las aguas del Yaque, como otras tantas, antes de ser utilizadas, se perdían inútilmente en el mar”.
Este argumento revela que, lejos de haber vendido un recurso vital, la autorización para el uso de esas aguas estaba amparada en la Ley de Aguas de 1909, promulgada por el Congreso Nacional y refrendada por autoridades legítimas de la República Dominicana. En esta ley se estipulaba que las aguas de los ríos podían ser utilizadas tanto por ciudadanos dominicanos como por compañías extranjeras, siempre que lo solicitaran al Poder Ejecutivo. Así, la Barahona Company actuaba dentro de un marco jurídico que no representaba ninguna cesión de soberanía, sino la aplicación de las normas vigentes.
De hecho, amparada en la Ley de Franquicias Agrarias, el 27 de enero de 1919 la Barahona Company, Inc. solicitó permiso para tomar agua del río Yaque del Sur en una cantidad de hasta 21 metros cúbicos por segundo. Esta solicitud fue respondida oficialmente el 31 de julio de 1919, mediante la Orden Ejecutiva No. 318, que le otorgó a The Barahona Company, Inc. una concesión con el derecho de tomar agua a razón de un litro por segundo por cada hectárea de tierra, hasta el montante total de no más de veintiún metros cúbicos por segundo del río Yaque del Sur, para irrigar sus tierras. Estos datos demuestran que todo se realizó dentro de los cauces legales, sin traicionar en ningún momento la soberanía nacional.
Peynado va aún más allá en su defensa. Ante las preocupaciones legítimas de campesinos y ciudadanos sobre posibles despojos de tierras, reafirma que ninguna Orden Ejecutiva o acto administrativo podría usurpar derechos de propiedad. “No hay ni podría haber Orden Ejecutiva alguna que quite o pudiera quitar su terreno a algún propietario para regalárselo a la Barahona Company”, señala con firmeza. Además, ofrece su ayuda como abogado para asistir gratuitamente a cualquier persona despojada injustamente, recordando que existen tribunales dominicanos donde todo reclamo puede y debe ser ventilado.
Estos argumentos no eran simplemente defensas personales, sino también una reivindicación de la fuerza de la ley dominicana y de la justicia como pilares de la soberanía nacional. Peynado insiste en que la independencia de la República no puede estar subordinada a intereses particulares, ni a la presión de compañías extranjeras ni a la propaganda política de quienes buscaban su descrédito. “Los deberes para con la patria nos ordenan sacrificarle vida y hacienda, como Duarte, como Sánchez, como tantos héroes y mártires que llenan de resplandores nuestra historia”, escribe con pasión.
El contexto en que Peynado formula estas aclaraciones es crucial. Durante la ocupación militar, la desconfianza hacia los extranjeros era un sentimiento generalizado, alimentado por la imposición de autoridades militares y la percepción de que se estaban entregando los recursos del país a manos foráneas. Los opositores de Peynado supieron explotar ese ambiente, sembrando la duda y el recelo entre las capas más humildes de la sociedad. Sin embargo, Peynado, en sus misivas y artículos, no se limita a defender su nombre: también denuncia el uso de la propaganda y la manipulación para enfrentar a los dominicanos entre sí.
Este episodio, además de exponer la tensión entre la modernización económica y la defensa de la soberanía, ilustra cómo la historia dominicana ha estado siempre marcada por la necesidad de equilibrar la apertura al progreso con la protección de los intereses nacionales. Peynado entendía que la clave para ese equilibrio residía en el respeto a la ley y en la justicia como árbitros supremos de los conflictos de la sociedad. Por ello, su defensa de la Barahona Company no fue una defensa a ciegas, sino una afirmación de que todo acto debía enmarcarse en la legalidad y que cualquier abuso debía ser combatido con las herramientas de la República y no con acusaciones infundadas.
A la distancia de un poco más de un siglo, las palabras y los argumentos de Francisco José Peynado siguen resonando con fuerza. Su defensa frente a las acusaciones infundadas y su insistencia en la supremacía de la ley como garantía de la soberanía nacional constituyen una lección de civismo que no pierde vigencia. Peynado comprendía que la defensa de los recursos naturales y de la dignidad nacional no consiste en rechazar toda inversión extranjera, sino en asegurar que se realice bajo el amparo de la justicia y en beneficio de la colectividad. Su caso demuestra que la verdadera independencia de un pueblo no se logra con gestos altisonantes, sino con el ejercicio constante de la razón, la vigilancia de las leyes y la firme voluntad de no ceder en lo que es esencial. Así, la historia de Francisco José Peynado y su enfrentamiento con la propaganda política de su tiempo sigue ofreciendo un ejemplo de cómo conjugar la defensa de los intereses nacionales con la apertura al progreso, sin renunciar nunca a los principios que dan sustento a la patria.
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