Por: Carlos Manuel Diloné
Vivir es un acto simple, las complejidades surgen cuando el núcleo social nos impone una retahíla de parámetros que debemos cumplir, que aunque no necesariamente estemos de acuerdos con los mismos, finalmente terminamos sucumbiendo a la imposición social. Y es que al parecer, nadie escapa al medio.
Cuando queremos vivir de otro modo, nos estigmatizan y a veces nos llaman anarquista. Sin embargo, hay que romper con los viejos modelos, que en definitiva no conducen a nada y, en cambio, forman parte del nivel de atraso de nuestras comunidades.
Muchísimos hermanos viven ahorcado financieramente hablando, tratando de mantener un estándar de vida que no es acorde a sus ingresos. El trasfondo es la inseguridad que da paso a una vida basada en las apariencias. El fenómeno no sólo se remite a las pertenencias materiales, sino que también se hace visible en las relaciones humanas que se establecen con el entorno, donde el verdadero ser es ocultado por una personalidad maquillada.
Una de las razones fundamentales para comprender esta manera de proceder, radica en la necesidad que tienen los humanos de “ser aceptado, amado y sentir que uno es importante para los demás”.
En tiempos de crisis la realidad nos delata a sí mismo. Son momentos en los que los antifaces se caen y muestran desnudos nuestros rostros. “Es mejor ser odiados por lo que somos, a ser amado por lo que no somos”. Sin embargo, es fundamental comprender que ser amado, aceptado o querido es una necesidad básica en el ser humano.
Dos de los hombres más grandes que ha dado la humanidad, me refiero a Jesucristo y a Sócrates, nunca siquiera escribieron un papelito, de Jesús solo se sabe que escribió con el dedo en la tierra, cuando los escribas y fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y él les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Sócrates nunca escribió nada, quien escribió de él fue Platón, su discípulo.
“Sócrates fue el evangelista del razonamiento riguroso, iba por las calles de Atenas predicando lógica, como Jesucristo iría cuatro siglos después por las villas de Palestina predicando amor. Y lo mismo que Jesús, sin haber escrito en su vida una sola palabra, ejerció en el pensamiento humano una influencia que millares de libros no han podido superar”.
Estos dos prohombres tuvieron la virtud de vivir en armonía con ellos mismos, en paz con su espíritu, predicaron lo que creían y sin importar las opiniones de los demás, prefirieron morir antes que renunciar a sus postulados. Sócrates fue condenado a beber cicuta, se rehusó a la huida que amigos y discípulos le habían preparado y pasó sus últimas horas discutiendo con ellos acerca de la inmortalidad del alma y las ventajas de morir, bebió el veneno en medio de sus amigos, que lloraban, y murió en cumplimiento de los dictados de su propia conciencia, a los 70 años, con la serenidad propia de un gran hombre de bien y de un mártir de la razón humana.
Más que vivir por el qué dirán, debemos vivir de forma que no entremos en agonía con nuestra propia existencia, sin complicarnos tanto, manteniendo el equilibrio simple de nuestras vidas, no siendo conformistas, pero no queriendo ser lo que no somos, por ello debemos tomar de Sócrates su famosa frase, “conócete a ti mismo”. Cuando pretendemos llevar la vida de forma acelerada, entonces la salud nos pasa factura.
Dos cosas debemos evitar en nuestras vidas, nunca debemos presumir ni de guapo ni de rico, en el primer de los casos tendríamos que pelear y en el segundo, tendríamos que gastar.
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