Por: Ing. Carlos Manuel Diloné
Mi madre, María Altagracia Matos (Doña India) acaba de cumplir 80 años de vida, rodeada del amor de su esposo, sus hijos, nietos, familiares y amigos; pero sobretodo con el amor de Dios y de sus hermanos de la Iglesia, quienes han sido, sin lugar a ninguna duda, soporte primordial en las adversidades que la salud le ha deparado a ese ser amado, que cariñosamente llamamos MAMA.
Cada vez que un problema parecía ser insalvable, se reducía su dimensión a tamaños microscópicos y siempre el apoyo de los hermanos de su comunidad cristiana, le inyectaba fuerzas y nuevos aires y mi madre seguía navegando en un océano de amor, teniendo a Dios como capitán del barco que conduce su vida.
Podemos definir la comunidad, como el grupo social del que forma parte una persona. Dios nos ha creado para vivir en afinidad por lo tanto, necesitamos amar y ser amados. En todas las civilizaciones y en todos los tiempos han existido diversas clases de comunidades; la primera forma natural e indiscutible es la familia, constituida por la mujer, el marido, los hijos, los esclavos y los animales de labranza, es decir, las personas y lo necesario para su subsistencia.
Los seres humanos requieren, por su dignidad y para satisfacer sus necesidades, formar parte de la sociedad, para poder establecerse y proyectarse como personas. “Podemos decir que las normas o reglas sociales permiten en gran medida la convivencia, ya que regulan nuestra conducta y formas de relacionarnos con los demás. La tolerancia, la justicia y la solidaridad, entre otros valores, se hacen patentes en una comunidad integrada por seres humanos que ordenan sus vidas ya en lo individual o en lo social, de acuerdo a formas de vida, principios, valores, normas y leyes establecidas justamente para garantizar el bien común”.
Albert Einstein estableció lo siguiente: «El valor de un hombre para su comunidad suele fijarse según cómo oriente su sensibilidad, su pensamiento y su acción hacia el reclamo de los otros». Ahí es cuando descubro y veo desnuda la grandeza de mi Madre, cuan sensible ante el dolor del prójimo, cuan presta a ayudar a los demás, cuantas horas de diálogos, de reclamos, cuantas oraciones, pidiendo por sus hermanos de la iglesia y por toda la humanidad.
Lo que vivimos ese 21 de Enero del año 2015, en nuestro amado Batey Central, cuando celebramos el cumpleaños de Doña India, fue apoteósico, celebramos un culto de acción de gracias, por los años cumplidos y por la salud de MAMA. Cuantas gentes, cuantos hermanos abrazados, alegres, inspirados, regocijados, que profundo, penetrante y coherente fue el mensaje del pastor, amigos y amigas de todos los rincones del país, vecinas que lanzaban coplas al viento entonando himnos de adoración y alabanzas unas veces, otras recitando bellísimos poemas, hijos, nietos, biznietos, amigos todos enredados en una madeja de infinito cariño y de amor profundo.
Hoy quiero vivir como mi madre ha vivido, en perfecta armonía con la comunidad que le sirve de sostén, gracias MAMA por enseñarnos con tu ejemplo y accionar, que la grandeza radica en la sencillez de las cosas.
También te podría interesar
-
“La Herencia de Sabiduría y Amor”
-
La sociedad del siglo XXI. Una mirada sobre las profundas transformaciones en el ámbito político, económico, social y tecnológico.
-
FAMILIABATEYERA.COM
-
Los desaciertos del gobierno del cambio. Un monumento a la improvisación que preocupa al pueblo dominicano.
-
Vieja costumbre al tomar café que aún pervive en Duvergé