Por: Ing. Carlos Manuel Diloné
De niño una de mis tareas primordiales, consistía en proveer el fuego con el que se encendía el anafe, que permitía el que se colara el café todas las mañanas en nuestra casa.
La tarea no era sencilla, debía apilar el carbón en el anafe, colocar entre los mismos las astillas de cuaba, encender la cerilla y soplar a puro pulmón buscado el primer destello de fuego, para más luego, tapa en manos, abanicar la misma cada vez más fuerte, de modo que brisa y chispa provocara la combustión que terminaría suministrando la deseada hoguera.
El gran problema surgía cuando estaba lloviendo, había que ponerle una lata sin tapas encima al anafe, es decir crear una especie de cilindro, de modo que la brisa no apagara ni a la cuaba ni el fósforo, ahí se pasaba mucho tiempo tratando de conseguir el fuego, pero siempre se lograba, aunque con mayor esfuerzo.
Pues bien, cuando se estaban cocinando las habichuelas, notaba que la mayoría se iba al fondo, pero había unas pocas que se quedaban flotando encima y éstas mi madre las retiraba de la olla y las arrojaba al zafacón. Le pregunté por qué hacía eso? La respuesta fue simple, esas habichuelas no se aprovechan, no tienen masa, están vacías, por eso sólo sirven para distraernos de la cotidianidad de los hechos.
Fui creciendo y con el paso de los años, pude constatar lo que mi santa madre me explicaba en aquella ocasión, generalmente los buenos cocineros, al momento de cocinar legumbres, “aconsejan eliminar las habichuelas que queden flotando en el agua, ya que probablemente tendrán algún agujero donde puede haber suciedad”.
Desde el punto de vista de la física, si aplicamos el principio de Arquímedes, nos damos cuenta de que la habichuela flota, porque su peso es menor o igual al peso del fluido a ser desplazado. En otras palabras, como decía mamá, flota porque está vacía, no tiene masa.
Cuántos hombres como las habichuelas de que me hablaba mamá forman nuestra sociedad?
Se les encuentra flotando cada vez que algo se quiere hacer por el bien de los demás, son como la sangre a la herida, hacen más ruido mientras menos pesan.
Si queremos conocer el vientre de nuestra sociedad, bajemos al fondo, donde está el producto que pesa, no miremos simplemente la concentración del tumulto, ni las habichuelas vacías que flotan ante nuestras miradas.
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