La Academia Dominicana de la Historia, que preside el historiador Bernardo Vega Boyrie, ha tenido a bien reeditar el libro “El impacto de la intervención: La República Dominicana durante la ocupación norteamericana de 1916-1924”, de Bruce J. Calder. Esta obra realiza un balance histórico de la intervención de Estados Unidos; acontecimiento histórico que se acerca a su primer centenario. El texto es de una importancia capital para ver el origen de esa nefasta intromisión y sirve, de forma destacada, para valorar los acontecimientos que particularizaron los ocho años en que las tropas estadounidenses rigieron los destinos de la República Dominicana.
El libro de Calder tiene el mérito de presentar los asuntos y su culminación mediante una reconstrucción de los hechos. Por estar los acontecimientos tan cercanos al autor y a los lectores, necesario es precisar que se trata de una historia contemporánea, con todo lo que tiene de crónica este tipo de relato. También es una historia positivista donde la narración de lo acaecido parece establecer las causasy las verdades sobre el período estudiado. Quiere esto decir que no hay detrás un aparato teórico que plantee la idea de una Historia como elucidación epistémica que busque encontrar las causas desde un marco teórico distinto, como sería la historia social y económica o la historia marxista.
Por lo contrario, las fuentes archivísticas predominan como el archivo del Otro. Calder reconstruye el itinerario de las tropas y de aquellos acontecimientos desde la perspectiva de los invasores. Resulta extraordinario que vea las fisuras de esas visiones del colonizador y que, poco a poco, muestre la “toma de conciencia” de los interventores sobre la naturaleza de la resistencia gavillera.
Lo interesante en Calder es que presenta el cambio que se va operando en la percepción de los de arriba como también las razones y las luchas de los de abajo. Parte de una visión del gavillerismo como una forma del bandidaje, luego continúa con aspectos muy propios de un ejército de ocupación: la falta de conocimiento del medio, la incomunicación terrestre y lingüística; también la represión, los engaños y las tretas, los problemas políticos, la percepción de la intelectualidad, así como los cambios de tácticas y las celadas de los contrincantes, etc.
Dentro de su visión positivista, la obra de Calder es importante, pero no definitiva para comprender el gavillerismo. En un momento presenta el pasado de la montonera y, luego, a los alzados o “los del monte”; pero, por la falta de anclaje en la situación social, por la ausencia de una sociología, el texto no puede penetrar en la profundidad del fenómeno de la resistencia del campesino del Este a las tropas norteamericanas.
Con Calder tenemos un discurso autorizado sobre los gavilleros del Este, sin embargo, su trabajo se queda en ser la visión desde los archivos norteamericanos; la confirmación del Otro de las tropelías que ya otros historiadores habían afirmado. Creo que, al ser un libro importante, se debe catalogar como una de las distintas miradas que tenemos sobre los gavilleros del Este.
Otras perspectivas se encuentran en la oralidad de los habitantes de la región que vivieron la etapa más terrible de la ocupación, la que ellos llamaban “el desalojo”, y las tropas la concentración. Consistió en que, con el pretexto de controlar las “gavillas”, se sacó a cientos de campesinos de sus tierras y fueron a parar a las orillas de las ciudades. Esto ocurrió principalmente en zonas rurales de San Pedro de Macorís, El Seibo, Higüey y La Romana. Falta una buena historia oral que nos permita contrastar los distintos discursos sobre la reacción gavillera. Es preciso encontrar una perspectiva que muestre los variados contrastes y recupere una historia oral que, lamentablemente, se ha ido perdiendo en la mente de nuestros abuelos, como el mío, Bienvenido Cedeño, y el señor Menú Pión, guía de las tropas norteamericanas en Higüey.
Otra visón, no muy alejada de esta, es la que presentó Félix Servio Ducoudray en la revista ¡Ahora! y en el periódico El Nacional, en una serie de artículos que luego fueron publicados en formato de libro por la Editorial Universitaria bajo el título “Los gavilleros del Este: una epopeya calumniada”(1974). Desde una perspectiva marxista y con un lenguaje revolucionario, Ducoudray analiza documentos sacados de los archivos municipales en los que se muestra que los gavilleros no eran simplemente grupos de leventes que se alzaban para robar ganado y las diligencias de las bodegas de las centrales. Tira entonces hacia el otro lado la valoración de las acciones de un grupo de luchadores contra la intervención. Es la suya una mirada que, realizada por un marxista, muestra la cara de los afectados.
Luego, Orlando Inoa en “Azúcar: árabes, cocolos y haitianos” (1999) realiza un sucinto relato que enmarca a los gavilleros dentro del bandolerismo y le quita a la acción el sentido político y de proeza calumniada que le reconoce Ducoudray. Más adelante, González Canalda en “Los gavilleros 1904-1916” (2008) estudia el asunto desde un largo período y nos deja una visión más amplia: el bandolerismo como fenómeno general, la existencia de gavilleros en etapas anteriores a la invasión, por lo que lo ve dentro de un amplio movimiento político dominicano y una situación social de lucha contra los cambios sociales. Su investigación tiene el mérito – y la limitación– de ver el asunto desde los archivos policiales y nos da un registro de acciones y situaciones en distintas zonas del país.
Otra visión más literaria y cercana a la de Ducoudray la presenta Pedro Mir en su novela “Cuando amaban las tierras comuneras” (1978). Desde un principio, Mir ve el problema como una forma de perturbación de la modernidad sobre el sistema tradicional de la posesión de las tierras que provenía del sistema español. Mir reconoce como héroes de la gesta a Ramón Natera y a Tolete. También Rafael Damirón toca el tema en su novela romántica “Ay de los vencidos”(1925).
Por otra parte, Luis F. Mejía es de los pocos intelectuales de la época que trata el tema y lo liga a la lucha nacionalista en “De Lilís a Trujillo” (1944), al igual lo relaciona Calder y, de cierta manera, lo tocan todos, pero aquí son importantes los enfoques centrales, no las menciones que hacen presente una situación a la vez que se le da preminencia a otra.
Todas estas investigaciones son meritorias, pero a mi manera de ver, no terminan con zanjar el asunto del gavillerismo sobre todo en el Este. Lo que tenemos como un enfoque de distintas fuentes son discursos y narrativas que tocan o intentan explicar lo que ocurrió con la resistencia al poder del ejército estadounidense y de los centrales azucareros, pero sin colocar esos acontecimientos en un marco epistémico que nos permita satisfacer una serie de preguntas y que el asunto quede, de una vez y por todas, bien explicado. Esto demuestra que contar la historia es una manera de explicarla, pero no necesariamente en el relato encontramos las acciones dentro de un marco sociopolítico, que viene a ser complicado cuando trabajamos con tradiciones narrativas, con presupuestos epistemológicos, con enfoques particulares y con una focalización a partir de distintas fuentes.
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