Los lagos del planeta en vías de extinción

Por: Lola Escudero

De todos los problemas que afronta la ecología lacustre en un mundo que se calienta, los ejemplos más claros se aprecian en cuencas de drenaje cerradas, cuyas aguas vierten en lagos, pero no tienen salida fluvial hacia el océano. Estos lagos terminales, o endorreicos, tienden a ser poco profundos, salinos e hipersensibles a los cambios o a las perturbaciones. El caso del lago Chad, en África, el de Poopó, en Bolivia, y el del Mar de Aral, en Asia central, son los más evidentes y espectaculares, pero no los únicos.

El caso del lago Chad, unas causas controvertidas

Las aguas del lago Chad no solo bañan el país al que da nombre, sino a Níger, Nigeria y Camerún, y de él viven al menos dos millones de personas, mientras que otros trece millones más se benefician de él. Sin embargo, su extensión se ha venido reduciendo en las últimas décadas, sin que los expertos terminen de ponerse de acuerdo en si la desaparición obedece al cambio climático o es más bien resultado de la constante evolución de esa superficie de agua.

En 1963, la superficie del lago Chad era de unos 26.000 kilómetros cuadrados, y en la actualidad no llega a los 1.500, según el Programa de la ONU para el Medioambiente (PNUMA). “Es posible que el cambio climático tenga algo que ver con la disminución de la superficie del lago, pero en su historia ha sufrido variaciones parecidas”, explica a Europa Press Jacques Lemoalle, del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD, por sus siglas en francés), que ha estudiado la evolución del lago.

Imagen del Lago Chad tomada desde el Apolo 7, en octubre de 1968.

“La principal amenaza en el nivel del lago no procede del cambio climático sino de un aumento de la extracción humana en el sur de la cuenca del lago Chad, principalmente para el regadío, que podría responder a un aumento de las necesidades alimentarias, en un contexto de un fuerte crecimiento demográfico y del probable crecimiento urbano”, apunta por su parte Géraud Magrin, profesor de la Universidad París 1 y autor de varios estudios sobre el lago, junto con Lemoalle.

El nivel del lago, explica en una entrevista con Europa Press, ha experimentado históricamente cambios importantes en su superficie que vienen motivados por tratarse de un “lago poco profundo”, afectado por una fuerte evaporación, y cuyas dos principales fuentes de agua, los ríos Chari y Logone, se ven alimentados de forma irregular en función de las lluvias anuales.

“Antes del cambio climático, el lago ya había sido objeto de fuertes variaciones de superficie”, sostiene el experto Gérard Magrin, profesor de la Universidad París 1 y autor de varios estudios sobre el lago, junto con Lemoalle. Durante el siglo pasado, señala, tuvo épocas en las que llegó a ser “muy grande” (1950-1960), otras “muy pequeño” (1970-1980). y desde principios de los años 1990 está en “un nivel medio”.

Evolución del lago Chad desde los años 70 a la década de 2000.

En cualquier caso, y disputas científicas al margen, “el tamaño se ha reducido inmensamente” y con ello los medios de vida de quienes pescan en sus aguas, cultivan en su cuenca o pastan su ganado, afirma el enviado especial de la ONU para el Sahel, Ibrahim Thiaw, en una entrevista con Europa Press.

“Cuando no hay agua, estos medios de vida se ven drásticamente afectados, lo cual tiene graves consecuencias para la economía y también desestabiliza a las sociedades” de estos países, añade. “Cuando los jóvenes no tienen oportunidades, se ven obligados a emigrar o a buscar otras alternativas”, subraya, en referencia a los grupos armados que proliferan en la región, con Boko Haram a la cabeza.

En opinión de Thiaw, la región del lago Chad es víctima de un “círculo vicioso” en el que “la desaparición del lago está aumentando el subdesarrollo”, ya que la gente no puede dedicarse a la pesca, la agricultura o la ganadería para ganarse la vida. Desgraciadamente, lamenta el responsable de la ONU, “grupos terroristas como Boko Haram pueden haber encontrado en los jóvenes una presa fácil”, ya que “cuando alguien no tiene ninguna perspectiva o ninguna esperanza puede verse tentado a unirse a estos grupos, especialmente si les ofrecen recursos o una ideología que les resulta atractiva”.

Por ello, Thiaw tiene claro que, además de invertir en sistemas militares y de inteligencia para combatir a los grupos terroristas y la inseguridad, lo primero y lo principal es invertir en desarrollo. Aunque, admite, “no habrá desarrollo a menos que haya seguridad y no habrá seguridad a menos que haya desarrollo”.

Conscientes de ello, Camerún, Chad, Níger y Nigeria han recuperado un proyecto guardado en el cajón desde hace décadas. El proyecto Transaqua, elaborado por la firma italiana Bonifica a principios de los años 1980, prevé el trasvase de agua desde la cuenca del río Congo hasta el lago Chad. Para ello, se construiría un canal de unos 2.400 kilómetros que uniría el río Ubangui, uno de los afluentes del Congo, con el Chari, el principal tributario del lago.

Los mandatarios de los cuatro países consideran indispensable llevar a cabo este proyecto, para el que Bonifica cuenta ahora con la firma china Power China, y cuyo presupuesto se estima en unos 14.000 millones de dólares. Actualmente, se está llevando a cabo un estudio sobre la viabilidad del macroproyecto.

Esperemos que las medidas para evitar la desecación del lago Chad no resulten ser demasiado tardías.

Los fondos resecos del Poopó, en Bolivia

Los científicos sospechaban desde hace tiempo que, con el paso de los años, el lago Poopó sufriría tal acumulación de sedimentos que se desecaría, y se transformaría en otro salar como el de Uyuni. Sin embargo, ese final se predecía “a un mínimo de mil años vista”, comenta Milton Pérez Lovera, profesor de Ciencias Naturales de la Universidad Técnica de Oruro. Una combinación de factores –como el cambio climático, la sequía, la minería y el trasvase de aguas para la agricultura– ha acelerado el proceso, explica, y el lago se seca a pasos agigantados.

Aspecto del lago Poopó en 2016
Aspecto del lago Poopó en 2016

Pérez Lovera confía que el Poopó pueda recuperarse en parte, pero ni él ni otros cientí­ficos ven tan claro que el lago recupere su función ecológica de hábitat de invernada para aves acuáticas, entre ellas tres especies de flamencos, una de las cuales clasificada como vulnerable.

Tampoco saben si algún día podrán recobrarse las abundantes pesquerías que durante miles de años dieron de comer a los indígenas. Porque el destino del Poopó está irremisiblemente ligado al de los urus, grupo étnico conocido como «hombres del agua» que vive a orillas del lago. El tamaño y la profundidad del Poopó disminuyen desde hace años, lo que obliga a los pescadores uru a adentrarse más y más en él para pescar.

En 2014 y 2015 el lago, cada vez más reducido, sufrió varias mortandades de peces, al dispararse la temperatura del agua por encima de los 15-25 °C habituales. Millones de peces muertos flotaban panza arriba en la superficie. Cuando Franz Ascui Zuna –designado por el Ministerio de Sanidad boliviano para monitorizar la situación de Llapallapani, el mayor asentamiento uru– detectó que el agua alcanzaba los 38 °C, su diagnóstico fue claro: el lago «tenía fiebre».

El lago Poopó
El lago Poopó.

Muy pronto, patos, garzas, flamencos y otras aves que en condiciones normales habitan el lago empezaron a pasar hambre, sin más opciones que migrar o morir de inanición. En 2015, en un episodio de evaporación súbita, lo que quedaba del lago desapareció cuando sus aguas sobrecalen­tadas fueron dispersadas por los vientos del Altiplano. El Estado declaró el lago Poopó zona catastrófica.

Pero, a principios de 2017, la lluvia llenó una parte del lago, y las autoridades publicaron imágenes celebrando que el Poopó «había regresado», pero poco después el presidente boliviano Evo Morales visitó el lago y confirmó lo que los lugareños ya sabían: la fina lámina de agua retrocedía por momentos. En octubre de 2017 las imágenes de satélite revelaban que el lago volvía a estar prácticamente seco.

Aspecto que presenta en Google Maps el Poopó en una imagen tomada por satélite en 2018.
Aspecto que presenta en Google Maps el Poopó en una imagen tomada por satélite en 2018.

«El Altiplano es tremendamente sensible a la evaporación», dice Mark Bush, paleoecólogo del Instituto Tecnológico de Florida, quien predice que la región podría estar a punto de alcanzar un punto de inflexión. «Para mediados de siglo podríamos tener un calentamiento de un grado centígrado como mínimo, y estaríamos coqueteando con el escenario que causaría la evaporación total o una merma espectacular del lago Titicaca».

Al sur del Poopó, en el Altiplano, la orilla del lago cede paso a un paisaje todavía más árido, con rocas talladas por el viento y rebaños de llamas, alpacas, ovejas y alguna que otra vicuña silvestre. Al principio de la primavera, buena parte de la tierra sigue desnuda, con el suelo arrasado tras haberse cosechado la quinoa, que satisface la insaciable apetencia europea y estadounidense por este pseudocereal superproteico.

Calentamiento de las aguas, reducción del caudal de los ríos tributarios, presión de una población necesitada de más y más agua. El futuro del lago Poopó parece estar condenado a la desecación progresiva.

Más lagos en peligro

“Las huellas del cambio climático están por todas partes, pero no se manifiestan del mismo modo en todos los lagos», dice Catherine O’Reilly, hidroecóloga de la Universidad Estatal de Illinois, y codirectora de un estudio lacustre internacional que lleva a cabo un plantel de 64 científicos. Un hecho que repasaremos en algunos ejemplos.

En el lago Tai, al este de China, por ejemplo, los vertidos de desechos agropecuarios y las aguas residuales desencadenan la proliferación de cianobacterias, y el agua caliente fomenta su crecimiento. Una amenaza a las reservas de agua potable de dos millones de personas.

En el África oriental, el lago Tanganica se ha calentado hasta tal punto que las capturas de pescado que dan de comer a millones de personas de los cuatro países bañados por sus aguas peligran.

El lago Tanganica visto desde el espacio

En Venezuela, el agua de la macropresa hidroeléctrica de Guri ha descendido en los últimos años a niveles tan críticos, que el Estado ha tenido que cancelar clases en las escuelas en un intento de racionar la electricidad.

Incluso el canal de Panamá, cuyas esclusas acaban de ampliarse y ahondarse para dar cabida a los supercargueros, se resiente de la escasez de precipitaciones relacionada con el fenómeno de El Niño, que afecta al lago artificial Gatún, del que sale no solamente el agua con el que operan las esclusas, sino también el agua dulce que bebe buena parte del país.

Un caso especialmente significativo es el del Urmía, en el noroeste de Irán, que en los últimos treinta años ha perdido en torno al 80% de su superficie. Los flamencos que se daban festines de artemias casi han pasado a la historia, como también los pelícanos, las garcetas y los patos.

Lo que queda son muelles que no llevan a ninguna parte, esqueletos de barcos varados en el lodo y salares estériles. Los vientos azotan el lecho lacustre y levantan una sal que depositan en los campos de cultivo, que acaban por volverse improductivos. Tormentas de arena salada irritan los ojos, la piel y los pulmones del millón y medio de habitantes de Tabriz, ciudad situada a tan sólo noventa kilómetros de distancia.

Y, en los últimos años, las seductoras aguas verde esmeralda del Urmía se han teñido de rojo sangre por las bacterias y algas, que proliferan y cambian de color cuando aumenta la salinidad, y la luz solar penetra en las zonas menos profundas. Muchos de los turistas que antaño acudían al Urmía para tomar baños terapéuticos han dejado de venir.

Aunque el cambio climático ha recrudecido las sequías y elevado las ya altas temperaturas estivales en torno al Urmía, acelerando la evaporación, el problema no acaba ahí. El lago tiene miles de pozos ilegales y un montón de proyectos de irrigación y de presas que desvían las aguas de sus tributarios para el cultivo de manzanas, trigo y girasol.

Los expertos temen que sucumba a la misma sobreexplotación hídrica que aniquiló el Mar de Aral. Sus voces parecen haberse oído en Teherán. El presidente iraní, Hasán Rohaní, ha destinado 4.000 millones de euros a la restauración del Urmía mediante el desembalse de más agua de las presas, la mejora de los sistemas de riego y la transición a cultivos que necesiten menos agua.

La muerte del Mar de Aral

La desaparición del Mar de Aral, en Asia Central, es un ejemplo catastrófico del destino que pueden correr estas masas de agua interiores; en su caso, a consecuencia de los ambiciosos proyectos soviéticos de irrigación que desviaron sus ríos tributarios.
Donde antes había agua, peces y barcos, ahora solo queda arena y cascos oxidados. El que fuera el cuarto lago más grande del mundo, está prácticamente seco. Y ha dejado paso a un enorme desierto.

Organizaciones defensoras del medioambiente y expertos llevan años alertando del que ya se considera uno de los mayores desastres naturales. Producido, además, por la mano del hombre. El Mar de Aral, entre Uzbekistán y Kazajistán, que tuvo una superficie de unos 67.300 kilómetros y suministraba una sexta parte de todo el pescado que se consumía en la Unión Soviética, fue perdiendo flujo a medida que los ingenieros de la URSS transvasaban las aguas de los ríos que lo alimentaban, para de este modo nutrir las secas estepas, y regarlas para producir campos inmensos de algodón y arroz.

Evolución del mar de Aral entre 1989 (izquierda) y 2008 (derecha). Wikipedia.
Evolución del mar de Aral entre 1989 (izquierda) y 2008 (derecha). Wikipedia.

Para lograr su meta, las autoridades soviéticas diseñaron y ejecutaron una de las transformaciones más ambiciosos que se conocen, de una magnitud solo equiparable al daño medioambiental que provocó. En pocos años se construyeron 45 embalses, más de 80 presas y cerca de 32.000 kilómetros de canales. Semejante infraestructura desvía de los ríos Amu Daria y Sir Daria la friolera de 48.000 millones de metros cúbicos al año, dejando que el lago se alimente únicamente de una octava parte del caudal original, cifra que la elevada evaporación reduce aún más.

El plan de riego funcionó, pero a cambio de un precio altísimo. En la actualidad, Uzbekistán es uno de los mayores exportadores de algodón del mundo, pero la antes próspera industria pesquera de la zona, que daba trabajo a cientos de kazajos y uzbecos, está tan seca y muerta como el propio lago, tal y como muestra el documental «Aral. El mar perdido» que la cineasta Isabel Coixet rodó en 2010.

Barcos abandonados en lo que un día fue el mar de Aral.
Barcos abandonados en lo que un día fue el mar de Aral. Wikipedia.

Los muelles, las plantas de procesamiento, almacenes, e incluso pueblos y ciudades enteras que vivían de la pesca, languidecen abandonadas, pudriéndose al sol del desierto. La vida sólo sobrevive en la zona norte, donde una presa, construida en 2005 gracias a una donación de trescientos millones de dólares del Banco Mundial, mantiene estancada una mínima parte de lo que hasta hace pocas décadas fue una extensión de agua del tamaño de Irlanda.

Sin embargo, la industria pesquera no fue la única víctima de la desecación del lago. El gran perjudicado fue el ecosistema de la zona, ya que han desaparecido 20 de las 24 especies de peces existentes y con ellas, otras tantas aves que dependían de ellos y de la flora del lugar, que también se ha visto severamente afectada.

También el clima de la región se ha visto afectado de forma irrecuperable. Las tormentas de polvo son habituales y lo peor es que no arrastran solo arena, sino también esporas tóxicas de ántrax, procedentes de la antigua base secreta de investigación biológica de Vozrozhdeniye, abandonada tras la caída del muro de Berlín en 1989.

Cuando fue construida por los soviéticos, en 1948, la base presentaba una ubicación inmejorable en plena isla Renacimiento, asilada en el centro del lago. Sin embargo, la desecación de las aguas convirtió la isla primero en una península y, poco a poco, en una parte indistinguible del desolado desierto que ahora ocupa la mayor parte de la cuenca del lago, que ha pasado a ser conocido como el Desierto de Aralkum. Antes de abandonarla, los oficiales del Ejército Rojo trataron de eliminar las esporas sumergiéndolas en lejía y enterrándolas profundamente en la arena. Sin embargo, una exploración realizada en 1997 por científicos norteamericanos encontró esporas todavía activas en seis de las once áreas donde habían sido enterradas.

El único punto de luz en esta historia de sombras es la reciente recuperación del mar septentrional. Gracias a la presa de trece kilómetros en la costa sur del Mar de Aral norte, se pudo crear una masa de agua totalmente independiente, alimentada por el Sir Daria. Desde la construcción de la presa, la zona norte y su pesquería se han recuperado con mucha más rapidez de lo esperado, pero a costa de privar al mar meridional de una de sus fuentes de agua más cruciales, sentenciándolo a muerte. El futuro estará también en manos humanas, ya que ellas fueron las que ocasionaron el desastre.

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