Travesura de amigos en tumbadera de cocos

Por el Dr. Rafael Leonidas Pérez y Pérez.

Viejos cocoteros que rascan el cielo, existen en conucos a ambos lados de la carretera El Peñón-Cabral.

Los también viejos del otrora «El Cocal» de mi abuela materna Saturnina Estela Pérez Méndez viuda Pérez Mella (Manín), en las afueras, por el noreste de Duvergé; no se quedaban atrás en su competencia por abanicar a Dios.

Allí muchacho, y luego no tan muchacho, me deleité varias veces degustando de los grandes y dulces cocos «indios», etc., de las matas traídas desde Samaná por mi abuelo materno Felipe Santiago Pérez Mella (Chaguito), y sembradas allí cuando él vivía.

Como también por igual me deleité bebiendo rica agua de coco, de altos cocoteros en el conuco de mis abuelos paternos Manuel del Jesús Pérez Mella (Gambao, hermano de padre y madre de Chaguito) y Lucina (Lucinda) Peña Moquete de Pérez Mella, en Los Alcarrizos del mismo municipio sudfronterizo.

A este último conuco acudí en cierta ocasión, a principios de los años 70, con mis amigos y condiscípulos del bachillerato en el local Liceo Secundario «Enriquillo», Manuel del Socorro Pérez García (Barey) y Héctor Heriberto Pérez Hernández (Bumba); a degustar cocos de agua pero el único que sabía subir en cocoteros era yo. El también amigo y pariente Rafael Dimas Pérez (Pachicho) me había enseñado al vapor en el mismo lugar.

Sin pensarlo dos veces, con gran esfuerzo me subí en la mata (era novato) y tumbé varios cocos que mis amigos Barey y Bumba bebieron hasta la saciedad.

Cuando pujando bajé del cocotero, para disponerme a beber el mío (generalmente no pasaba de uno), oigo la carcajada a dúo o a coro, de esas dos «urracas parlanchinas», mostrándome cómo con el agua de coco se lavaban sus manos y rostros.

Solo vi esto como travesura de amigos en tumbadera de cocos.

(Tocó la casualidad que esa fue la última mata de coco -la más bajita por ser la más joven en producción- que me subí por el lado del callejón al oeste de la propiedad citada de esos abuelos).

Se ha ido sembrando cocoteros de talla bajita en Duvergé.

«El Cocal» no existe desde hace tiempo. Pasó a otro propietario. Tampoco el conuco de la imborrable travesura de Barey y Bumba. Ahora es de causahabientes de Gambao y Lucinda. Ya ambos son solares con vocación urbana.

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