No se ha establecido definitivamente una relación con las vacunas pero ya se investigan algunos casos reportados.
Por Denise Grady
Un día después de recibir su primera dosis de la vacuna de Moderna contra la covid, Luz Legaspi, de 72 años, despertó con moretones en brazos y piernas, y úlceras dentro de la boca que le estaban sangrando.
Ese día, el 19 de enero, fue hospitalizada en la ciudad de Nueva York con una grave trombocitopenia inmune, que es una enfermedad producida por la falta de plaquetas, las células sanguíneas que son primordiales para la coagulación.
Ese mismo padecimiento provocó la muerte de Gregory Michael, médico obstetra de 56 años de Miami Beach, cuyos síntomas aparecieron tres días después de recibir la vacuna de Pfizer-BioNTech. Los tratamientos no lograron restaurar sus plaquetas y murió de una hemorragia cerebral luego de pasar dos semanas en el hospital.
No se sabe si este trastorno sanguíneo tiene alguna relación con las vacunas contra la covid. Más de 31 millones de personas en Estados Unidos han recibido al menos una dosis de la vacuna y, para fines de enero, se habían reportado 36 casos similares al Sistema de Reportes de Eventos Adversos Provocados por las Vacunas (VAERS, por su sigla en inglés). Los casos estaban relacionados con la vacuna de Pfizer-BioNTech o con la de Moderna, las únicas vacunas autorizadas hasta ahora para su uso de emergencia en Estados Unidos.
No obstante, este sistema de reportes solo presenta los problemas descritos por los profesionales de la salud o por los pacientes después de la vacuna y no especifica si en realidad las vacunas provocaron esos problemas.
Las autoridades de la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por su sigla en inglés) y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades señalaron que estaban analizando los informes pero que, hasta ahora, parecía que la frecuencia de este trastorno en las personas vacunadas no era mayor a la frecuencia que normalmente se presentaba en la población estadounidense, así que tal vez podría ser una coincidencia. Se cree que, en general, las vacunas son inocuas. Existen reportes de algunas reacciones alérgicas graves pero tienen tratamiento y, según los reguladores, el porcentaje corresponde al reportado en el caso de otras vacunas.
Pfizer señaló en un comunicado que toma “muy en serio los informes de las reacciones adversas” y añadió que estaba al tanto de los casos de trombocitopenia de las personas que recibieron las vacunas.
El comunicado también afirmaba que la empresa está recabando “información relevante para compartirla con la FDA. Sin embargo, en este momento, no hemos podido establecer ninguna relación causal con nuestra vacuna”.
Moderna también emitió un comunicado que no abordaba el problema del trastorno de las plaquetas, sino que decía que la empresa “monitorea de manera continua la seguridad de su vacuna contra la COVID-19 mediante el uso de todas las fuentes de información” y que sistemáticamente comparte con los reguladores información sobre la inocuidad.
Los hematólogos con experiencia en el tratamiento de trombocitopenia inmune señalaron que sospechaban que la vacuna sí había tenido alguna influencia, pero que era extremadamente poco probable que surgieran casos tras la aplicación de la vacuna y que tal vez eran el resultado de la predisposición de algunas personas a reaccionar a la vacuna al desarrollar una respuesta inmune que provoca la destrucción de las plaquetas. En muy pocas ocasiones se ha presentado este trastorno en personas que recibieron otras vacunas, en especial la de sarampión, rubéola y paperas, también conocida como MMR.
“Creo que tal vez existe una relación”, señaló James Bussel, hematólogo y profesor emérito en el Centro Médico Weill Cornell quien ha escrito más de 300 artículos científicos sobre este trastorno de las plaquetas. “Dado el bajísimo porcentaje de destinatarios de la vacuna con trombocitopenia, estoy suponiendo que hay algo que los hizo propensos a desarrollarla”.
Agregó: “Que suceda después de la vacunación es bien conocido y se ha visto con muchas vacunas. Cuando sucede, no sabemos la causa”.
El doctor Bussel dijo que era importante compartir información sobre los casos, puesto que la trombocitopenia severa puede ser grave y los médicos deben saber cómo tratarla. En algunos casos, la condición resiste a los tratamientos indicados y si el bajo nivel de plaquetas persiste el paciente corre el riesgo de sangrado excesivo e incluso hemorragia cerebral.
Bussel y su colega, Eun-Ju Lee, han enviado a una revista médica para su revisión un artículo sobre quince de estos pacientes que recibieron la vacuna contra la covid, los cuales fueron detectados en las bases de datos del gobierno o al consultar con otros médicos que atienden estos casos. El informe proporciona información sobre los tratamientos y exhorta a los médicos a reportar las incidencias. También señala que es demasiado pronto para saber si los pacientes afectados tardarán mucho tiempo en recuperarse o si se repetirá el problema de la disminución de plaquetas.
Bussel afirmó que algunos de estos pacientes ya habían sufrido trastornos de las plaquetas o alguna otra enfermedad autoinmune que pudo haberlos hecho más vulnerables. La gente puede tener bajos niveles de plaquetas sin presentar síntomas y es posible que en algunas personas, cierta reacción a las vacunas pueda bajar todavía más el nivel, hasta que se manifiesta mediante hematomas o sangrado, señaló el doctor Bussel.
El médico ha sido consultor pagado para Pfizer pero no en las vacunas sino para un medicamento para el desorden de las plaquetas.
Jerry L. Spivak, médico experto en trastornos de la sangre en la Universidad Johns Hopkins, también dijo que la conexión con la vacuna parecía ser real pero pronosticó que los casos serían extremadamente raros y los calificó como “idiosincráticos” y tal vez relacionados a ciertas características subyacentes de cada paciente.
Los médicos aseguran que estos casos no son una razón para no vacunarse contra la covid. El riesgo de que esta enfermedad se agrave es mucho mayor que el riesgo de desarrollar este raro padecimiento y las vacunas son fundamentales para controlar la pandemia.
La hija de Legaspi comentó que lo último que ella y su madre querían era generar un temor a las vacunas contra la COVID-19. Pese a la enfermedad de Legaspi, señaló la hija, ambas siguen creyendo que las inmunizaciones son muy necesarias. A petición de su empleador, la hija solicitó que no se revelara su nombre.
Según un grupo de apoyo a los pacientes, en su forma más común, la trombocitopenia inmune es una enfermedad autoinmune que afecta a cerca de 50.000 personas en Estados Unidos. Este padecimiento se desarrolla cuando, por razones que se desconocen, el sistema inmunitario ataca a las plaquetas o a las células que las producen. En ocasiones se presenta después de una enfermedad viral y puede durar meses o incluso volverse crónica y durar varios años. Por lo general, tiene tratamiento. Algunos grupos de profesionales han recomendado que los pacientes con esa enfermedad se vacunen contra la covid solo después de consultar a sus hematólogos.
Legaspi estaba fuerte y gozaba de buena salud antes de recibir la vacuna de Moderna. Pero cuando la internaron en el hospital de la ciudad en Queens, Nueva York, su conteo de plaquetas era de cero. El conteo normal va de 150.000 a 450.000 y se considera muy peligroso que esté por debajo de 10.000, por lo que se requiere tratamiento urgente.
Los médicos ordenaron a Legaspi no salir siquiera de la cama sin ayuda, por temor a que si se caía y se hacía daño podía sufrir una hemorragia. Empezaron a darle los tratamientos indicados, incluidas transfusiones de plaquetas, esteroides y globulina inmune para detener la guerra de su sistema inmunitario contra las plaquetas de su organismo.
Nada funcionaba. Sus plaquetas aumentaban un poquito y luego, entre un tratamiento y otro volvían a desplomarse.
Conforme transcurrieron los días sin ninguna mejoría, la hija de Legaspi, quien sabía del fallecimiento de Michael, se preocupó cada vez más de que su madre tuviera una hemorragia cerebral.
“No creo que entienda que es como una bomba de tiempo”, dijo la hija en una entrevista el 28 de enero luego de que su madre había pasado más de una semana sin mostrar mejoría. “No uso el término. No quiero decirle eso”.
Legaspi es de Filipinas y habla poco inglés, pero comprendía la gravedad de su condición, dijo la hija.
Bussel se enteró de su enfermedad y, pese a que trabaja en otro hospital, el 28 de enero llamó a su doctora y le ofreció asesoría sobre el tratamiento de Legaspi. También se puso en comunicación con la familia de Michael para preguntarle qué tratamientos había recibido él, como una manera de averiguar qué no había funcionado.
El deceso de Michael se había hecho público después de que su esposa, Heidi Neckelman, lo dio a conocer en Facebook.
Neckelmann comentó en un texto: “Me alegra que el Dr. Bussel se haya puesto en contacto conmigo. Hablé de mi historia con la intención de ayudar a otros pacientes en la misma situación o en una similar”. Y añadió: “Espero que ahora otras personas puedan aprovechar la experiencia del Dr. Bussel. Ojalá que mi Gregory hubiera tenido esa oportunidad”.
El 29 de enero, Bussel le envió a la doctora de Legaspi, Niriksha Chandrani, un correo electrónico titulado “Mis recomendaciones importantes” en el que señalaba que “le daba mucho miedo” que Legaspi tuviera una hemorragia cerebral y recomendaba una vía de tratamiento diferente. Chandrani, jefa de oncología en Elmhurst, reconoció que Bussel era una toda una autoridad en el trastorno de las plaquetas y siguió sus recomendaciones.
Había pasado noches sin dormir preocupada por Legaspi.
“No quería que muriera”, dijo la doctora Chandrani.
Un día después, el conteo de plaquetas de Legaspi había llegado a 6000: “un avance lento, pero constante”, comentó Bussel. La mañana siguiente era de 40.000, lo que la sacó de la zona de mayor peligro. Dos días después, el 1 de febrero, era de 71.000.
No es posible saber si los nuevos tratamientos funcionaron, si los iniciales surtieron efecto o si se recuperó sola. Pero el 2 de febrero, la dieron de alta del hospital y se fue al apartamento de Queens que comparte con su hija y su nieto de siete años. Su hija aseguró que el 4 de febrero el conteo de plaquetas de Legaspi era de 293.000.
El 3 de enero, otra persona, Sarah C., una maestra de 48 años de Arlington, Texas, recibió la vacuna de Moderna. Solicitó que no se revelara su nombre completo para proteger su privacidad.
Dos semanas después, comenzó a tener mucho sangrado vaginal. Luego de dos días, consultó a su obstetra, quien le mandó a hacer estudios de sangre y programó otras pruebas. Unas horas más tarde, le llamó y le pidió que fuera directo a la sala de urgencias. Estaba confundido y esperaba que fuera un error del laboratorio, pero el conteo de plaquetas era de cero. Menos de una semana antes de vacunarse, la paciente se hizo una revisión completa y los resultados de las pruebas de sangre fueron totalmente normales.
El conteo de cero plaquetas no fue un error del laboratorio. Los resultados fueron confirmados en la sala de urgencias y los médicos de ahí también observaron manchas rojas en sus muñecas y tobillos provocadas por hemorragias debajo de la piel. Sarah C. ya había visto estas manchas, pero no les había hecho caso.
Pasó cuatro días en el hospital con transfusiones de plaquetas, anticuerpos y esteroides para restaurar su conteo de plaquetas.
Dijo que la experiencia había sido aterradora. “Especialmente cuando te dicen que nunca habían visto algo así antes, que puedes desangrarte o tener una hemorragia”, dijo. “Esa fue la mayor preocupación y no saber. El caballero de Florida no lo logró. Ciertamente el temor estaba ahí”.
No obstante, dijo: “Estoy totalmente a favor de la vacuna. Tuve una reacción horrible y solo espero que la gente sepa qué hacer si pasa algo, que estén atentos a estos síntomas y busque ayuda de inmediato”.
De haber sabido reconocer las manchas rojas y el sangrado como signos de peligro, dijo, habría acudido mucho antes a la sala de urgencias.
Hace poco recibió aviso de que ya le tocaba la segunda inyección de la vacuna de Moderna. Sus médicos han dicho que sí puede recibirla, pero ella decidió esperar, aunque también dijo que sí quería otra dosis.
“No sé si aplicarme la misma”, comentó. “Puede ser que mejor una diferente”.
Denise Grady ha sido reportera de ciencia para el Times desde 1998. Escribió Deadly Invaders, un libro sobre virus emergentes. @nytDeniseGrady
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