Por: Ing. Carlos Manuel Diloné
Mientras hablábamos mi padre hacía gestos que me indicaban la situación por la que debíamos transitar en momentos de dificultades. Yo insistía en que frente al dolor a los hombres nobles el alma tendía a doblegarse, papá me indicaba que frente al mismo el hombre de alma pura, simplemente solidificaba sus creencias y sus bases existenciales. Papá me insistía en la necesidad de prepararnos para enfrentar desafíos inesperados que pudieran nublarnos la razón, le pregunté qué hacer frente a la desaparición de cosas que deseamos, de personas que amamos, de traiciones inesperadas; me contestó: -hijo esa es la razón de la existencia humana, es que la vida de eso se trata, de altas y de bajas, de alegrías y tristezas de mitos y realidades-.
Entonces continuamos hablando, mientras yo me encontraba preocupado por situaciones que se han ido anidando en el alma, papá se preocupaba de qué el conuco estuviera limpio, de que el agua le llegara a cada planta y de qué no entra la maleza en la cosecha.
Yo lo miraba desde una esquina de la plantación, era muy notorio que él adoraba la tierra, que se preocupaba de lo que estaba haciendo; yo en cambio, me preocupaba por lo que no ha sucedido, le dedicaba más bien, mucho tiempo a las cosas que revoloteaban en mi interior.
Papá me dijo, hijo existen situaciones de las que no tenemos ningún tipo de control, prepárate para enfrentar las circunstancias que puedes controlar, modificar, o cambiar, para que siempre te sean favorables; aquellas que no puedes controlar, que independientemente de todos tus esfuerzos y energía siempre sucederán, preocúpate simplemente por superarlas, enfrentarlas y salir de ella con la mejor ganancia posible.
Recordé el día, en que llegando desde Santo Domingo a Canoa, me encontré a mí padre en su casa, sentado sobre la tarde, meciéndose al vaivén del viento, le pregunté qué hacía, él me contestó, matar al tiempo, me extrañó la respuesta que en ese momento me dio, – ¿cómo puede existir tanta satisfacción por tan poca cosa?-, fue lo que pensé de inmediato; sin embargo, después de observar esa vida con propósitos que vive mi padre, ese amor que ha logrado obtener en todos los que le conocen, me llevé su respuesta al centro de mi vida y todavía hoy la sigo analizando.
Las horas continuaron pasando, después de un tiempo papá me señalo: -el conuco ya está regado, debemos irnos hay que tomar café-.
Mientras regresábamos, me quedé pensando, y miraba todo el escenario a mi alrededor, veía personas que iban y venían, observaba una multitud que se dirigía en todas las direcciones, niños con cuadernos, mujeres con vasijas sobre sus cabezas, hombres con aperos de labranza, se escuchaba el canto de las aves, un signo de interrogación quedó colgado en mi interior, ¿papá tendría razón?
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