Hubo una vez en Duvergé que la gratitud se fue hacia un lugar desconocido…

Por el Dr. Rafael Leonidas Pérez y Pérez.

En mi servicio hospitalario militar, tuve dos compueblanos de ordenanzas.

Sobresalían por comer mucho.

Cada vez que yo acudía a nuestro pueblo, uno de ellos, nunca me invitaba a su casa.

Un día, al pasar por su barrio, me pude percatar de que la casa con paredes de viejas tablas de palma real y tostado techo de palma cana, donde vivía (la misma donde residía su madre), estaba sostenida en su pared norte, por dos fuertes troncos de bayahonda como especie de horquetas, para que no se cayera ya que estaba inclinada.

Él me llegó a decir que era casa de herencia y que no me invitaba a visitarla porque le daba vergüenza, respondiéndole que yo no soy una persona que se fija en nada particular de nadie, que simplemente muestro afectos y si me invitaba a su hogar, yo me sentaba hasta en una penca de coco.

Le prometí que le iba a conseguir una casa dentro de la ley, de las que fabrica el Estado a través del Gobierno, para mejorar la situación de su madre.

Llegó la oportunidad de cumplir esa promesa y me comuniqué enseguida desde mi despacho militar en la capital, con mi querido amigo el Padre Ponce para que de unas viviendas que le apartaron para distribuirlas entre personas pobres;
me reservara una para una señora duvergense necesitada.

El sacerdote me dijo gustoso, que no había problema.

Entonces llamé, siempre desde Santo Domingo, a mi amado padre para que hablara con su hermano, es decir, mi tío el mayor general Luis María Pérez Bello, E.N., a la sazón Jefe del Cuerpo de Ayudantes Militares del Honorable Presidente de la República; a fin de que este último permitiera a la señora acceder ante el Presidente Balaguer, con tal de que recibiera la llave de su casa que yo le había dicho previamente a su hijo, que iba hacer figurar a ella como propietaria de esa vivienda ya que no veía en él ningún aplomo, no tenía mujer ni hijos (y no pensaba más allá del plato de comida).

Así se hizo todo con celeridad y entusiamo, y la señora madre de ese, uno de mis ordenanzas militares, recibió la llave de su casa de manos del presidente de la República y recibió una enorme solución a su problema de vivienda (no tenía dinero para poner un block y menos para comprar un solar para edificar una casa), y recibió una inmensa felicidad como su hijo.

Pero luego llegó el tiempo de campaña política y mi padre aspiró (por segunda ocasión y tras un largo tiempo transcurrido de haberlo sido) ser síndico municipal de Duvergé, llevado como candidato por el nombrado en ese momento, Partido Reformista Social Cristiano (PRSC).

¡Oh, sorpresa! ¡En la vieja casa de herederos, esta señora -residía aún allí- permitió que en pared visible desde la calle, fuera colocado un afiche de uno de los contendientes de mi progenitor, a sabiendas de que la nueva vivienda a su nombre, fue conseguida con el concurso de ese balaguerista a la sazón aspirante, ya que su hijo, el jefe de su hijo, le pidió años antes, que hiciera esa diligencia referida a favor de ella!

Aunque -aclaro- no lo hice con ese fin por la apoliticidad que totalmente practiqué apegado a la Constitución y las leyes en ese momento, y respetando totalmente el derecho de cada quien de su decisión partidaria o por cualquier candidato, pero la ingratitud es la ingratitud, mala, muy mala.

Cosas veredes Sancho.

Hubo una vez en Duvergé que la gratitud se fue hacia un lugar desconocido…

Nota: Quedan aún excepciones aunque no las puedo cuantificar…

Y en cuanto a lo más arriba dicho, solo quedó en mí, inmensa compasión al saberlo, y el deseo más pronunciado de seguir sirviendo desinteresadamente al prójimo necesitado sobre todo… Amén.

(Afiche de mi padre difundido durante su campaña política para el período 1998-2002).
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