Por: Frank Moya Pons
Cuando leímos La República Dominicana: Una Ficción, pensamos más de una vez en aquella frase de Lilís: “no me muevan el altar, porque se me caen los santos”. Pensábamos eso porque nos parece que si alguna vez ha ocurrido un terremoto que ha puesto en peligro el altar de nuestra historiografía, esta ha sido la aparición de la obra que queremos comentar en estos párrafos. Lo extraño es que todavía no se haya sentido una reacción manifiesta en nuestros círculos intelectuales frente a ese libro que representa una revisión fundamental de todas las anteriores consideraciones de nuestros historiadores.
El propósito de Jimenes Grullón en su obra es único, intentando llegar a una interpretación marxista de nuestra historia, desarrolla la tesis de que las manifestaciones económico-sociales, políticas y espirituales de la colonia han permanecido actuando como fuerzas históricas a través de todo nuestro presente. El colonialismo, según él, no ha desaparecido y, por lo tanto, tampoco el coloniaje. Las instituciones republicanas que nacieron con la Separación y que fueron en gran parte copiadas de las norteamericanas, no han funcionado nunca y, por ello, la viabilidad de la República ha sido más nominal que real. La República como realidad política concreta ha existido sólo en la letra … ha sido una ficción. Lo real ha sido siempre la colonia, en sus manifestaciones políticas, económico-sociales y espirituales.
Para demostrar esta tesis, divide Jimenes Grullón su libro en tres amplias secciones. La primera: La Expresión Política, estudia el desarrollo político del coloniaje desde los tiempos de Colón hasta la Revolución de Abril de 1965 (el libro salió en noviembre de ese año). Junto con su exposición, el autor intenta destruir varios mitos de nuestra historiografía. Por ejemplo, demuestra que el movimiento de Juan Sánchez Ramírez, por medio del cual se restauró el poder colonial español cuando las demás colonias americanas marchaban hacia la emancipación, fue un movimiento reaccionario. Otro de los mitos que intenta derribar es el de que el Pueblo Dominicano intervenía directamente en la política a raíz de producirse la Separación: «todo eso es pura leyenda… El liberalismo fue un ideario sustentado exclusivamente por un sector minoritario de la clase media. No debe olvidarse, al respecto, que el 80% de los miembros de esta clase era analfabeto”, dice el autor en la página 49 del libro; más adelante llega a afirmar que nuestra historia escrita «no es la historia del pueblo, sino la de la clase dirigente”; Estos comentarios bastan para destacar la orientación decididamente crítica de la obra.
En la sección dedicada al estudio de La Expresión Económico-social, intenta Jimenes Grullón esbozar una historia social del pueblo dominicano. Es una de las partes más originales del libro. Pero es quizás la que presenta aspectos más controversiales, ya que sus afirmaciones no siempre se dejan acompañar por datos precisos, y sus observaciones pueden ser consideradas, más como hipótesis de investigación, como tesis definitivas. Por eso, este aspecto del libro es fecundísimo. Está lleno de observaciones apenas desarrolladas, de análisis profundos sobre coyunturas históricas en exceso complicadas. El señalamiento de esos temas sin llegar al desarrollo cabal de los mismos hace de esta sección una cantera bastante rica en sugerencias para los historiadores y sociólogos dominicanos del presente.
Un aspecto discutible de esta sección es la alusión que Jimenes Grullón hace de la clase media y de la «burguesía atípica», como grupos actuantes en nuestra vida histórica desde sus comienzos. Es discutible sostener que en nuestro país ha habido clase media desde los tiempos de la colonia, ya que sería desconocer el hecho de la estratificación social en el medioevo español, caracterizada por la presencia de estamentos cerrados, a manera de castas, y no de clases abiertas; esto último es una característica de sociedades donde existe una movilidad social generalmente basada en la dinámica social urbana; y nuestro país, hasta la Era de Trujillo estuvo organizado sobre bases agrarias y la vida de sus habitantes transcurría dentro de cauces típicamente rurales, a excepción de la capital de Santo Domingo. No parece, pues, haber surgido una clase media, en sentido sociológico moderno, hasta que la industrialización aparece. Y en la República Dominicana existe un proceso de industrialización aparente desde los años inmediatos a la terminación de la Segunda Guerra Mundial.
La Expresión Espiritual es el título de la tercera y última sección del libro. Comienza allí, Jimenes Grullón, haciendo un análisis de la «cosmovisión teológico-feudal» del medioevo español que se trasplantó al Nuevo Mundo al aparecer la sociedad colonial. Esta parte de la obra es un intento para describir la historia espiritual del Pueblo Dominicano, barriendo con todas aquellas nociones acerca de la hispanidad y de la catolicidad como componentes fundamentales del espíritu dominicano. Demuestra Jimenes Grullón cómo la visión católica de las cosas fue la visión oficial de los gobernantes coloniales y cómo ha ido imponiéndose esa visión a todos los grupos gobernantes en lo que va de vida histórica dominicana. Ve, Jimenes Grullón, a la Iglesia Católica, como una expresión de la realidad colonial que aún en nuestros días supervive frenando el progreso del pueblo dominicano.
En fin, es La República Dominicana: Una Ficción, una obra que dará mucho que pensar a los historiadores del presente y del futuro por su heterodoxia, tanto filosófica como historiográfica. Juan Isidro Jimenes Grullón no es historiador, entendido en el sentido clásico del término; es más bien, filósofo de la historia. Y como tal se ocupa más de las líneas matrices del desarrollo histórico dominicano, que de los hechos particulares. Esto hace del libro un estudio cuya perspectiva es demasiado amplia para ser agotada en un sólo volumen. Pero allí resalta otro aspecto positivo: el señalamiento de temas y cuestiones cuyo esclarecimiento debe ser el acicate máximo de nuestros historiadores.
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