17 de noviembre de 2024.
Por: José A. Mateo Gil.
A diferencia del siglo XX, donde el mundo fue testigo de tensiones permanentes por la confrontación de dos imperios antagónicos, protagonizados por la antigua Unión de República Socialista Soviética (URSS) y los Estados Unidos de América (EEUU), que, luego de la caída del Muro de Berlín la noche del 9 de noviembre del año 1989, el mundo entra en una nueva era, pasando de un sistema análogo al desarrollo de la tecnología digital, y posteriormente a la robótica y la inteligencia artificial. La llegada del siglo XXI, se caracteriza por ser una época de transformaciones profundas en todos los aspectos de la vida del hombre. Estas trasformaciones adquieren un carácter global, que facilitan las tareas realizadas por el ser humano en el planeta, en el ámbito político, económico, social, y tecnológico.
En lo político, la globalización ha reconfigurado las relaciones entre los estados a escala mundial, que, al mismo tiempo, fomentan la cooperación y generan conflictos. La democracia, que ha sido el modelo que han abrazado la mayoría de las naciones del planeta, ha mostrado ser vulnerable. Y una muestra de ello es, el surgimiento de movimientos populistas, creando desconfianza generalizada en las instituciones políticas. Al mismo tiempo la demanda por mayor transparencia y participación ciudadana, ha llevado a nuevas formas de activismo y a un renovado cuestionamiento de las estructuras de poder.
Las ideologías políticas han perdido vigencia a nivel global luego de la disolución de la URSS. Aunque en américa latina los partidos de izquierda han conquistado el poder, no significa que haya sido por razones estrictamente ideológicas; más bien el cansancio encla población de los gobiernos de turno y la imposibilidad de la democracia de solucionar los problemas de la gente, es lo que le ha dado ganancia de causa a los partidos de izquierda para alcanzar la primera magistratura del estado. Sin embargo, en Europa la clase política ha retornado los gobiernos populistas de la ultra derecha. Esta contradicción de los remanentes de los preceptos ideológicos de los países del primer mundo, con respecto a los países de la región es digno de ser estudiado a profundidad.
En lo que se refiere al aspecto económico, el siglo XXI, ha sido testigo de una creciente desigualdad social. Mientras las grandes economías crecen, y las nuevas tecnologías permiten la generación de riquezas como nunca antes, las brechas de la pobreza y desigualdad se amplían tanto a nivel global, como a lo interno de los países. En la actualidad, la globalización ha permitido a las grandes corporaciones expandirse a paso agigantado. Pero también, ha causado desplazamientos laborales, creando precariedades en los sectores más empobrecidos de la población. En lo adelante, las grandes potencias deben repensar el modelo económico vigente, dado la fragilidad del mismo. La crisis financiera del 2008 y las secuelas del covid-19 por poner dos ejemplos, evidencian la fragilidad del sistema financiero a escala global.
En ese mismo orden, el triunfo del partido republicano en las elecciones recién pasadas en el imperio del norte, y la amenaza del presidente electo de incrementar los aranceles a las importaciones chinas, si cumple con esa promesa de campaña, la economía mundial sufriría efectos catastróficos, desatando aumentos generales de precios de productos chinos en EEUU, volatilidad en los mercados de valores, movilidad de empresas a otros países, entre otros descalabros de la economía a escala global. En consecuencia, la multipolaridad que impone el surgimiento de economías robustas, como China y la India, diversifican el poder imperial de las grandes potencias, fomentando una disputa, ya no solo de carácter bélica, sino una guerra comercial sin precedentes a escala mundial. El control y el liderazgo de la inteligencia artificial no escapa a esas confrontaciones imperiales.
En el ámbito social, el siglo XXI ha sido testigo de cambios significativos en los valores y la estructura social. En los últimos años, se ha desatado una ola de agendas a escala global, que distorsionan el orden establecido en la sociedad que nos ha tocado vivir. Los movimientos de los derechos humanos, la igualdad de género, la lucha contra el racismo, la migración, el tema del aborto, las comunidades LGTB+, entre otras, han alterado la normativa tradicional sobre la identidad, el poder y la justicia social. Sin embargo, la reacción de la sociedad no se ha hecho esperar, han aumentado los discursos de odio y de difamación de estas agendas, dificultando el dialogo entre los diferentes grupos que pretenden expresar sus inquietudes y preferencias.
En lo que respecta a la tecnología, el siglo XXI ha visto avances sin precedentes, que ha transformado la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. La inteligencia artificial, la biotecnología, la realidad virtual, y las redes sociales, han redefinido y sobrepasado los límites de lo posible. Estas innovaciones, aunque ofrecen enormes beneficios a la humanidad, también traen consigo desafíos éticos y problemas de privacidad, seguridad y control. La tecnología ha ampliado el acceso a la información, y ha conectado al mundo de maneras antes inimaginables. Pero también ha dado pie a manipulación, desinformación y vigilancia.
En fin, el siglo XXI es un tiempo de grandes oportunidades, pero de profundos desafíos. La combinación de la robótica y la inteligencia artificial para el futuro inmediato, presagia incertidumbres inusitadas en lo que respecta al desplazamiento de la mano de obra humana, que será sustituida por los robots en la producción de bienes industrializados y servicios. Estos desafíos consisten en la capacidad que debe mostrar la sociedad, para adaptarse a estos cambios y encontrar soluciones sostenibles, que, dependerá de su habilidad para reflexionar sobre las consecuencias de sus avances y para aportar modelos más inclusivos, justos y solidarios, en los ámbitos políticos, económicos, sociales y tecnológicos.
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