Por:José Rafael Lantigua
Pupo Román se emparentó con el Jefe casándose con una de sus sobrinas, enrolado en la milicia desde muy joven alcanzó en la dictadura la más alta posición del estrellato castrense, zarandeado por el temperamento hostil del Generalísimo comenzó a percatarse de que era apremiante huir de ese suplicio, se convirtió en conspirador para terminar con la vida del dictador y abandonado a su suerte en el momento supremo perdió todas sus prerrogativas, terminando su vida del modo más cruel que pueda concebirse.
Su tragedia personal afectó –histórica, física y emocionalmente- a su familia, dividida entre dos orillas, los romanes y los Trujillo, cuyos integrantes iniciaron un calvario que quizás todavía perdura, pues junto al drama sufrido por el padre torturado, mutilado y lanzado sus restos al mar, debieron padecer la fogarada del odio desde el escarnio de los trujillistas y desde el baldón que colocaron sobre su memoria los antitrujillistas.
Pupo es el único miembro de la conjura del 30 de mayo no reivindicado por nadie. Para unos, fue un traidor; para otros, fue el cobarde que desapareció en el momento crucial y no cumplió el rol que tenía encomendado en la trama. Entre esos dos espacios oscuros se ha debatido el registro, tal vez siempre imperfecto, de su participación en la muerte del hermano de su suegra, del tío de su esposa y del tío-abuelo de sus hijos. Tres caras tiene esta historia y desde cualquiera de ellas sólo puede columbrarse un sinfín de incógnitas enredadas entre insatisfacciones, vínculos sanguíneos, un catálogo de infortunios y un rol histórico que, cincuenta y cinco años más tarde, aún no alcanza a fijar su real estatura.
Pupo –el general José René Román Fernández- disfrutó de honores y brevas durante la dictadura. Pero, de igual modo, sufrió desde el mismo día de su boda las embestidas del hombre fuerte del país, cuando recibió la orden de partir al día siguiente de sus esponsales a ocupar la comandancia de un pueblo sureño, frustrando así su luna de miel. Pagaría errores de Ramfis, que Trujillo prefería que él figurara como responsable. Se enfrentó en otras ocasiones a los excesos habituales del hijo mimado del dictador, sobre todo cuando la invasión del 14 de junio. Tuvo en Tunti Sánchez, principal paniaguado de Ramfis, a un enemigo turbulento. Y hasta horas antes del ajusticiamiento, el Jefe lo humilló frente a sus colegas de forma absurda y caprichosa. A esta hora, ya Pupo estaba enrolado en la conjura, gracias a la amistad estrecha que siempre tuvo con sus compadres Luis Amiama Tió y Juan Tomás Díaz, con los que siempre Mireya, su mujer, los vio conversar a solas en la terraza de su residencia o en tenidas sociales. “Si tu tío piensa que matando mujeres va a mantenerse en el poder, conmigo no va a contar”. Eso le dijo Pupo a Mireya cuando tuvo conocimiento del asesinato de las hermanas Mirabal, mientras hacía rodar por el suelo los adornos, cremas y perfumes que estaban en el tocador. Esta es una cara.
Mireya García Trujillo llegó a asegurar que estaba convencida de que la presencia de Pupo en la conjura del 30 de mayo se fraguó largos meses antes del hecho. Luis Amiama Tió declararía que fue en enero de 1961 cuando Pupo se integró al grupo. En esos meses previos al magnicidio, Pupo se mostraba impaciente, nervioso, confundido tal vez, incluso en ocasiones mostraba incoherencia en el ambiente familiar. Hablaba de aspectos que su mujer y sus hijos no alcanzaban a comprender. Condenaba los gastos que consideraba superfluos en su familia. Se enojaba sin motivos y, con frecuencia, aprovechaba los pasadías en su finca para cuchichear a solas con sus compadres, conversaciones que originó que Mireya lo comentara con su comadre Chana, esposa de Juan Tomás Díaz.
Nueve días antes de la noche de autos –en la definición de Antonio García Vázquez- Pupo celebró en familia su medio siglo de existencia. El Jefe acaba de designarlo Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, un nombramiento que Ramfis había digerido con encono y que había creado escozor familiar porque el sustituido era su cuñado, el general José García Trujillo, hermano mayor de Mireya. Los que llegaban a felicitarle en su día, aprovechaban para festejar su designación, pero Pupo decía a sus contertulios: “No me feliciten. Esta ha sido la vaina más grande que me han echado, me han puesto a cavar mi propia tumba”.
El día de la tormenta, Pupo acompañó al Jefe en su caminata diaria por la avenida Máximo Gómez hasta el Malecón. Lo habitual era que una vez concluida la ruta, los funcionarios saludaran al Jefe y se retiraran. Esta vez, Trujillo pidió a Pupo que lo acompañase en su auto hacia San Isidro. En esas nimiedades propias de megalómanos, Trujillo reclamó a su ministro el porqué de la existencia de un charco frente a la base de la aviación. El dictador ordenó a Pupo que se parase en medio del lodazal, por lo que las botas y los ruedos del pantalón militar del ministro quedaron empapados. Cuando el Jefe se retiró, Pupo partió a su casa donde llegó “hecho una fiera, rebosante de ira”. Animado seguramente por la ternura de su esposa, decidió irse a la cama, pero no pasó mucho tiempo antes de escuchar los bocinazos del Mercedes Benz del general Arturo Espaillat, Navajita, quien traía consigo una trágica noticia. Pupo salió a ordenar acuartelamiento de tropas y a enterarse de los pormenores del suceso. Entonces, se apareció en su casa Luis Amiama Tió preguntando por el compadre. Mireya le dijo a Luis –como si él nada supiese- que Pupo no estaba y que al Jefe parecía que le habían hecho algo. “Quédese tranquila, comadre, yo vuelvo más tarde”, le dijo Luis. Pero, nunca más regresó. Esa es la segunda cara.
Pupo estuvo yendo y viniendo durante esa noche. Salía de su casa y regresaba de nuevo, desconcertado. ¿Esperaba a sus contactos? Luis Amiama, con toda seguridad, tuvo que buscar rápido refugio, sobre todo cuando se supo que el SIM de Johnny Abbes ya tenía todas las informaciones del hecho y de sus protagonistas. Pupo pudo haberse encontrado con algunos de los conjurados mientras rodaba en su auto por las calles capitaleñas, pero nadie podía distinguirlo porque su auto oficial –ay, el azar y sus trapisondas- estaba en reparación. A su casa llegó a la medianoche la noticia de la implicación de Pupo. Comenzaba la tragedia familiar. Con apenas cinco años de edad, la hija menor de Pupo, Sabrina, no podía sospechar siquiera lo que sucedía aquel 30 de mayo de 1961. Pero, más de cincuenta años después, luego de largas, intensas y dolorosas investigaciones, y en ocasiones hasta contra la oposición de su familia, ella ha intentado enlazar todos los hilos de la dramática historia vivida por los romanes a causa de la involucración de Pupo en el tiranicidio. Esta es la tercera cara. (Primera parte).
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