Por: Carlos Manuel Diloné
A partir del año 1873, se produce la primera gran crisis del sistema capitalista de la historia, esta dificultad marcó el final de la fase inicial del capitalismo, caracterizado por una burguesía naciente de pequeñas empresas y libre competencia —etapa del capitalismo de competencia— y la construcción de mercados nacionales. La superación de este trance estuvo ligada a la expansión del sistema económico hacia el exterior. Fue la etapa del imperialismo y la colonización del resto del mundo por parte de las potencias europeas, la aparición de las grandes empresas y una creciente importancia de las finanzas y la internacionalización de la economía.
Este conflicto se inicia en Austria, a principios de mayo de 1873 a partir de un crac bancario y un colapso bursátil en Viena, que luego afectó a Alemania y otros mercados financieros en Europa. En septiembre del mismo año, se desata un grave problema bursátil y ferroviario en Estados Unidos que dio inicio a un período de recesión en ese país que habría de durar hasta alrededor de 1878.
A su vez, la inestabilidad comenzó a transmitirse a nivel internacional, provocando múltiples derrumbes bancarios y comerciales en decenas de países, siendo reforzados por una baja sostenida de flujos de capitales internacionales y una caída pronunciada de los precios, tanto de productos primarios como de manufacturas.
Una de las particularidades de este desequilibrio fue su larga duración, que afectó tanto los sectores agrícola, industrial y financiero de todo el mundo industrializado y generaría posteriores cambios en la sociedad. Diversos factores confluyen para desencadenar tal desastre; por un lado la introducción de las máquinas de vapor, algo que agilizaría el transporte entre regiones tremendamente distantes (América y Europa) y que facilitaría el tránsito de población europea hacia zonas americanas donde poder labrarse un futuro mejor (principalmente en el campo, gracias a las facilidades para obtener tierras), así como la exportación de materiales y diversos productos agrícolas desde el continente americano al europeo, con la característica de que éstos estarían producidos a coste mucho menor que los mismos producidos en Europa, trayendo la consecuencia fatal de la miseria rural en dicho continente.
Este escollo creo una situación inusitada, ya que las recesiones anteriores eran de subsistencia, fruto de la escasez y las hambrunas, de modo que el costo de los alimentos de primera necesidad se disparaba, reduciéndose el poder adquisitivo y por ende reduciendo también, el gasto destinado a los productos manufacturados. En cambio, ahora los países europeos se enfrentaban a una situación desconocida, un problema nuevo y por lo tanto tenían que plantear una solución diferente. La revolución agrícola permitió́ mitigar las malas cosechas y contar con reservas. Con el tiempo se erradicaron los dilemas de subsistencia, pero pensemos que desde la perspectiva smithiana de la ley de la oferta y la demanda, la sobreproducción, un exceso de oferta genera una bajada de los precios, de los beneficios y salarios, además del cierre de empresas y el consecuente aumento del paro y la conflictividad social.
Las crisis por definición generan políticas nacionalistas, hermetismo y proteccionismo, en consecuencia, los países europeos cerraron sus fronteras descendiendo las importaciones, de modo que había que encontrar nuevos mercados que no estuvieran controlados.
Como consecuencia directa de este riesgo, los valores de los productos cayeron hasta en un 40% por debajo de su costo regular, lo que provocó que el precio de producción resultare menor que el valor de venta, esto impactó de manera directa en la economía de la República Dominicana, muy especialmente en la Común de Barahona, pues la madera se comercializaba generalmente con los mercados de países europeos y con los Estados Unidos de Norteamérica, los comerciantes que controlaban el negocio de la madera emigraron a otros modelos de producción.
La Gran Depresión de1873 a 1896, “que afectó tanto los sectores agrícola, industrial y financiero de todo el mundo industrializado”, deprimió la tasación de la madera en los mercados europeos, esto afectó los cortes de madera en el Distrito Marítimo de Barahona, traduciéndose en bajas operaciones del puerto de Barahona, lo que llevó al Poder Ejecutivo a decretar el cierre para la importación en el año1893, del referido puerto; el argumento utilizado para justificar el cierre fue “que las operaciones de importación que se realizan por el puerto de Barahona no rinden ni siquiera la utilidad indispensable para atender a los gastos que ocasiona el tren de empleados designados para el servicio de aquella Aduana”[1]. Este decreto fue derogado por la Ley de Aduanas y Puertos de fecha 26 de Junio de 1896.
En noviembre del año 1893 el vicepresidente Figuereo firma un Decreto por el cual todo el que siembre cacao o café en los diez años siguientes recibirá $50 por cada 2,000 matas en producción; los que ya tienen 2,000 matas son declarados «exentos de todo servicio militar ordinario». Como consecuencia del desplome del precio de la madera, los principales comerciantes de Barahona habían emigrado al cultivo del café. “También del extremo occidental del país, de Enriquillo, llegan en ese tiempo noticias de cultivo de café: desde 1889, cuando bajaron los precios de maderas en el mercado europeo, los señores Mota, que habían creado una fuente de trabajo en la región de Barahona con su comercio de madera, habían pasado a cultivar café en terrenos cercanos; Mota ya poseía más de 150,000 matas; otros cuatro agricultores tenían más de 60,000 matas cada uno; además, había muchos pequeños propietarios”[2].
La siguiente carta, es una fuente primaria redactada por los actores del momento, quienes le explican al Presidente de la República Dominicana, los detalles minuciosos de cómo fue introducido el café en Chene, perteneciente a la Común de Enriquillo.
CARTA ABIERTA
AL SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
Enriquillo, noviembre 4 de 1893.
Señor:
Dos documentos oficiales que entrañan el mismo alto propósito en favor de la industria agrícola en lo que concierne al cultivo de dos ricos frutos: el café y el cacao, llamados a constituir en lo futuro una parte considerable de la fortuna pública, han visto la luz recientemente en los periódicos de la ciudad capital de la República.
Nos referimos a la estimuladora circular de excitación patriótica, dirigida por el señor general J. D. Pichardo, actual progresista Gobernador de la Provincia de Santo Domingo, a los habitantes de las zonas agrícolas en las Comunes y cantones de su jurisdicción, y a la alentadora y prometedora resolución que acaba de tomar el Ejecutivo, por el digno órgano del señor vice-Presidente de la República, con el concurso de los Ministros respectivos, cuyo objeto es fomentar el cultivo o extender y asegurar el fomento de grandes y pequeñas fincas de cacao y de café, en los muchos terrenos adecuados que para ello cuenta el país.
Ambos documentos, señor Presidente, que son ya páginas de buena honra para el gobierno de la nación, han despertado vivo interés y no menos entusiasmo entre nosotros, los agricultores de esta vasta y feracísima zona agrícola,- núcleo de la riqueza territorial de la Común de Enriquillo, – porque con ellos se tiende a impulsar resueltamente el país por la senda privilegiada del trabajo reproductor, que es senda de vida, de honra y de provecho, esto es: la plantación de los ricos y útiles granos del café y del cacao, de universal consumo, y por consiguiente de universal demanda en el orbe civilizado.
El doble ofrecimiento del decreto ejecutivo: Cincuenta pesos de prima por cada dos mil matas de café en estado de cosecha, y la exención del servicio militar permanente, son gajes muy apreciables para el pequeño agricultor necesitado siempre de ayuda y de tiempo para el logro de sus cosechas.
Gracias os sean dadas, señor Presidente, gracias sean dadas a vuestros colaboradores del Gobierno, por la protección y el estímulo que las dos citadas disposiciones ofrecen y aseguran a la agricultura y singularmente a la difusión y división del trabajo agrícola.
Nuestra satisfacción es justa porque hasta nosotros alcanza el beneficio ofrecido a quienes presenten los datos a que se contrae la referida resolución.
Y aquí es oportuno hacer el historial, aunque a grandes rasgos, de cómo se convirtió el rudo y a las veces improductivo corte de maderas de ebanistería, en la siembra y cultivo, en pequeña y grande escala, del valioso fruto arábigo.
Era el año 1883. Entonces comenzaron los señores Mota a exportar maderas en grandes cantidades, y de ahí resultó que el pago de braceros favoreció a un buen número de vecinos. Estos llegaron a creerse felices, pues tenían asegurado el diario sustento. Pero seis años después, a causa de la depreciación de la madera en los mercados europeos, los hermanos Mota se vieron forzados a mirar con relativa indiferencia esa industria, y por ello se determinó la decadencia de esa labor y se produjo el malestar económico consiguiente y desapareció el seguro jornal, y la felicidad de los braceros cesó de hecho. El trastorno fue general y las consecuencias harto sensibles. Un Rayo de esperanza lucía, empero, en las fértiles serranías del Bahoruco. Allá había ido, hacía no mucho tiempo, un batallador anónimo, el señor José G. Féliz, quien abandonó los cortes de maderas, y se fue en busca de la tierra próvida para pedirle a su cultivo el alimento de su familia. Aquel héroe del trabajo atacó con brío e inteligencia la selva virgen, desmontó su futuro campo de acción, y preparó el terreno para recibir de cuatro a seis mil matas de café. Ahorró en su fundo el uso de empalizadas, por haberlo autorizado así el bien inspirado Gobernador del Distrito, general José D. Matos, secundado por el entonces Jefe comunal, general Nicolás Luís. Pero sobrevino en breve la invasión del ganado: reses y cerdos se entrometieron en el campo, con notable perjuicio del cafetal, y el bizarro iniciador de la agricultura en Chene perdió la fe y hasta la esperanza de rendir su pingüe cosecha.
Más el 27 de Febrero de 1891, hace poco más de dos años, dos entusiastas autoridades de Enriquillo, el Comandante de Armas el uno, Juan de la Rosa Arache, y el Alcalde el otro, Manuel de Jesús Santana, convocaron al pueblo en la residencia de la autoridad gubernativa, con el objeto de conmemorar el día de gloria de la Patria. Invitose al progresista caballero don Carlos A. Mota para que contribuyese con su presencia a dar realce a la fiesta patriótica, y el amigo y protector del trabajo en esta rica porción de la República vino dispuesto a participar de nuestro entusiasmo. ¡Cómo creció la alegría al verle con nosotros! ¡Cuántas enemistades cesaron, y cuántas reconciliaciones hubo por la eficacia de su voluntad y de sus consejos!
Allí se evocó el recuerdo de la patria y de sus próceres y mártires; allí se protestó amor y adhesión a la independencia. Pero el patriotismo se revela en actos, y hubo allí un acto meritorio que constituye una etapa de gloria para quien la inició y una bendición para estas comarcas, y fue, que el señor Carlos A. Mota, después de enaltecer la memoria de los héroes y próceres de la República, entró desinteresado y bien inspirado a hablar de la agricultura. Y haciendo conocer sus múltiples ventajas, manifestó que en unión de su hermano político el señor el Eliardo Sánchez, se había propuesto recabar del Congreso Nacional que declare Chene Zona Agrícola. Para ello contaba con elementos influyentes y de buena voluntad, entre otros con su hermano el señor Jaime Mota, diputado por el Distrito, y con sus relaciones en las esferas gubernativas.
Era un acto y de él se levantó acta firmándola la mayoría, a despecho de una minoría inconforme. La solicitud se elevó al Congreso, por mediación del señor Jaime Mota en abril de 1891 y en junio votaba el Alto Cuerpo Legislador el decreto que declara Zona Agrícola la fértil y vastísima sección de Chene. El Ejecutivo lo promulgó como ley del Estado. Y, como en su ejecución sobrevinieron serios trastornos, el Gobierno y las autoridades de su dependencia, con instrucciones del Ejecutivo orillaron las dificultades e hicieron prevalecer el texto y el espíritu salvador de aquel benéfico decreto.
De ahí data, señor Presidente el cultivo en grande y pequeña escala de los cafetales que actualmente despliegan sus lozanos y cargados ramos al beso del aire fresco y húmedo de aquella bendita zona agrícola.
En cerca de tres años se ha transformado el bosque impenetrable y virgen en un campo abierto, fecundo, ubérrimo, que devuelve en ricos y abundantísimos frutos, las semillas que al próvido y feraz terreno se fía para su reproducción centuplicada. En menos de tres años, como el toque de una vara mágica, se ha troncado la tierra inculta en Zona Agrícola donde se alzan cerca de setenta cafetales.
Allí están en víspera de ofrecer óptimos frutos, unos con modesto número de matas de 1500 a 4000, y otros con un número respetable de plantas prontas al rendir pingües cosechas. A la cabeza figuran los dos (2) cafetales de los señores Jaime Mota y Carlos A. Mota con cerca de 150,000 matas; los cuatro (4) de José G. Féliz, Eliardo Sánchez, José María Vilomar y Martín Féliz, con más de 60,000 matas, y los tres (3) de Miguel Sánchez Nicolás, Ramón y Luis del Monte con más de 20,000 matas. Luego sigue La Legión de los pequeños propietarios con sus cafetales en cultivo. A ser necesario enviaremos nota detallada de los mismos al Ministerio de Fomento.
Tal es, señor Presidente, la benéfica transformación operada en esta región, la de Chene, casi desconocida, no hollada hasta hace poco por la planta humana, y hoy convertida en Zona Agrícola por el perseverante esfuerzo y la consagración de un grupo de hombres de buena voluntad, a cuyo frente figuran los progresistas hermanos Mota.
En tal transformación cabe distinguida parte al Gobierno presidido por el General Pacificador.
Que a la Zona Agrícola de Chene no le falte la protección oficial que hasta ahora se le ha dispensado; que las concesiones del último decreto de primas y exenciones de servicio lleguen a favorecer a los laboriosos cultivadores de café en la floreciente y rica común de Enriquillo: y la transformación logrará acentuarse y la fortuna pública será factor de patriotismo y de amor a la integridad del territorio en el Sur de la República.
Por si y en nombre de los agricultores de la común de Enriquillo: J. DE LA ROSA ARACHE. – BENITO TERRERO. – EDUARDO SANCHEZ. – CARLOS VIDAL. – JAVIER SALDAÑA. – FCO. SANCHEZ. – J. M. VILOMAR. – MIGUEL SANCHEZ.
Listín diario, 15 de noviembre de 1893.
[1] Colección de Leyes, Decretos y Resoluciones. decreto Núm. 3310, de fecha 4 de julio de 1893.
[2] El Pueblo Dominicano: 1850-1900, apuntes para su sociología histórica, Harry Hoetink, página 28.
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