02 de enero de 2024.
Por José A. Mateo Gil.
Parte I
El hombre, por naturaleza, no importa las circunstancias en que se encuentre, persigue sueños, alguno de los cuales nunca llega a alcanzar. Esta infructuosa búsqueda, le genera una situación de desesperanza y frustración extrema. Al punto, que asume iniciativas aventureras que ponen en riesgo hasta su propia vida. Este torbellino de confusiones y desamparo, lo conduce a buscar nuevos horizontes, con el firme propósito de dar un giro a su atormentada situación de carencias y dificultades. Cuando esto se generaliza en una colectividad, de manera espontánea, surgen grupos que se organizan para cruzar los límites fronterizos de naciones vecinas, cuyas economías son más fuertes, donde consideran se abre un abanico de posibilidades para mejorar su situación económica, personal y familiar.
Esta práctica se ha repetido, una y otra vez, durante siglos. El éxodo del pueblo hebreo en la búsqueda de la tierra prometida, es el referente más conocido en la historia de la humanidad. La esclavitud a que fueron sometidos los hebreos por las autoridades egipcias, provocó la ira de Dios, escogiendo a Moisés para conducir a su pueblo a Canaán, la tierra que Él les había prometido. Durante cuarenta (40) años vagaron en el desierto, como castigo divino, por haber desobedecido la encomienda que Dios le asignó a Moises. Este pueblo, que lo habían liberado de la esclavitud egipcia, en su trayecto a la tierra prometida, se convirtió en un anstro de depravación y de adoración a imagenes de Dioses ficticios. El antiguo testamento relata la historía del exódo de Moises, como una luz de esperanza al final del tunel para el pueblo hebreo.
Desde entonces, el tema migratorio se ha convertido en un dolor de cabeza para la mayoría de las naciones del mundo. Los límites fronterizos son testigos de grandes confrontaciones entre países hermanos que comparten el mismo territorio. En la Franja de Gaza, que en la actualidad es víctima de una confrontación belica sin precedentes en medio oriente, donde Israel y Palestina se disputan el territorio. La frontera México-EEUU, y la línea imaginaria limítrofe ente Haití y República Dominicana, entre otras tantas naciones colindantes, han ocupado la atención de los medios de comunicación del hemisferio. Él hambre, la desnutrición, y la incapacidad de los gobernantes de los países extremadamente pobres para conducir a su nación por senderos de progreso, están llevando a los ciudadanos de esos países a ver como única solución a sus problemas, violentar la línea divisoria con sus vecinos, por tener estos, niveles de desarrollo superiores a los de ellos.
En la actualidad, América Latina enfrenta dos situaciones, cuyos desenlaces no están claros, y que pudieran degenerar, no solo el caos y el desorden generalizado, sino convertirse en víctimas de una encerrona donde pierdan la vida miles de ciudadanos, presa del infortunio y la desolación. Nos referimos, por un lado, a la legión de hombres, mujeres y niños que parten desde Centroamérica, venciendo todos los obstáculos a su paso, para llegar a cruzar la frontera con Estados Unidos de América, y así, ver realizados sus sueños. Y por otro lado, el caso Dominico-Haitiano, que cada día se torna más complicado y sombrío. Estos hechos, cuyas soluciones no se vislumbran al final del túnel, requieren del empoderamiento real y oportuno de la comunidad internacional. Ningún país por poderoso que sea, está en capacidad de enfrentar por sí solo, un problema ancestral que vienen arrastrando los países pobres colindantes con naciones más fuertes.
Los inmigrantes centroamericanos que partieron en caravana desde Honduras, cruzando por Guatemala y México para llegar a la frontera con Estados Unidos, mandan una señal preocupante a las demás naciones del mundo. Esta es una iniciativa innovadora, inusual en la historia latinoamericana, que pudiera ser aprovechada por grupos extremistas, para convertir el éxodo en un referente para las demás naciones del planeta. En nombre de la pobreza y falta de oportunidades se construyen muchos despropósitos. Percibo, sin tener pretensiones proféticas, que en lo adelante, pudieran surgir grupos organizados que convertirían en negocios estas prácticas migratorias, facilitando incluso, financiamientos para la formación de grandes caravanas de inmigrantes, muy especialmente, en aquellos países que comparten el mismo territorio. Tal como ocurre en la frontera de República Dominicana con Haití.
Las autoridades dominicanas deben permanecer alertas ante cualquier situación anormal que se presente en nuestra frontera. La ingobernabilidad y el desorden imperante en el gobierno haitiano, acompañada del hambre, la falta de oportunidades, y la pobreza extrema de ese pueblo, estimula a un posible desbordamiento de las masas hacia nuestra frontera. Colocando por demás, a las autoridades dominicanas en una situación delicada en procura de resguardar los límites fronterizos. Por consiguiente, la sociedad dominicana debe ponderar la posibilidad, mediante un pacto con todos los sectores de la vida nacional, para mantener reforzada, de la forma que las circunstancias ameriten, nuestra zona limítrofe con Haití, mediante la creación de un ministerio de asuntos fronterizos, que garantice una política de continuidad del estado, no importa el preidente o partido que ostente el poder.
La debilidad institucional o la aplicación inadecuada de nuestras leyes migratorias, han permitido una invasión pacífica y silente de inmigrantes haitianos indocumentados. No es un tremendismo de nuestra parte, continuar la construcción del tan mencionado muro fronterizo de 389 kms, así como tambien, hacer un uso más intensivo de las herramientas tecnológicas de que disponemos con tal de proteger nuestra frontera, y mantener en alto el ideal y el esfuerzo de nuestros padres de la patria: Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, y Núñez de Cáceres. Nunca como ahora, se hace tan necesario mantener orden en la frontera Dominico-Haitiana, debido fundamentalmente, al detrioro y falta de control de las autoridades gubernamentales de esa nación, y el poder que tienen la bandas delincuenciales, que en definitiva son los que deciden la suerte del pueblo haitiano.
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