08 de enero de 2024.
Por José A. Mateo Gil.
Parte II
En la primera parte de este trabajo, tratamos el tema de la migración de ciudadanos nacidos en países pobres que comparten el mismo territorio con naciones más fuertes. En esta ocasión nos referiremos a la caravana de hombres, mujeres y niños de diferentes países, que parten de Centro América hacia la frontera de México-Estados Unidos, persiguiendo un sueño que todos quisieran alcanzar. En la actualidad, se estima que más de 10 mil personas están en camino hacia la frontera mexico-americana. En el trayecto algunos de ellos, los más débiles, se quedan en el camino. Otros, son apresados en el intento, recibiendo maltrato y deportados a sus respectivos países de origen. Así como también, los más sufridos y desafortunados, son los secuestrados para ser utilizados como trata de blanca y el narcotráfico. Solo una minoría logra con éxito cruzar la frontera. A esta situación de los excluidos de diferentes países de la región, no escapa la República Dominicana, la migración del pueblo haitiano hacia la patria de Duarte, se ha convertido en el tema obligatorio del momento. Las diferentes corrientes de opinión en los medios de comunicación y las redes sociales, han fijado su posición respecto a este hecho tan penoso que afecta, no solo a América Latina, sino a un número considerable de naciones del planeta que comparten el mismo territorio.
En esta segunda parte sobre el tema migratorio, pondremos especial atención al éxodo permanente en la frontera dominico-haitiana, que ha dividido a la sociedad dominicana en dos grupos de opinión: unos, que reciben el calificativo de pro-haitianos, que defienden la permanencia de esa comunidad en territorio dominicano, sin importar su status migratorio. Y otros, que se auto denominan nacionalistas, que rechazan la presencia de esos inmigrantes indocumentados en el territorio nacional, argumentando que violentan las normas establecidas por las leyes vigentes. Es oportuno señalar que, no somos, ni seremos jamás, partidarios de posiciones que radicalicen el debate. No comulgamos con el nacionalismo patológico que exhiben algunas corrientes de opinión, y mucho menos, con el pro-haitianismo enfermizo, con ribetes humanitarios plantado por otros.
Nuestra posición se inscribe dentro de una corriente del pensamiento racional y neutral, donde prime la razón y el buen juicio para analizar de manera objetiva, tan delicado tema. Hemos actuado siempre, apegado a la vedad de los hechos. Le duela a quien le duela. Por una razón muy sencilla, lo inevitable no se puede ocultar, por más que intentemos ignorar la realidad haitiana, no hay forma humana de revertir la existencia de ese pueblo o borrarlo del mapa. Nos guste o no, la República Dominicana y Haití, son dos alas del mismo pájaro, separados por idiomas, hábitos, costumbres, religiones y rasgos culturales totalmente distintos. En consecuencia, sería una necedad desconocer esta realidad que nos da de frente, y que debemos manejar con inteligencia, pie de plomo y decisión política firme, en lo que respecta al tema migratorio.
No olvidemos, que luego de proclamada la independencia de la República, el 27 de febrero de 1844, a diferencia de Haití, la República Dominicana inició un proceso de fortalecimiento de sus instituciones, y conjuntamente con la incipiente burguesía, los terratenientes, y grupos extranjeros radicados en el país, pusieron empeño en desarrollar las actividades agrícolas y ganaderas de la parte oriental de isla. Se logró con éxito ver florecer el comercio en la zona urbana, y la agropecuaria en la zona rural.
En cambio, Haití, se quedó rezagado en el desarrollo de sus actividades productivas. Enfocaron toda su atención al uso indiscriminado de sus recursos naturales, como única fuente para solventar los compromisos financieros de su gobierno. Explotaron de manera intensiva e inmisericorde, para fines de exportación, la rudimentaria industria maderera. Vendieron en el exterior toda la madera preciosa que pudieron talar. Esa cultura de depredación, entre otras razones históricas, llevó a esa nación a la situación de miseria e indigencia en que hoy se encuentra.
Muchas páginas se han escrito sobre los problemas fronterizos y la inmigración haitiana. Sin embargo, pocos han planteado fórmulas para contribuir a la búsqueda de una solución definitiva a la crisis que afecta ese país. Esta realidad nos plantea una gran interrogante:
¿Qué se puede hacer para contribuir a sacar a Haití de la situación en se encuentra?
En reiteradas ocasiones, hemos planteado que la única vía de solución a los problemas haitianos, es que los dominicanos, por ser los más afectados con el tema fronterizo, utilicen los diferentes foros internacionales para convencer a las demás naciones, de que solo la comunidad internacional empoderada, ayudaría a ese pequeño país a superar sus problemas ancestrales. En efecto, el presidente Abinader, en las diferentes reuniones mundiales que participa, ha solicitado a la comunidad internacional la intervención en Haití. Hasta ahora, por lo menos ha logrado que lo escuchen, aunque todavía no se ha ejecutado ningún plan de rescate al país más pobre del continente. En la actualidad, a lo largo de la frontera dominico-haitiana reina un estado de tensión preocupante. El gobierno dominicano ha tenido que tomar medidas extremas como respuesta a las provocaciones de las autoridades de ese pueblo, respecto a la construcción de un canal para desviar las aguas del rio Masacre, un rio binacional, que ellos han intervenido para favorecer a los empresarios agrícolas de ese país.
Sin embargo, con las medidas tomadas por el presidente dominicano para detener la construcción de dicho canal, no es mucho lo que se ha logrado. Ante esta situación, a las autoridades dominicanas no le queda otro camino que continuar su agenda de denuncia a nivel internacional. Al respecto, no debe dar ni un paso atrás. Lo aconsejable en esta coyuntura histórica del siglo XXI, es que la respuesta al conflicto migratorio entre ambos países, debe ser de colaboración. Donde los técnicos dominicanos pudieran elaborar un plan de rescate al pueblo haitiano, que contenga los aspectos más vulnerables que afectan a ese conglomerado social. Y en el acto, presentarlo a la comunidad internacional, como una muestra de solidaridad para que ese país pueda salir adelante. Esta iniciativa solo tendría éxitos, si se implementa luego de la intervención de una fuerza militar que erradique las bandas delincuenciales que controlan los estamentos de poder de ese pueblo. Para tales fines, la propuesta del referido plan debe contener los cinco ejes de desarrollo que presentamos a continuación:
1) Que la comunidad internacional asuma la ejecución de un Censo Nacional para cuantificar la cantidad de habitantes con que cuenta ese país. Y dotarlos de un documento de identidad y electoral que los identifique como ciudadanos.
2) Iniciar un programa de alfabetización y de educación, similar al implementado en la República Dominicana.
3) Poner en marcha un programa de salud pública agresivo. Construyendo hospitales en toda la geografía nacional, incluyendo la zona fronteriza.
4) Que la comunidad internacional promueva la inversión en zonas francas y otras industrias a ambos lados de la frontera, a fin de desarrollar la economía de la zona.
5) Organizar el Estado y propiciar el buen funcionamiento de las instituciones y el orden jurídico establecido.
Con la implementación de estos cinco ejes de desarrollo, y la organización y fortalecimiento de las instituciones del estado haitiano, acompañado de una fuerte inversión extranjera en infraestructuras viales, esta empobrecida nación caribeña lograría relanzar su economía y convertirse en un estado fuerte, y menos dependiente de otros países. Es así, solo así, que la República Dominicana pudiera establecer controles migratorios efectivos, debido a que ellos tendrían más oportunidades de trabajo en su territorio. Y, por consiguiente, las motivaciones que dieron origen al éxodo masivo de sus ciudadanos para cruzar la frontera disminuirían considerablemente.
Si la comunidad internacional pusiera en marcha estas iniciativas, entonces si estarían dadas las condiciones para que la relación con Haití, que es nuestro segundo socio comercial, sólo superado por Estados Unidos, lejos de los dominicanos promover campañas de confrontación y conflictos en la zona limítrofe, se enfocarían en la elaboración e implementación de estrategias tendentes a regularizar la situación migratoria de los ciudadanos de ese pueblo. Se convertiría la animadversión que se ha extendido por más de un siglo, en oportunidades de negocios. Sería un buen momento para la firma de un tratado de libre comercio con controles aduanales rigurosos. Este pudiera ser un ejercicio de buena voluntad para empezar a escribir nuevas páginas de nuestra historia como pueblos que comparten el mismo territorio. Sin lugar a dudas, un escenario como este, generaría saldos positivos en nuestra balanza comercial, debido a la ventaja competitiva de los productos nacionales con respecto a la escasa producción de la economía haitiana.
La actitud del dominicano frente a esta empobrecida nación daría un giro de 360 grados. Convertiría las diferencias, en puntos de avenencias, sus carencias, en oportunidades de negocios, el desorden migratorio, en regularización efectiva. En fin, se construiría un modo de convivencia que beneficie a ambas naciones, dejando que los conflictos fronterizos sean cosas del pasado. Y que, en ambos pueblos, sus ciudadanos, convertidos ya en abuelos, relaten a sus nietos, las grandes batallas que se libraron en esta isla caribeña, para lograr la convivencia pacífica de dos naciones con culturas total y absolutamente diferentes. Pero, inevitablemente unidas por tener que compartir el mismo territorio.
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