Por el Dr. Rafael Leonidas Pérez y Pérez.
En un centro de salud castrense dominicano, ocupaba un puesto directivo médico ejecutivo, un oficial superior profesional de la ciencia de Galeno.
Era famoso por aplicar férreamente lo que interpretaba del manual disciplinario que nos incumbía. No echaba para atrás para imponer una sanción a los médicos u otros profesionales de la salud en falta (a veces se le iba la mano). Y se distinguía físicamente por su cabeza calva brillante.
En una entrega de guardia, en el salón de conferencias repleto de galenos, odontólogos, bioanalistas, enfermeras; dicho médico militar gesticulando llamaba enérgicamente y en alta voz, la atención por un hecho acontecido en el nosocomio castrense, amenazando con sancionar a los culpables y exhortando a que este no se repitiera; de repente, se zafó una plancha del plafón del techo, y un pesado pero ágil gato cayó sobre la cabeza calva del funcionario militar, y este, sobresaltado (se le oyó pronunciar palabras ininteligibles) y avergonzado, tiró manos hacia arriba para quitarse el felino intruso que luchaba insistentemente con sus garras, para asirse en ese mingo (la bola de billar) que parecía esa cabeza. Estaba el gato en apuros de no caerse. Más que a quien arañaba con extrema dificultad.
En el salón donde nos encontrábamos con todo y felino, solo se oyó una carcajada. La de todo el auditorio…
(Imagen: Homenaje a Hanna-Barbera: Sus Dibujos Animados, también fuente).
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