Por: José Luis Sáez, S.J.
Miguel Domingo Fuertes Loren nació en Daroca, una ciudad del siglo VIII, en la provincia de Zaragoza, Aragón, España, en la madrugada del 4 de agosto de 1871. Según costumbre de la época, fue bautizado el mismo día en la Parroquia de Santiago Apóstol, derribada a principios de este siglo a causa de un estado ruinoso. Miguel Domingo era el segundo de los cuatro hijos del matrimonio de los agricultores Dionisio Fuertes Julián y Quiteria Loren Aznar, ambos de la provincia de Zaragoza, aunque el apellido Fuertes provenga originalmente de Asturias.
Miguel Domingo asistió a la escuela que tenían los Padres Escolapios junto a la Puerta Baja de la ciudad amurallada de Daroca, y al cumplir los quince años ingresó en el Seminario Conciliar de Teruel para dar inicio a sus estudios eclesiásticos. En el verano de 1886 obtiene el título de Bachiller por el Instituto de la Universidad de Zaragoza, y a los dos años, se traslada al Seminario de la misma ciudad para concluir sus estudios mayores. Allí recibirá la tonsura y las cuatro órdenes menores el 23 de septiembre de 1892. Dos años después, el 21 de diciembre de 1894, recibiría el Diaconado, y lo ejercería con beneplácito de todos en la Parroquia de Santiago de Daroca. Ocho meses más tarde, solicitaría ser admitido al Sacerdocio, que recibió el 21 de septiembre de 1895 en la Catedral de la Seo de Zaragoza, de manos del Obispo Auxiliar, Don Mariano Supervivía Lostalé.
Unas semanas después de la ordenación, el P. Fuertes recibe su primer nombramiento. El 11 de octubre de 1895 se hace cargo de la ayudantía de la Parroquia de Villafeliche, y el 10 de octubre de 1898 será trasladado como Párroco a Lechón, uno de los municipios de Daroca.
Después de ejercer su ministerio en las parroquias de Villafeliche y Lechón, ambas del arciprestazgo de Daroca, el P. Fuertes solicita las letras comendaticias para trasladarse a la Arquidiócesis de Buenos Aires. Así comenzaría su peregrinaje por tierras americanas que le llevaría, nueve años después a Barahona, para cerrar allí el libro de su vida.
Aunque no consta la fecha exacta de su llegada a Buenos Aires, sabemos que en febrero de 1899 estaba ya instalado como Capellán del Hospital Rivadavia, donde permanecería hasta finales de 1903. En enero del año siguiente, el P. Fuertes obtiene pasaporte para viajar a España, y después de una breve estancia con los suyos en Daroca, se encamina a Lima, Perú, donde el Arzobispo había aceptado ya sus servicios como Capellán del fundo rústico Hoja Redonda en la Parroquia de Santiago de Chincha Baja (Lima).
Por las notas biográficas que dejó el profesor Ignatz Urban, sabemos que el P. Fuertes estuvo en Brasil y Uruguay, probablemente antes de establecerse por año y medio en la Arquidiócesis de Lima. Sin embargo, los archivos diocesanos no arrojan saldo positivo con respecto a la supuesta estancia del sacerdote aragonés en los dos países mencionados. Ni siquiera hay constancia documental de su labor docente en Perú, como menciona el mismo Urban, y repite al pie de la letra Carlos E. Chardón.
El 26 de septiembre de 1906, el P. Fuertes abandona su trabajo en Perú, y se dirige a Panamá, el 1ro. de diciembre del mismo año, el Obispo de Panamá le asigna la Parroquia de San Pedro de Taboga, una islita a 16 kms. de la ciudad, que apenas contaba con cuatrocientas casas, una iglesia y un sanatorio.
El 22 de febrero de 1908, el P. Fuertes obtiene las licencias correspondientes para trasladarse a Santiago de Cuba. En la parroquia rural de Tí-Arriba, cerca de Alto Songo, ejercerá su ministerio desde el 18 de abril de 1908 hasta el 28 de abril de 1909, en que entrega la Parroquia al Arzobispo, y se embarca rumbo a Santo Domingo, la última etapa del viaje.
Los datos más confiables, a falta de información directa, nos hacen suponer que el P. Fuertes llegaría al puerto de Santo Domingo el domingo 16 de mayo de 1909, a bordo del vapor francés Abdel-Kader, que había hecho escala en Santiago de Cuba el día anterior.
Cuando llega el P. Fuertes a Santo Domingo, el Arzobispo Nouel, que había ocupado la sede dominicana tres años antes, estaba haciendo visita pastoral por las parroquias del Cibao. Cuando regresó de su viaje el 13 de junio, renueva las Ucencias que le había extendido el 19 de mayo el gobernador eclesiástico José María de Meriño. Después de ocuparse de alguna capellanía cercana a la Catedral, el P. Fuertes recibe el nombramiento de Párroco de Barahona el 21 de junio de 1909. Poco más de una semana después, ya está el sacerdote aragonés al frente de la destartalada iglesia de Santa Cruz, erigida en 1851.
Pocas semanas después de hacerse cargo de la Parroquia, el P. Fuertes se integra a la Junta Provincial de Estudios de Barahona, sustituyendo en ese oficio al P. José Sanz Martínez, su predecesor en la Parroquia de Barahona desde marzo de 1906. Como miembro ex-oficio, el P. Fuertes pronto formaría parte de tribunales de exámenes, además de ser nombrado Profesor Ayudante de la Escuela de Varones y Profesor Interino de la Escuela de Niñas «El Salvador».
Además de sus labores parroquiales, visita a las ermitas de Petit-Trou (Enriquillo) y Paradís (Paraíso), pronto emprenderá el P. Fuertes una nueva tarea. Con ocasión de la visita del científico alemán Hans Von Türckheimn(1853—1920) en diciembre de 1909, el Párroco de Barahona acepta colaborar con el proyecto del Profesor Ignatz Urban (1848—1931), de completar la labor de recolección de plantas iniciada en 1887 por el danés Henrik Franz Eggers. Una vez aprendida la técnica —quizás el oficio no era totalmente desconocido para él—, el P. Fuertes realiza, por lo menos, tres expediciones botánicas en 1910, 1911 y 1912. Es en esta última, precisamente, cuando el P. Fuertes conquista por vez primera la cima de La Pelona, según los datos más probables el 6 de julio de 1912.
Durante ese mismo viaje a la Cordillera Central, y por sugerencia del profesor Urban, el P. Fuertes recorrió las provincias de La Vega, Azua y Barahona. “Me interesaba mucho averiguar —dice Urban— si las plantas de las grandes alturas descubiertas por el Barón Eggers y el Conde Von Türckheim, Constanza arriba en el Valle Nuevo (2,270 m.) y en el Pico del Valle (2,630 m.) presentaban mayor extensión, y si la interesantísima flora de aquel pico que describí y analicé en Symbolae VI, pp. 280—292, se podía enriquecer con nuevos hallazgos.”
No parece que el P. Fuertes hiciera otras expediciones como herborizador después de 1912, aunque es posible que continuase ese trabajo en los alrededores de Barahona, sobre todo con motivo de sus visitas a las ermitas de Petit-Trout y Paradis. Sabemos que en esas tres expediciones mencionadas colectó más de dos mil especímenes, aunque su catálogo, elaborado en Octubre de 1916 para obsequiárselo a Monseñor Nouel junto con la colección de duplicados que aún conservamos en el país, sólo recoja 1,974 números.
En 1913, el P. Fuertes acompañará a Monseñor Nouel a Europa, al renunciar el Arzobispo a la Presidencia Interina de la República, después de haber residido en la Casa Curial de Barahona durante el último mes de su gobierno. En Europa, además de visitar a sus familiares de Daroca, establecería contacto directo con el profesor Urban, y visitaría su museo botánico. El 4 de Septiembre del mismo año, y después de haberse reunido con la comitiva del Arzobispo, probablemente en Barcelona, regresará a Santo Domingo a bordo del vapor cubano «Julia».
Una vez establecido de nuevo en su Parroquia de Barahona, el P. Fuertes se ocupará una vez más de su antigua profesión de mineralogista, que parece había cultivado, sobre todo, en el Perú. En Noviembre de ese año inicia una expedición minera que le llevará «más allá de la Beata», después de haber hecho unas semanas antes «una difícil excursión a la montaña que hay detrás de Las Damas».
De ambas excursiones científicas, el P. Fuertes presentó un informe detallado al señor Andrés Julio Montolío, cuñado de Monseñor Nouel, y con quien ya tenía amistad y relaciones comerciales el párroco de Barahona. Después de mantenerse retirado de toda actividad a causa de una crisis de salud, el P. Fuertes emprenderá otra expedición minera a la Sierra del Bahoruco, comenzando el recorrido por Enriquillo y acompañado esta vez por un ingeniero geólogo francés, que trabajaba para el Estado. Es entonces cuando el P. Fuertes descubre un enorme filón de «cobre» de 49 millones de metros cúbicos en el Bahoruco, además de confirmar la existencia de un cuantioso filón de magnesita. El filón de cobre de que habla el sacerdote —un mineral azul verdoso de cuya composición no da cuenta en sus informes—, es el que, años después, se identificaría como pectolita que, una vez pulida, tendría valor como piedra quasi preciosa, y se conocería luego como larimar.
La última expedición minera de que tenemos noticia es la que inició el P. Fuertes el 3 de enero de 1917 hacia Duvergé para «recoger unas muestras de grandes yacimientos de reciente descubrimiento». Es posible que el nombramiento del P. Fuertes como Intendente Provincial de Enseñanza de Barahona en mayo de 1917, interrumpiera por un tiempo —presentaría renuncia a su cargo en abril de 1918—, las exploraciones mineras. Nunca se interrumpiría, sin embargo, su dedicación al estudio científico de esa zona del país en que le tocó vivir los últimos diecisiete años de su vida. «Vivo conforme aquí, —le decía al Arzobispo Nouel en enero de 1917—, consagrado al estudio de la Provincia que la quiero lo que no se puede decir, y todos mis esfuerzos pienso, no esté lejos el día, de verlos coronados.
A partir de 1918, y después de haber presenciado los efectos de la ocupación militar norteamericana en el país, el P. Fuertes concentraría sus esfuerzos en los trabajos de construcción de un nuevo templo parroquial en Barahona, así como las nuevas ermitas en Enriquillo, La Ciénaga y Paraíso. La delicada salud del sacerdote, el desgaste físico de las expediciones mineras y los conflictos que surgían de este nuevo empeño, acabaron por minar su resistencia. A partir de entonces son frecuentes en su correspondencia con el Arzobispo Nouel las noticias de una nueva recaída, que le obligarían a dejar la Parroquia en manos de otro compañero sacerdote, y, por supuesto, los disgustos propios del manejo de fondos y el sometimiento a la decisión colectiva o al capricho de las autoridades locales. Si a todo esto se añade la urgencia que mostraban las autoridades eclesiásticas en la terminación y bendición del templo, tendremos una visión más completa del estado en que se encontraba el P. Fuertes cuando se acercaba la crisis definitiva de su larga enfermedad.
Después de su internamiento en el Hospital del Batey Central de la Barahona Co., sus médicos y el mismo Arzobispo Nouel le obligan a trasladarse a la Capital para someterse a tratamiento en el Hospital Padre Billini. El 9 de febrero de 1926, llegaría el P. Fuertes al puerto de Santo Domingo, probablemente acompañado del Dr. Ellis Geraldino. Tres semanas después, ya en estado de gravedad e internado en el Asilo Santa Clara, moría en la noche del 3 de marzo de 1926 el P. Miguel Domingo Fuertes Lorén, a los cincuenta y cinco años de edad y treinta y uno de ministerio sacerdotal. Su cadáver sería velado en la capilla del mismo Asilo Santa Clara, y al día siguiente, sería sepultado en una bóveda de la capilla de San José del Convento Dominico.
Aunque solamente ha podido localizarse hasta ahora un reducido porcentaje de los escritos y papeles que guardaba el P. Miguel Fuertes en el archivo de la Casa Curial de Barahona, tanto el epistolario —unas doscientas cuatro cartas—, como los testimonios escritos de la época, nos permiten trazar un retrato emocional de la personalidad del sacerdote, el científico y hombre de estudio y, sobre todo, del hombre servicial que dedicó los últimos diecisiete años de su vida a la Iglesia y la sociedad dominicana.
Ante todo, es preciso decir que el P. Fuertes fue un hombre afable, sencillo, de hablar dulce y pausado, y presto siempre a servir a los demás. A pesar de estar al frente de una parroquia de las más pobres del país, nunca dejó de socorrer a los que necesitaban más que él de ayuda. «No vacilo en afirmar —le dice a Monseñor Nouel en enero de 1917— que si no es por avaricia o lacería, no hay otro sacerdote que viva con más privaciones y estrecheces que yo en la Arquidiócesis. No han sido un día ni dos los que no he tenido el pan cotidiano suficiente para mí ni los que me rodean, y en estos mismos días no he dejado jamás de dar o al enfermo o al necesitado, y aun al que me lo pidiese en nombre de Dios, sin parar mientes si decía verdad, dimidiando mi ración o pidiendo prestado para completarla.” Las estrecheces no fueron obstáculo, sin embargo, para que el párroco cumpliera con sus compromisos ante la Curia Arquidiocesana. Sorprende, por eso, el cuidado con que prepara las cuentas trimestrales, y las cartas de excusa respetuosa cuando tarda más de lo debido.
Además de los testimonios de sus contemporáneos acerca de su predicación, trato con los feligreses, cuidado en el desempeño de su misión pastoral y, sobre todo, disponibilidad, hay numerosos testimonios escritos de la confianza que depositaron en él muchos de los habitantes de Barahona y otros lugares del país, sobre todo, cuando se trataba de obtener asesoría en materia de Botánica o Mineralogía.
Su seriedad científica —muestra fehaciente de ello está en la biblioteca que poseía a la hora de su muerte—, le ganó prestigio ante sus colegas. En su círculo de amigos y corresponsales se contaban el Dr. Femando Arturo Defilló, el Dr. Rafaele Ciferri, Director de la Estación Agronómica de Haina, el Secretario de Agricultura, Rafael A. Espaillat, el experto norteamericano George Howard Hamor, el Dr. Gerardo Marten Ellis y el educador Bayoán de Hostos, hijo del eminente Eugenio Mana de Hostos, que era director de la Escuela de Varones de Barahona a la llegada del P. Fuertes a esa ciudad en 1909.
De su correspondencia con el Arzobispo Adolfo Alejandro Nouel —no han podido ser ubicadas todas las cartas de Nouel al Párroco de Barahona—, se deduce el cariño y la obediencia filial que caracterizó la amistad que unía al sacerdote español con el Arzobispo de Santo Domingo desde 1909.
Los apelativos que usa para dirigirse al Arzobispo («Padre de mi alma», «Monseñor de mi respeto y afecto», etc.), el interés que muestra con frecuencia por los familiares del mismo Nouel, y el cariño con que recuerda a los pequeños, nos revelan a un hombre afectuoso y sentimental. Los altibajos euforia-depresión, que deja entrever en algunas de sus cartas, sobre todo a partir de 1918, refuerza el carácter sentimental propio de los aragoneses. Este predominio de lo sentimental no significa en modo alguno que el P. Fuertes no adoptase cierta dureza cuando se trataba de hacer valer el orden, la justicia y hasta «la letra de la Ley», como ocurrió a su llegada a Barahona, y ante la extrañeza del entonces párroco, José Sanz Martínez, que parecía renuente a abandonar su cómoda posición como Presidente del Ayuntamiento y de la Junta de Estudios.
El Ayuntamiento y la Gobernación de Barahona solicitaron frecuentemente la colaboración del P. Fuertes para cuantas tareas se presentasen, en las que su asesoría era la única a mano. Colaboró en la redacción de un informe sobre el estado sanitario de la Provincia en 1925, y antes había redactado un memorándum sobre la educación en Barahona (1917), había hecho un presupuesto detallado de las necesidades de las escuelas de la región (1910), y sería comisionado para gestionar, en 1925, la instalación del primer alumbrado eléctrico de la ciudad. Sabemos, indirectamente, que el P. Fuertes asesoró a algunos botánicos o simples investigadores de la flora o los recursos naturales de la isla. Así parece que ocurrió con el Dr. Wythe Cooke que acompañaba a Clyde P. Ross y Thomas W. Vaughan en mayo y junio de 1919 en una expedición por las provincias de Azua y Barahona.
A la hora de su muerte, el Secretario de Agricultura e Inmigración del gobierno de Horacio Vásquez, solicitó formalmente a Monseñor Nouel la donación o cesión de las colecciones botánica, paleontológica y mineralógica que pertenecía al P. Fuertes. Unas semanas después, el Arzobispo de Santo Domingo donaba a la Escuela de Agronomía la colección de plantas que el P. Fuertes le había obsequiado en Octubre de 1916. Años más tarde, la colección de duplicados de Nouel fue depositada en el Herbario de la entonces Universidad de Santo Domingo (USD), donde aún se conservan a pesar del tiempo y los accidentes del clima.
Aunque son varios los autores que se han ocupado de evaluar la labor del P. Fuertes como colector de plantas —Benemeritus Florae Domingensis, le llamó el profesor Urban—, es preciso destacar la enorme proyección que tuvo su obra entre los hombres de ciencia, aunque tanto Barahona como Zaragoza nunca llegaran a saber la categoría y el fruto del trabajo callado de aquel hombre bondadoso que se rodeaba de libros y plantas secas en las horas que le dejaba libre su iglesia y sus feligreses.
Sabemos que el profesor Ignatz Urban creó el género Fuertesia, en la familia de las Loasáceas, precisamente en honor del P. Miguel Fuertes, y más tarde, el botánico Schlechter, también en su honor, bautizó un nuevo género entre las Orquidáceas: el Fuertesiella. Como agrega el Dr. José de Jesús Jiménez, han sido bautizadas con el nombre del P. Fuertes treinta y dos especies endémicas y cuatro de los helechos.
A la hora de su muerte, las colecciones de plantas del P. Fuertes se encontraban en catorce museos o herbarios de Europa, seis de los Estados Unidos, y cinco colecciones privadas, incluyendo la que él mismo obsequió en 1916 al Arzobispo Adolfo Alejandro Nouel, de que hablábamos más arriba. Además de las colecciones ya constatadas, actualmente nos consta que las colecciones de plantas enviadas por el P. Fuertes directamente o a través del profesor Urban, se encuentran en el Museo de Historia Natural de Viena (589 muestras), en el «British Museum» de Londres (722 muestras), en la Colección Botánica del Estado de Munich (209 muestras), y en el «Field Museum of Natural History» de Chicago (658 muestras). En algunos de esos herbarios se conserva además correspondencia del profesor Urban o del mismo Fuertes.
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