Por: José Del Castillo
La obra clásica sobre la intervención de 1916, The Americans in Santo Domingo (1928), se debe a un economista e historiador norteamericano, Melvin Moses Knight, a quien le fuera encomendado ese estudio por el American Fund for Public Service, como parte de una serie de investigaciones acerca del papel de las inversiones de los Estados Unidos en el exterior. De ese meritorio programa saldrían las obras de Leland Jenks, Nuestra Colonia de Cuba y de Margaret Marsh, Nuestros Bancos en Bolivia. Serían las primeras monografías sobre lo que se conocería como “imperialismo económico”.
Por muchos años, la obra de Knight permaneció sin parangón, brillando solitaria en el firmamento académico. A finales del siglo XX, el historiador Bruce J. Calder culminó su tesis doctoral sobre la administración militar norteamericana y sus consecuencias para la sociedad dominicana, publicada por la Universidad de Texas bajo el título The Impact of Intervention (1984). El autor presenta un balance más equilibrado de la obra del gobierno militar, bajo la tesis de que buena parte de sus ejecutorias se hallaba inspirada en la ideología progresista, en boga en EEUU. Que preconizaba la introducción de reformas económicas y sociales en esa sociedad con sentido de equidad.
El aporte de Calder tiende a relativizar la “leyenda negra” sobre la Ocupación, alentada por el enfoque radical de Melvin Knight, el nacionalismo de la elite dominicana de los años 20 y el maniqueísmo marxista o neo marxista en la joven generación de estudiosos de las ciencias sociales, proclive a ver intencionalidad perversamente maquiavélica en todos los actos del consignado imperialismo. Existen tres ediciones en español del libro de Calder, la última de 2014 de la Academia Dominicana de la Historia, bajo el título El Impacto de la Intervención. La República Dominicana durante la ocupación norteamericana de 1916-1924.
A estas obras se agrega un clásico como Naboth’s Vineyard. The Dominican Republic 1844-1924 (1928), de Benjamin Sumner Welles, quien fuera jefe de la división latinoamericana del Departamento de Estado, Comisionado Especial en la República Dominicana entre 1922-25 y Subsecretario de Estado. Clave para entender los pormenores de la diplomacia norteamericana en las primeras décadas de este siglo, al igual que Intervention and Dollar Diplomacy in the Caribbean 1900-1921, de Dana G. Munro, quien desde 1919 jugaría un rol en la formación de la política norteamericana hacia la región, como funcionario del Departamento de Estado.
Cuando en 1964 se publicaba la obra de Munro, un antiguo oficial del U.S. Marine Corps, David Charles MacMichael, presentaba su excelente disertación doctoral bajo el título The United States and the Dominican Republic, 1871-1940: A Cycle in Caribbean Diplomacy.
Estos textos se conectan a los de Charles C. Tansill, Los Estados Unidos y Santo Domingo, 1798-1873 y William R. Tansill, Diplomatic Relations between the United States and the Dominican Republic, 1874-1899, para cubrir la fascinante historia de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
En adición, dos obras resultan esenciales para entender lo que sucedió en las primeras décadas del siglo pasado, en especial en los años 20. De Lilís a Trujillo (1944), de Luis Felipe Mejía, quien fuera diputado horacista y uno de los primeros exiliados antitrujillistas, con edición reciente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos (2014). Y Los Responsables. Fracaso de la Tercera República (1973), del puertorriqueño Víctor M. Medina Benet, empleado de la legación diplomática estadounidense en el país, reeditada por los Bibliófilos en 2013.
No sólo diplomáticos y scholars del Norte se ocuparían de escribir sobre estas relaciones. Los marines que desembarcaban en territorios que les eran desconocidos, recibieron el impacto de experiencias muchas veces inéditas. El contacto con el clima abrasador de los trópicos, con una naturaleza selvática, con lenguas y costumbres extrañas, bajo condiciones de vida rudimentarias imperantes en las zonas rurales, junto a las funciones de gobierno a desempeñar, proporcionó materia prima para la escritura.
Informes oficiales sobre los más diversos tópicos, artículos de divulgación de la obra realizada por los marines, relatos de viajes y escaramuzas, narraciones de costumbres y obras de ficción literaria, se confunden en la masa de materiales que produjo la Ocupación militar americana.
A manera de referencia, algunos títulos: Santo Domingo, its Past and its Present Condition (1920), publicación oficial del gobierno militar. “Civil Government in Santo Domingo in the Early Days of the Military Occupation”, colaboración del coronel Rufus H. Lane a la Marine Corps Gazette. Indoctrination in Santo Domingo, texto para ser leído a los marines de la autoría del oficial jurídico, primer teniente Robert C. Kilmartin. Y Some Forced Plane Landing in Santo Domingo, en el cual el segundo teniente Hayne D. Boyden relata sus vuelos sobre territorio dominicano. La saga literaria del cuerpo de oficiales navales desemboca en la obra de Arthur J. Burks, Land of Checkerboard Families, publicada en 1932, con edición de los Bibliófilos bajo el título El país de las familias multicolores (1990).
Otros materiales bibliográficos comprenden a Samuel G. Inman, Through Santo Domingo and Haiti. A cruise with the marines. Report of a visit to the Island, edición del. Committee on Cooperation in Latin America, New York City, 1919. Y a los historiadores militares Stephen M. Fuller y Graham A. Cosmas, quienes aportaron Marines in the Dominican Republic 1916-1924, obra basada en el estudio de las fuentes oficiales del History and Museums Division of the U.S. Marine Corps, publicada en 1974 por Government Printing Office, Washington.
El caso de Arthur J. Burks es sumamente ilustrativo del espíritu de aventura que motivaba a algunos de estos actores militares. Segundo teniente del Cuerpo de Infantería de la Marina de los Estados Unidos, llegó a Santo Domingo en 1922 en busca de acción, luego de haber permanecido durante la Primera Guerra Mundial como oficial de entrenamiento en una base de la armada situada en California y de haber laborado en la Oficina del Censo, en Washington. Cansado de permanecer alejado del escenario de guerra, en funciones de entrenamiento y de gabinete, vino a Santo Domingo acompañado de su esposa y de su primer hijo, con el objetivo de acumular experiencias que luego le sirvieran para alimentar su vocación de escritor de literatura de ficción.
Unos 35 libros y más de 1,200 cuentos serían el balance de una vida llena de emociones, que le llevarían también a China en 1927 como asistente del legendario Smedley D. Butler, que luego lo situaría en la selva amazónica conviviendo con los indios mundurucus colectando plantas medicinales que servirían a las investigaciones oncológicas. Y que le involucraría en la industria cinematográfica durante los años dorados del cine de estudio de Hollywood, escribiendo libretos y auxiliando en la producción de algunos films.
Burks alternó la vida militar con la de escritor. Mientras entre 1917 y 1928 estuvo con las botas puestas hoyando el barro, entre este último año y 1941 se radicó en New York, escribiendo para diferentes revistas, periódicos, así como para la radio y el cine. Para reingresar a las filas de la Marina con rango de capitán, cuando su país se proponía participar en la Segunda Guerra Mundial, actuando como supervisor de la formación de más de 17 mil soldados en Parris Island, Carolina del Sur y como entrenador en guerra anfibia y ataque personal, en Cuba, con mira al desembarco norteamericano en el Japón. Al término de la guerra alcanzaría el rango de teniente coronel.
Falleció en 1974, a los 76 años, tras haber derivado -como sucede en la edad provecta con muchos hombres de acción- hacia preocupaciones metafísicas que le llevaron a recorrer el país como conferencista y a ser ordenado ministro de la Christian Spiritual Alliance y en The Church of Ageless Wisdom. Políticamente, si de algo sirve el dato, fue demócrata.
En El país de las familias multicolores relata el autor sus experiencias al frente de diferentes funciones ejercidas en dos años y medio de estancia en Santo Domingo. La lectura de sus páginas apasiona desde el primer momento, cuando Burks logra atrapar el interés del lector, manteniéndolo a lo largo de una sucesión de relatos dominados por la acción. No resulta fortuito que la obra se inicie con la historia del asesinato a quema ropa del presidente Cáceres, una forma de situar al lector en el centro del drama dominicano y de avanzar un motivo del argumentario oficial empleado para justificar la intervención. “Difícilmente puede negarse -dice Burks- que el caos que siguió tras la muerte de Mon Cáceres…condujo a la necesidad de la intervención americana”.
En veinte capítulos cargados de emoción -cual si fuere una serie de Indiana Jones-, Burks refiere sus vivencias más sobresalientes, derivadas de la ejecución de las tareas asignadas. Como comandante de regimiento en Barahona -donde también fue juez prebostal y alcaide de la cárcel. Como jefe de topógrafos improvisados que levantó cartografía en varias provincias. Y en calidad de cabeza de la Oficina de la Brigada de Inteligencia, radicada en Santo Domingo con jurisdicción nacional. Función ésta que le llevó a moverse por toda la geografía dominicana, tras las huellas de los contrabandistas de armas y de los denominados “bandidos”. Así como a parar las orejas en los mentideros de la política criolla a través de una bien articulada red de informantes.
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