Por: Iván De La Cruz
1ra. Etapa: “Bajo la Mata de Almendra” – En mi Casa.-
Eran los tiempos allá en el Batey Central (Ingenio Barahona) cuando debajo de la Mata de Almendra en el patio de nuestra casita, mi mamá Doña Albita improvisó una “Escuelita/Hogar” en la cual a ella le tocó alfabetizar a un buen grupo de los muchachones de aquel entonces.
Siendo yo apenas un infante que todavía usaba la famosa “Sillita” que tenía un hoyo en el medio, me tocó ser “alumno prematuro” de aquellas clases, y por eso Doña Alba se convirtió en mi “Primera Profesora”.
Fueron pasando los años, y bajo las instrucciones de mi madre fui aprendiendo a leer y escribir las vocales, el abecedario, a sumar, y restar. Por eso a mí corta edad yo también estaba alfabetizado, pero no calificaba para asistir al a escuela formal, por no contar con la edad mínima reglamentaria en aquellos tiempos (7 años).
2da. Etapa: “En la Escuelita de Balín” – Aprendiendo Con Amor.-
Entonces para no permitirme estar dando canillas ‘calle arriba y calle abajo’ en el Barrio Juan Pablo Duarte, Doña Albita me inscribió en la ‘Escuelita Hogar de Balín’. La mencionada escuela funcionaba en un antiguo cobertizo criadero de gallinas y patos, en el patio de la casa de la Señora Balín, esposa del Difunto Sr. Viché, quienes vivían en la Calles 5, al lado de Macho Grúa.
Allí nos sentíamos como príncipes bajas las cariñosas atenciones de las hijas de nuestra amada Balín, quienes nos enseñaron usando la famosa Cartilla Silabaría de “Coquito”, y nos Pre-calificaron para entrar en el 1er. Curso de Enseñanza Básica, sin tener aun la edad que nos permitiera hacerlo. Nos prepararon a futuro.
3ra. Etapa: “En la Escuela de la Iglesia” – Enseñanza bajo el Terror.-
Para limitarme a estar en el medio ‘tigeriando’, la autora de mis días me inscribió en una “Escuela de Refuerzo” que funcionaba en la Iglesia Adventista ubicada en la Calle 2, frente al Legendario Taller de Marañón. Allí la enseñanza era un tanto drástica, y rigurosa. No puedo olvidar al Profesor Fernando, un caballero especie de militar frustrado que nos instruía de una forma dura, y un tanto subida de tono.
Al menor error cometido por cualquier alumno, se le aplicaban duros castigos que consistían en fuertes “Jalones” de Orejas, pelas duras con reglas de madera, le lanzaba el borrador de la pizarra, y fuetazos con correa. Recuerdo que varios padres tuvieron que ir a quejarse por el maltrato recibido por sus hijos.
4ta. Etapa: “En la Escuela del Profesor Fuche” – Aprendiendo Militarmente.-
Ya alfabetizado, con seis (6) años, y como no me faltaba un año para poder ingresar en la escuela oficial, mi amadísima madre dizque para no tenerme “haciendo nada” procedió a inscribirme en la Famosa (Odiada por muchos) Escuela del “Temido” Profesor Fuche.
Fuche, cuyo nombre real es Rafael (apellido no recuerdo), quien más que Profesor era un Educador y Formador de carácter extremadamente autoritario, y a quien nunca se le vio una sonrisa en el rostro. Su escuela era una especie de “Academia Militar” en donde se tenía que aprender “por la buena o por la mala”. No responder correctamente a una pregunta suya significaba un castigo automático en tiempo real. De allí la fama ganada con creces del miedo y el terror que infundían el Profe Fuche y su centro de enseñanza. Al ingresar en ella pasábamos a ser una especie de “Propiedad” del profesor, a quien nuestros padres le otorgaban todos los derechos para instruirnos a su férrea manera.
Dicha escuela estaba ubicada en el Sector “Los Blocks”, que era el Barrio construido para Obreros del Ingenio Barahona. Funcionaba en lo que originalmente era una Cocina/Lavadero, y en la misma no existían aulas separadas, sino que todos los alumnos estaban agrupados, pero divididos en niveles escolares (Cursos) desde el Kinder Garden (Kinder-Gato), hasta el Cuarto (4to) Curso de Nivel Escolar Básico.
Los estudiantes de los cursos más bajitos tenían que llevar sus propias sillitas artesanales fabricadas de Guano, y quedaban ubicados en la parte alta de la cocina, en los que serían los “Lavaderos”. Los de más alto nivel recibían enseñanza sentados en los largos asientos a cada lado de las interminables mesetas que servían como mesas. Todo ese espacio era supervisado, y estrictamente vigilado por el temido profesor Fuche, quien tenía un par de asistentes para llevar a cabo la difícil tarea de impartir docencia a todos los allí convocados.
Yo era “El Nuevo”, y mis primeros días fueron duros, pero al mismo tiempo exitosos. Las enseñanzas adquiridas previamente en las anteriores “Escuelitas” me sirvieron de trampolín para avanzar y pasarle a mis compañeros. Fue así como a pocos días de estar recibiendo clases en el Curso Primero “A” de Primaria (Primero Atrasao), me atreví a leer en voz baja lo que había escrito en una pizarra de un grupo más avanzado. Al momento de mi atrevimiento el profesor escuchó mi voz, y con energía preguntó:
– “Quien fue que dijo eso?”
– Todos a mi alrededor le respondieron señalándome: “Profesor, fue el Nuevo”!!.
El miedo quemaba mis entrañas cuando ese rostro feroz se centró en mi persona, y con voz de trueno me ordenó:
– “Póngase de pie y lea lo que dice en el pizarrón!!!”.
Tembloroso, asustado y casi orinándome, con la voz que no me salía del miedo di lectura correctamente a todo lo que estaba escrito. Y fue cuando el profesor afirmativamente exclamó: “Ese muchacho sabe demasiado para estar en ese curso”… “Inmediatamente queda promovido a Primero B (Primero Adelantao)!!”.
Dos semanas más tarde se repitió la cosa. En esa ocasión fue resolviendo sumas y restas. Al llegar mi momento resolví todo sin cometer un solo error, y nuevamente el profesor exclamó: “Ese muchacho no puede estar en ese curso”… “Mañana pasa al grupo de Segundo!!!”. Así fue como en cuestión de días pasé dos niveles que me tomarían cursarlos normalmente dos años. Avancé a velocidad de rayo. Eso dejó evidenciado que mi mamá tuvo razón cuando decidió ocupar mi tiempo en las escuelitas.
Una tarde cualquiera, ya finalizado el Tercer Curso de Primaria, sin aviso previo se presentó a nuestra casa el Prof. Fuche. Al verlo llegar mi mamá lo hizo pasar, luego me llamó a la habitación, y me dijo: “Prepárate, si es una queja que viene a dar, te voy a matar!!”. Sentado el profesor bajo la mata de almendra en el patio, le pide a mi madre que me llamara, y me integrara a la conversación. El miedo, y el pánico me comían vivo. El profesor inició su dialogo explicando a mi madre que el motivo de su visita era sugerirle que aprovechara el máximo de potencial a mi corta edad, y me pusiera a cursar el Cuarto Curso de Primaria en la modalidad de “Curso Libre” en las vacaciones. La doña le preguntó que si eso no era mucho esfuerzo, a lo que él le respondió que no, que en el tiempo que yo estaba bajo su mando había respondido de forma satisfactoria, y que sería una perdida no sacar provecho a esas condiciones. El hombre la convenció, y con ello mis meses de vacaciones se convirtieron en estudios acelerados, y exámenes al finalizarlos. Por lo que me tocó cursar un año escolar completo en solo tres meses. Por eso al iniciar el siguiente ciclo escolar mis amigos entraban a cursar el Cuarto Curso en la Escuela de Fuche, y yo iba de salida para ingresar al Quinto Curso en el Colegio de las Monjas.
Pero no todo era color de rosas. Cuando cometíamos el mínimo error, entonces nos tocaba enfrentarnos a la parte represiva del profesor, quien tenía varias Reglas de madera con la cual nos daba “Tablazos” en las palmas de las manos. El método era de “Preguntas y Respuestas”, a cada respuesta errónea se sumaba un “Reglazo”, luego del azote el profesor nos decía la respuesta correcta, la cual debíamos repetir con energía mirando a los compañeros. La cosa tomaba ribetes terroríficos cuando se trababa de operaciones matemáticas. Si por ejemplo uno decía un valor errado, con energía nos repetía la pregunta… Ejemplo: “Cuanto es Dos por Dos??”, si la respuesta era Seis, entonces nos decía: “Abra la Mano”… A seguidas nos aplicaba Seis reglazos durísimos en las manos, y al final nos gritaba con voz de Sargento Retirado: “Dos más Dos son Cuatro!!”… Repítalo.
El mayor terror eran los tiempos de las temidas “Tablas” de Multiplicar, porque a cada respuesta errada nos aplicaban esa misma cantidad de tablazos en las manos. Y mientras decías una respuesta errónea, recibía esa misma cantidad de reglazos. Algunos por instinto jalaban las manos para evitar el reglazo, y eso les acarreaba mayor sufrimiento, debido a que por esa acción el conteo se detenía, y se reanudaba desde cero nuevamente. A ese método eran contados los bravos valientes que soportaban sin llorar o soltar lágrimas, uno que otro aguanta con valor espartano el castigo, pero no se libraba de terminar con las palmas de las manos rojas de los reglazos, incluso hinchadas.
La cosa no se quedaba allí. A parte de las Reglas de diferentes tamaños y grosor, también habían Tres (3) Correas de distintos anchos y grueso, y las mismas respondían a los nombres de: Sábelo, Apréndelo y Enséñalo. Las mismas eran aplicadas fuertemente a manera de azotes en las Canillas (Piernas) dependiendo de la falta, o la infracción cometida. Para que surtieran un efecto más aterrador, antes de darnos con ellas introducían las correas en agua, lo que hacía que sintiéramos una fuerte picazón cuando recibíamos los latigazos.
Como Fuche no era solo profesor, sino que también era Formador y Educador, en su repertorio estaba incluida la Formación y la Higiene Personal. Pero el caballero tenía un método macabro, y mediante el mismo los días Viernes nos dejaba salir a la hora del Recreo, y al momento de la entrada se paraba en la puerta, y gritaba durísimo: “Higiene!!”, al tiempo que nos hacía entrar “Uno a uno” en fila india, mientras nos sometía a una revisión estricta. Ayyy!!! de aquel infeliz que no usara “Medias” (Calcetines), que las mismas (Medias) las tuviera “Desbembadas” (Destempladas), con las uñas llenas de tierra, o la vestimenta sucia, inmediatamente recibía un concierto de Correazos por las Canillitas (Piernas). Igual les ocurría a los “Piojos”, a esos les “Cucutiaba” (Escudriñaba) la cabeza con un peine, labor que aplicaba de forma ruda. Terminaba la revisión los despachaba para sus casas, con una nota a los padres instruyéndoles les mataran los Piojos, y prohibido regresar a clases hasta no estar sano de esos bichos. Los estudiantes que privando en sabios se quedaban más del tiempo indicado, entonces el profesor iba a sus casas, y los hacía regresar a la escuela.
Para los alumnos extremos, peleoneros, y difícil de someter, el profesor tenía un método que los reducía a “Niños de Teta”, ese era el castigo hincado al sol, de rodillas, y con una piedra en la cabeza. Los más bravos terminaban convertidos en mansos corderitos. Siendo yo buen alumno, y estudiante aplicado, nunca me tocó ese duro castigo, pero si agarré par de correazos, y uno que otro reglazo en las manos por respuestas incorrectas. La máxima penalidad que recibí fue que por un mal comportamiento me dejaron solo “Encerrado” en la escuela, y me enviaron a la casa al finalizar la tanda escolar de la tarde. Pero aunque estuve allí “Trancao” no pasé hambre porque el Profesor instruyó a la vecina Doña Ladina para que me pasara un “Bocao” al medio día, y luego llegó hasta la casa de mis padres para explicarles las razones por las cuales tuvo que dejarme “Preso”. Esa acción significaba una pela sabrosa al retornar al rancho.
La Escuela de Fuche, allí entre los Barracones de Los Blocks, en una antigua cocina, todos agrupados, en un ambiente que quizás no era el más idóneo para la enseñanza, pero donde recibimos el mejor de los Aprendizajes, la Educación, y la Formación más alta. Bajo su método Autoritario el profesor nos preparó para el futuro. La experiencia fue dura, pero la misma nos hizo cosechar buenos frutos a su tiempo. Imposible de olvidarla, y mucho menos al Profesor Fuche.
Esas fueron mis peripecias en las “Escuelitas” de aquellos tiempos. Gracias a las Maestras, igual a mi madre, por sus afanes por alfabetizarme a una edad temprana, y a su empeño de tenerme “Ocupado” estudiando siempre. De igual manera va el eterno agradecimiento al Profesor Rafael (Fuche), porque gracias a sus enseñanzas pude ingresar con la edad de Nueve (9) años al Sexto Curso de Intermedia, donde era un niño comparado con los demás compañeros del curso.
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