En la vida del Apóstol cubano el 25 de marzo de 1895 es “el día de los presentimientos, el día de sus despedidas”, como bien lo bautizara el eminente historiador dominicano Emilio Rodríguez Demorizi en su texto: “Martí en Santo Domingo” (Segunda Edición, Gráficas M. Pareja, Barcelona, España, 1978, pág. 128).
Martí vino en tres ocasiones al país, incluso desde aquí parte hacia la guerra en Cuba con “la mano de valientes”, como llamó a sus cinco acompañantes: “el general Gómez, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y el negro dominicano Marcos del Rosario”.
En el país el “Maestro” escribió varios textos importantes dentro de su extensa bibliografía, entre éstos su famosa “Carta de Santiago”, fechada el 13 de septiembre de 1892, dirigida a Máximo Gómez, en la que le dice: “Yo ofrezco a Vd, sin temor de negativa este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres (…) Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios; y yo vengo confiado a pedir a Vd. que deje en manos de sus hijos nacientes y de su compañera abandonada la fortuna que les está levantando con rudo trabajo, para ayudar a Cuba a conquistar su libertad, con riesgo de la muerte (…)”.
Como esta hay otras cartas dirigidas al general Gómez, cuya participación era fundamental para la gesta, éste había participado en las “guerras” anteriores que había tenido la más grande de las Antillas en busca de su independencia de la Metrópoli española. Y aunque hubo un “choque” entre Martí y Gómez años antes por la forma de la dirección de la empresa, ya habían “limado esas asperezas” y coordinado que el mando “militar” lo llevaría el viejo caudillo dominicano, mientras que el “político” lo encabezaría Martí como “Delegado” del Partido Revolucionario Cubano. Y el trato entre ambos para esta época ya era familiar, casi como de “padre a hijo”.
Entre lo que escribió en el país se destaca su “Diario de Monte Cristi a Cabo Haitiano”, conocido entre nosotros como “Apuntes de un Viaje”, escrito del 14 de febrero de 1895 al 8 de de abril del mismo año. El cual debiera ser de lectura obligatoria en nuestros colegios y universidades, tanto por lo plástico de las descripciones del paisaje y de la forma de ser del dominicano que encuentra a su paso el Apóstol, como por la elegancia y pureza del lenguaje utilizado.
El segundo día de “Los Apuntes”, el 15 de febrero, lo termina Martí con estas coplas que en su sencillez describen una parte importante del carácter nacional: la inclinación a la bebida y al cortejo hacia la mujer, veamos:
“El soldado que no bebe
Y no sabe enamorar,
¿Qué se puede esperar de él
Si lo mandan avanzar?”[1]
Más, de lo mucho que escribió Martí en el país, hago énfasis en lo que hizo el 25 de marzo de 1895, el llamado “día de los presentimientos”, pues al parecer “hay en Martí una fija idea de la muerte, un presentimiento que le asalta a cada instante”[2], pero nunca como en aquella fecha.
Ese día firmó Martí junto a Gómez el “Manifiesto de Monte Cristi”, su verdadero testamento político y Acta de Independencia Cubana. Sin embargo, quiero detenerme en la carta de despedida a su madre y en la dirigida a su “amigo y hermano” dominicano Federico Henríquez y Carvajal, ambas con la misma fecha.
Como justificación ante su progenitora por el viaje quizá sin regreso que estaba a punto de iniciar hacia “la patria bien amada”, dice el Apóstol que “el deber de un hombre está allí donde es más útil”. Luego le pide la bendición con estas palabras intimas y que a la vez describen su carácter: “bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza”. Y concluye, en una post-data que no necesita comentario, que “no son inútiles la verdad y la ternura”.
De su lado, en la carta a Henríquez y Carvajal, que muchos llaman erróneamente su “testamento político”, incluye conceptos en torno a la amistad, el deber, el desprendimiento y la lucha por la libertad y unidad americana, todos ejes básicos de su pensamiento.
De esta cito algunas partes: “Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos y sienten con entrañas de nación, o de humanidad”, hoy, a pesar de teorías sobre la “unidad global” y la “eliminación de todo tipo de fronteras”, el individualismo a corroído nuestro “ser social”, para los “cultores del individualismo” la nación, la humanidad, es “otra cosa”. Más adelante agrega, “quien piensa en sí, no ama a la patria”.
En otro momento plantea que “(…) escribo, conmovido, en el silencio de un hogar que por el bien de mi patria va a quedar, hoy mismo acaso, abandonado”. Habla de la casa del general Gómez, el hombre que encarna la más emblemática imagen de la unidad de las dos Antillas, que se inició hace más de 500 años con nuestros antepasados comunes.
Martí era internacionalista y su idea de la unidad antillana y americana tiene cabida con estas palabras: “Esto es aquello, y va con aquello (…) Hagamos por sobre la mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andino”. Unir nuestros países, más allá de las diferencias y apetencias personales. “Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber”. Ah, los políticos, los gobernantes, para ellos esa frase que afirma lo que ellos niegan con su práctica!
Pero era el “día de los presentimientos”, y estos no podían faltar en esta carta histórica: “Para mí, ya es hora”, le dice al amigo dominicano. ¿Sabía que moriría, buscó la muerte Martí en la manigua cubana, pensó que se reivindicaría frente a los que le acusaban injustamente de dar “lecciones de patriotismo en la emigración, a la sombra de la bandera americana”? Es una tesis que ha tenido adeptos y detractores. Ahora bien, en la carta de referencia Martí afirma que:“(…) mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado”.
¡Honor a estos titanes a 117 años de la gesta!
[1] El Doctor Andrés L. Mateo, en su texto “Las palabras perdidas”, (editora Colé, año 2000, págs. 19 a la 30), hace un análisis sobre la “dominicanidad” en estos apuntes de Martí.
[2] Rodríguez Demorizi, Obra Citada, pág. 127.
Tomado del diario ACENTO.
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