Por: Rosario Espinal
Los acontecimientos requieren nombres para evitar las tergiversaciones y manipulaciones. Sobre todo, porque es común acusar a las mujeres de los desvaríos de los hombres: ella lo provocó, no supo entenderlo, no supo domarlo. ¿Son fieras?
Uno de los acusados de la muerte de la niña Yaneisi dijo, al ser cuestionado por un periodista, que cuando le pusieron la niña en la cama no pudo penetrarla porque estaba muerta y él borracho. El video con ese testimonio desapareció repentinamente de las redes porque la ignorancia es mejor que la horrenda realidad. El pene del cómplice borracho no pudo, pero sí antes, cuando, según reportes de prensa, había violado a su hermana con quien tuvo una hija.
Para entender los feminicidios y otras formas de violencia contra las mujeres y las niñas hay que reflexionar sobre las relaciones de poder y la sexualidad.
La posesividad que sienten muchos hombres hacia las mujeres está erotizada por la objetivación de la mujer. Esto quiere decir que la mujer o niña es vista y tratada como un objeto de placer que el hombre tiene derecho a poseer, independientemente del deseo de la mujer. Si la mujer no se subordina, algunos hombres actúan violentamente para afirmar su poder.
Golpear o matar una mujer son expresiones aberrantes del machismo. Ante los hechos, la narrativa dominante es culpar a las mujeres por provocar o negarse a cumplir con su deber ante el hombre. Los abusadores son liberados de culpa, tarde o temprano, y siguen su camino.
Cuando un hombre de 50 años tiene relaciones con una niña de 13, como el caso de la madre de Yaneisi, es para explotarla sexualmente y subordinarla socialmente. No tiene ninguna otra intención. Por eso no declara los hijos, no asume la manutención, la embaraza, y luego la bota como una funda de basura llena de desechos emocionales, conductuales y económicos. La deja cuando su pene no la desea.
A nadie le importó esa joven de 13 años cuando fue violada y embarazada. O cuando a temprana edad tuvo que fingir la erotización para ser objeto de placer para el hombre y cumplir con su cometido social en la pobreza, donde muchas niñas y jóvenes son dejadas a su suerte incluso por sus familias.
Cuando un hombre quiere tener relaciones con una de esas niñas encuentra la forma de hacerlo, seduciéndola u obligándola. Lo sabe el vecindario y la familia. Y consumado el hecho, muchas familias aceptan el palo dao. ¡Una más desflorada! Así acostumbró Trujillo (macho abusador) a este pueblo y quedan muchos trujillitos sueltos.
La niña o la joven abusada es objeto de placer para el hombre por un tiempo, y luego se convierte en inservible, obligada a erotizarse aún más si desea conseguir otra relación después de ser abandonada.
Cuando una mujer de 23 años tiene tres hijos, fue iniciada en la sexualidad a los 12 o 13 años por un hombre mayor, no ha tenido educación, y ni siquiera manutención, y ni el Estado ni las iglesias (que tanto hablan) la amparan: ¿qué hacer con su vida?
Es muy fácil acusar a las mujeres. Es muy fácil exigirles sacrificios mientras los hombres se pasean de copo en copo por la vida. Es muy fácil ser insensible y pensar que el abuso sexual no existe o es inusual.
El abuso sexual es común incluso en las mismas familias. Así ha sucedido siempre porque el machismo que lo impulsa es ancestral, venerado y protegido.
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