La construcción de la identidad caribeña: la utopía inconclusa1

Roberto Mori


¿Existe una identidad caribeña?

Podría resultar extraño que en el marco de una jornada de trabajo convocada por Atlantea, proyecto universitario dirigido a fomentar los intercambios académicos y la formación de redes de investigación en el Caribe, nos refiramos a la identidad caribeña como algo que se construye o que está en proceso de construcción, como algo que se inventa dirían, por separado, Antonio Gaztambide y Jean Casimir, como algo de lo cual no se parte, que indudablemente se cuestiona, que elude definiciones, o lo que es lo mismo, que se ha definido de muchas maneras y ha tenido muchos nombres y, sobre todo, como algo que no se ha alcanzado, como una utopía y, para colmo, inconclusa. La variedad de nombres que una región pueda haber llevado durante mucho tiempo -digo, suponiendo que podamos partir de la premisa de que lo que hoy llamamos El Caribe constituye una región, por lo menos en el sentido mínimo de que es una entidad, no necesariamente homogénea, pero distinguible de una entidad mayor- puede ser indicio, en el peor de los casos, de una ausencia de identidad o de identidad en proceso de formación. Para referirnos a lo mismo o, lo que podría resultar peor, para referirnos a cosas diferentes, se han utilizado nombres como las Indias Occidentales (o su versión en inglés: the West Indies), las Antillas, el Caribe, el Caribe insular, la cuenca del Caribe, el wider Caribbean y, por último, el Gran Caribe. No falta quien se refiere al Caribe por apellidos, en una visión balcanizada de la realidad: el Caribe hispano, el Caribe francés, el Caribe inglés, el Caribe holandés y el Caribe americano. El asunto se complica cuando decimos -como lo hace la mayor parte de las personas- América Latina y el Caribe, como implicando que es algo diferente y separado. Existe también un reclamo -con muchos méritos, diría yo- de parte de residentes o nativos de la Ciudad de Nueva York pero de origen caribeño, muchos de ellos académicos, sobre considerar a esa ciudad como una «comunidad caribeña». Permítanme informarles que la Red de Atlantea que he coordinado este pasado año ha establecido un enlace académico con investigadores de esa ciudad y con proyectos comunitarios en El Barrio y en Brooklyn. De todos modos, y para complicar más las cosas, hace poco tiempo, el (ex) Presidente norteamericano Bill Clinton se refirió a los Estados Unidos, no como una nación que se relacionaba con el Caribe sino como una nación caribeña porque parte de su territorio está en el Caribe. Esto sí podría representar un verdadero problema de identidad.

Sello diseñado, ejecutado e impreso en Puerto Rico. Es el tercer sello conmemorativo del mundo. Fue autorizado para usarse un solo día -el 19 de noviembre de 1893- para festejar el 400 aniversario de Puerto Rico. El matasellos es de Cayey. Cortesía del Dr. Rafael Muller

El asunto dista mucho de ser algo divertido y reviste gran seriedad, por lo menos para dos cuestiones de gran trascendencia: (1) para propósitos de investigación y otros de carácter académico como Atlantea y, (2) para el diseño de las maneras como puede «la región» o las naciones, territorios, provincias o departamentos de ultramar, «estados libres asociados» (en cualquiera de sus versiones, presentes o futuras) o hasta estados federados de los Estados Unidos que «la componen», insertarse en la era poscolonial, posneocolonial, de tratados de libre comercio de largo alcance, en la era de la llamada globalización. (Me referiré a estos asuntos hacia el final de esta presentación). Me parece conveniente y necesario ahora urgar un poco en esta definición de identidad caribeña.

Me parece muy acertado el esquema presentado por Jean Casimir en su libro La invención del Caribe, editado por la Editorial Universitaria el año pasado. Casimir, quien ha ocupado importantes cargos en la Organización de las Naciones Unidas y en la CEPALC (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) y embajador de su país, Haití, en los Estados Unidos, nos habla de un Caribe balcanizado que se superpone a otro Caribe autocentrado cada vez más importante2. Si tomamos estos dos conceptos como polos, tendríamos dos visiones del Caribe: la primera, la balcanizada, nos presenta la visión de un Caribe totalmente heterogéneo, compuesto por unidades dispares, como una especie de babel, una región sólo en el sentido geográfico (la zona de los huracanes tropicales, el sol y las palmeras, el ron y otros productos tropicales, y los hombres y mujeres ardientes) o quizás en el sentido geopolítico del término (por ejemplo, la «frontera imperial» de la que nos habló hace mucho tiempo Juan Bosch). Casimir entiende que esta visión es totalmente compatible con un Caribe salido de la era colonial, definido desde afuera, sin tomar en cuenta lo autóctono, lo específicamente caribeño. La visión puede tener diferentes matices: desde la posición del escritor trinitario V. S. Naipaul, quien afirmó que «nada se ha creado en las Indias Occidentales y nada se creará nunca»3, o la de algunos antillanos francófonos que se consideran «franceses de color», hasta la que expresara en su discurso de apertura del Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), celebrado en La Habana en 1991 el entonces Vicepresidente cubano Carlos Rafael Rodríguez, y refiriéndose a la América Latina, pero incluyendo al Caribe:

«Nuestra América anda, al cabo de cien años, sin identidad propia… Y a eso venimos, a buscar en los años que ahora nos esperan, en condiciones por lo menos tan difíciles como las que tenían nuestros antecesores hace doscientos años, cuando Bolívar, o hace un siglo, en los días de Martí. La única ventaja -dice, y este es el punto en que reconoce un elemento de identidad- que tenemos sobre ellos es que los pueblos de América Latina y el Caribe muestran hoy un grado de conciencia sobre sus propios males y carencias»4.

La segunda visión sería la del Caribe autocentrado, es decir, autodefinido y con características propias. Para Casimir, representa una visión orientada hacia el pleno desarrollo del potencial local y de su dinamismo interno5. Es obviamente el Caribe poscolonial que ha logrado definir sus propios esquemas como región y está consciente de que, a pesar de las diferencias, sus componentes forman parte de una misma naturaleza o responden a unos mismos intereses. La expresión de Frantz Fanon de considerar a las Antillas como una «nación de una nación» es comparable con la Eric Williams cuando se refiere al Caribe en términos de un «nacionalismo regional». Mucho antes que ellos, Eugenio María de Hostos afirmaba que en las Antillas había «el esbozo de una nacionalidad» y Ramón Emeterio Betances proponía un proyecto de confederación antillana que haría de nuestras islas «una gran nación respetada entre todas».

La realidad actual -pienso yo- no está en ninguno de los dos extremos: el Caribe ni está totalmente falto de una identidad regional ni ha alcanzado la conciencia plena como entidad regional, ni mucho menos como nación. Pero puede observarse el proceso de transición entre uno y otro. Del Caribe que sólo podía haberse definido a la mitad del siglo pasado como una simple zona geográfica o como «una frontera imperial», hoy podemos decir que posee una identidad regional emergente, o sea, que la identidad caribeña -autodefinida, definida no desde los poderes coloniales ni los centros industriales, sino desde adentro con elementos autóctonos- está en construcción. La clave para entender esto está en ver el concepto de identidad -en el sentido cultural- no como estático, sino como un proceso. La identidad caribeña -y lo mismo podría decirse, mutatis mutandis, sobre la latinoamericana- podría verse como el producto de un proceso que comienza con la colonización. Su desarrollo tiene en el sistema colonial su primer obstáculo; se busca reproducir los patrones de la nación colonizadora, pero paradójica y dialécticamente, por tratarse de un sistema de dominación, de explotación, va a provocar una respuesta que camina en dirección de la formación de otra identidad. Nos dice Casimir:

Los pueblos caribeños se formaron durante la colonización -y no antes-. Resulta imposible, por consecuencia, comprender su dinámica cultural (que no necesariamente es diferente a la de otras culturas), cuando no se toma en cuenta la relación original de sumisión y de rebelión de estos pueblos, y sobre todo, su sujeción a unos esquemas culturales ajenos…6

En otra instancia, dice:

Todas las culturas caribeñas fueron creadas por grupos humanos en conflicto permanente con el sistema dominante… La cultura caribeña es una respuesta a la sociedad de la plantación, no es la cultura de la sociedad de la plantación7.

La utopía inconclusa

Ahora bien, hay una pregunta importante: ¿hasta qué punto se ha articulado esa definición de identidad caribeña desde los mismos pueblos caribeños, a través de sus pensadores, escritores, artistas y otros? Voy a intentar contestar esta pregunta, aunque -por el poco tiempo disponible- de manera muy breve. He escogido referirme a dos líderes y pensadores puertorriqueños -ya citados- que pensaron al Caribe en el momento mismo de su primera definición, hacia la segunda mitad del siglo XIX: Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos. Aunque estos autores no extinguen el pensamiento antillano -ni siquiera el de su época- resultan ser -junto a figuras como José Martí en Cuba y Gregorio Luperón en la República Dominicana- figuras emblemáticas del antillanismo y de lo que he dado en llamar «la construcción del Caribe». En cada uno de estos países, ellos sentaron una pauta, la manera esencial de mirar no sólo al país sino a la realidad caribeña. Son ellos los que sembraron las primeras raíces de nuestra identidad caribeña. Como señalara la estudiosa hostosiana dominicana Carmen Durán de Avelino García:

Los antillanos debemos volver a Hostos y a Martí, a Betances y a Luperón, a Máximo Gómez y a Bolívar para encontrar las raíces de nuestra identidad8.

Forjaron, por decirlo así, la primera utopía del Caribe (que ellos llamaron Antillas) como entidad, como región, como nación, utopía aún inconclusa, no necesariamente por imposible, sino porque se trata de un proyecto inconcluso y siempre en desarrollo. Ha sido, en este sentido, un norte, un derrotero, durante el largo periodo de la pax americana, y lo será, indudablemente, en los tiempos de la globalización y el neoliberalismo.

Pero, ¿cómo vieron Hostos y Betances al Caribe? ¿Cuáles son los elementos comunes que vieron como parte fundamental de una identidad caribeña? ¿Cómo, de esos elementos, llegaron a forjar la idea de una identidad que cobijara -en palabras de Hostos- a los «…miembros de un mismo cuerpo, fracciones de un mismo entero, partes de un mismo todo»?

Permítaseme una breve disgresión para trabajar unos conceptos de índole reciente que creo que podrán ayudarnos a entender estas dinámicas relativas al surgimiento de las identidades. Me parecen interesantes los recientes acercamientos a los fenómenos nacionales como «comunidades imaginadas» que vemos en los trabajos del antropólogo Benedict Anderson9. Sin llegar a los extremos de los enfoques posmodernos que ven el fenómeno de las identidades como un simple discurso narrativo, ni tampoco verlo en forma más tradicional y absoluta, como diría Anthony Smith, como «entidades fijas e inmutables ‘allá afuera’»10, Anderson define, por ejemplo, las naciones como «comunidades imaginadas por sus miembros como territorios limitados y soberanos que compartían lazos de solidaridad horizontal»11. Las naciones no son, por lo tanto, ni producto de determinaciones geográficas, económicas o políticas ni simples fabricaciones artificiales, «sino creaciones culturales enraizadas en procesos históricos y sociales»12. Las identidades nacionales no son, como afirmó Óscar Terán, «…bellas durmientes de la historia que aguardan al príncipe azul nacionalista que las arranque de su triste letargo…»13 sino que dependen de que, basados en esos procesos históricos y sociales a los que hace referencia Anderson, sus miembros «imaginen» una comunidad.

Hostos y Betances inician el proceso de «imaginar» a las Antillas como una comunidad en el fragor de las luchas por la independencia de Puerto Rico y Cuba y por la preservación de las soberanías de Haití y la República Dominicana hacia la década de los sesentas. Es ese el marco, el proceso histórico y social que sirve de base al inicio de la identidad caribeña. No es extraño que sea en ellos que la idea de las Antillas como una unidad, como una sola cosa, como dijo Martí: «las tres islas, que en lo esencial de su independencia y en la aspiración del porvenir, se tienden los brazos por sobre los mares, y se estrechan ante el mundo, como tres tajos de un mismo corazón sangriento, como tres guardianes de la América cordial y verdadera», comience a germinar. Betances, quien afirmara que «nada de lo que pasa en las Antillas me es indiferente», vio causa común en esta lucha. Oigamos sus palabras dirigidas a cubanos y puertorriqueños:

«Cubanos y puertorriqueños!, unid vuestros esfuerzos, trabajad de concierto, somos hermanos, somos uno en la desgracia; seamos uno también en la Revolución y en la independencia de Cuba y Puerto Rico. Así podremos formar mañana la confederación de las Antillas»14.

Y añade:

«Me parece que al trabajar por una es trabajar por la otra; I me es difícil renunciar a este hermoso sueño»15.

Su visión de que Cuba y Puerto Rico eran una sola cosa le llevó igualmente a afirmar que «[la libertad de Cuba, sin la de Borinquen…] «no sería más que media independencia…»16.

Pero no es sólo la lucha por las independencias de estas dos islas lo que hace pensar a Betances en ellas como una sola cosa, es también su premonición antiimperialista que, al igual que a Martí, le permitió ver el acecho norteamericano que podría dar al traste con esa independencia. El Caribe era, por su localización geográfica, de gran interés para los norteamericanos. Por lo tanto, ese era un destino común y tenía que provocar aquel elemento de la definición citada anteriormente, es decir, «los lazos de solidaridad horizontal». Con respecto a esto, dijo:

«Yo creo en la independencia futura, próxima de mi país. Ella sola, por acuerdo de las demás Antillas, es capaz de salvarnos del minotauro americano…; yo creo en la libertad y en la república; creo en ellas, para mi patria, donde abundan los hombres de inteligencia y los hombres de bien; creo en la igualdad de nuestros derechos, con los de todos los pueblos civilizados»17.

Era la unión de las Antillas contra el peligro americano. Esto lo aplicó igualmente a Santo Domingo, cuando éstos intentaron apoderarse de la península de Samaná. Escuchemos:

«Ya están los americanos en Samaná. No puede figurarse el dolor que me causa este hecho tan fatal para la realización del gran proyecto de Confederación que haría de todas nuestras islas una gran nación respetada entre todas, y que las salvaría de la anarquía en que se consumen»18.

Es, pues, frente al peligro anexionista norteamericano que emerge la identidad antillana. Esto es claro cuando afirma: «A los falsos intérpretes de la doctrina de Monroe, debemos contestarle siempre; la América para los americanos, pero las Antillas para los Antillanos»19. Era esta causa común la que le daba la visión de que las islas formaban «un solo pueblo», iguales entre sí, pero diferentes de los españoles y los sajones. Escuchemos nuevamente sus palabras:

«Formemos todos un solo pueblo… y entonces podremos elevar un templo sobre bases tan sólidas que todas las fuerzas de la raza sajona y de la española reunidas no podrán sacudirlo, templo que dedicaremos a la independencia, y en cuyo frontispicio grabaremos esta inscripción imperecedera como la Patria… Las Antillas para los antillanos»20.

Esta distinción entre lo sajón y lo antillano, lo caribeño, se reforzaba por su visión de que mientras nosotros éramos una sola cosa, hasta las admiradas instituciones norteamericanas de la época no tendrían aplicabilidad en nuestro clima y en nuestro medio. Dice:

«Pero ¿estamos seguros que transplantada en nuestros climas y aplicada a nuestra raza producirá los mismos envidiables frutos? ¡Ah! ¡no sembréis ni el manzano en La Habana, ni la palma en Washington! ¡Ambos perecerían!»21
Betances según L. Homar

De igual manera se refiere al elemento racial, más bien a la mezcla de razas que define al Caribe, como elemento definitorio de una identidad caribeña común. Betances es mulato, y es, por lo menos parcialmente, de procedencia dominicana. Sus andanzas por el mundo caribeño, en ese largo exilio lo llevaron a vivir en Santo Domingo, en Haití, en Venezuela, en la isla de Saint Thomas, y tuvo que haberlo convencido de que, a lo largo y ancho de este gran Caribe, era la mezcla racial lo predominante, de que el indio nativo y el negro africano habían finalmente impuesto su marca al español blanco. Ya desde la opresión del indio, Betances va viendo el destino de unas islas. Nos dice su biógrafo, Félix Ojeda Reyes, que «…en la novela Les Deux Indiens… Betances se identifica plenamente ansias de libertad de nuestros primeros moradores…»22. Nos dice, por otro lado, la estudiosa de Betances, Ada Suárez Díaz:

«Es Betances probablemente el primer puertorriqueño mixto con clara conciencia de lo que es en términos raciales; el primero en aceptar su condición de mulato, sin que el hecho de llevar algún porcentaje de sangre negra en sus venas le cause desgarres psicológicos; es el primero, no hay duda, en tener conciencia de su negritud. Para él, su realidad racial está en igual categoría que la blancura de los blancos»23.

Su conciencia de la opresión del indio y la conciencia de su negritud también le hacen ver un elemento común en las Antillas.

Es pues su visión anti-colonialista y anti-imperialista, su visión de la ubicación geográfica y de un clima diferentes al de los norteamericanos así como la definición que provee la mezcla racial, lo que le hace «imaginar», concebir, es decir, «construir» a las Antillas como un solo pueblo, como una sola cosa, como una sola nación.

Mientras que podríamos ubicar el pensamiento betancino dentro del fragor de la lucha misma, la visión de Hostos, en contraste, refleja unas firmes posturas filosóficas que podríamos definir como un romanticismo positivista. Afirma, por ejemplo, Fernando Aínsa que:

«La obra de Eugenio María de Hostos, como la de la mayoría de los autores del período refleja el conflicto no dirimido entre el diagnóstico de la realidad que se pretende riguroso científicamente y la visión de un futuro proyectado como idealidad, notas agudizadas del romanticismo-positivista en que su generación traduce la tensión entre el ser de la realidad y del deber ser de la utopía»24.

Dice así mismo Aínsa que

«…el luchador y pensador puertorriqueño no hizo otra cosa que abrir posibilidades en lo imposible relativo de su época. La intención utópica de su discurso aparece subrayada por esa distancia entre lo imposible relativo y lo imposible absoluto que ha puesto en evidencia la frustrada unidad continental a partir de la independencia de las Antillas»25.

Su visión utópica le permite ver más allá de las realidades de la época, de las diferencias entre las islas, de las mezquindades de la lucha política, y proponer una solución de carácter moral. Dice:

«Es el principio de unidad en la variedad… El pacto de razón en que exclusivamente puede fundarse, es la confederación. El fin positivo a que coadyuvará, es el progreso comercial de las tres islas. El fin histórico de raza que contribuirá a realizar, es la unión moral e intelectual de la raza latina en el Nuevo Continente»26.

Y establece claramente, el proceso colectivo de la «construcción» (fabricación, le llama) del ideal:

«…en el baño de mi vida que es la brisa de ese mar, dominicanos, cubanos y puertorriqueños fabricamos un día el ideal. Por aquí pasó Betances; por aquí pasó Luperón. De ahí, unas tras otras, salieron voces de estímulo para Borinquen; voces de entusiasmo para Cuba; voces de libertad para Quisqueya. Aquí se forjó la redención de Puerto Rico; aquí se fulminó la sentencia de muerte del coloniaje español en las Antillas; aquí se decretó la regeneración de Quisqueya por la libertad, por la verdad, por la justicia…; desde aquí se promulgó la Confederación de las Antillas como objetivo final de nuestra historia»27.

Y añade:

«A ese propósito sagrado contribuirá en las Antillas cualquier antillano que empiece por amarlas a todas como su patria propia; por amar su patria en todas ellas juntas, y cumplir en todas y en cada una, con la misma devoción filial y el mismo desinterés de toda gloria y todo bien, el deber de tener tan clara razón y tan sólida conciencia como de todos la exigen el presente sombrío y el porvenir nublado de la familia latina en todo el Continente»28.

Finalmente, aquí resume su visión de la utopía de unidad caribeña:

«A eso se irá… y el día en que a eso llegue la sociedad de las Antillas formará en los tiempos venideros una nacionalidad de un carácter semejante y tan poderoso y tan prepotente y tan viva y tan insinuante en la civilización universal, como aquella sociedad helénica que en la cuna de las sociedades europeas, ocupó en el mundo antiguo una posición geográfica y comercial que en el mundo moderno no tienen más que las Antillas»29.

Esta visión de Hostos sobre las Antillas -que hoy llamaríamos el Gran Caribe (porque en su visión utópica llegó a incluir a Jamaica, aunque hablaba otra lengua, y a la América Central)- contiene, como podemos ver, elementos que lo convierten de una identidad de tipo moral a una confederación, a una sola nación con una gran ascendencia sobre los pueblos de la Tierra. He ahí la utopía.

Direcciones hacia la construcción de una identidad caribeña

¿Están completamente fuera de realidad las utopías inconclusas de estos precursores que comenzaron a pensar al Caribe como una entidad o que contribuyen, de alguna manera, a avanzar en esa dirección? ¿Qué sucede cuando convertimos a «los precursores en contemporáneos»? Observemos los siguientes hechos de nuestros días.

El fenómeno de las migraciones intrarregionales y hacia los países centrales (como la que mencionamos sobre la ciudad de Nueva York; un simple recorrido por El Barrio nos indica que ya no es puertorriqueño como en los tiempos de West Side Story; es una comunidad transnacional caribeña) nos plantea la realidad que algunos científicos sociales han comenzado a llamar la realidad transnacional. El Caribe constituye probablemente uno de los fenómenos migratorios más interesantes en ambas dimensiones. Los trabajos que realiza el compañero Jorge Duany son evidencia del surgimiento de una nueva realidad que trasciende fronteras30.

Los procesos de integración económica regional con el surgimiento de innumerables organizaciones de comercio regional, tratados comerciales y serios intentos de lograr «unir a las naciones del Caribe en un solo frente que pueda negociar en bloque y representar sus intereses ante otros foros como el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALAC), el Tratado de Lomé 4 junto a la Unión Europea y la paridad con México… en el Nafta… Además -añade sorpresivamente- protegerá al Caribe de negociaciones con los Estados Unidos»31.

Seamos testigos de las palabras del Presidente de la República Dominicana, que reflejan una realidad inexistente hace algunas décadas:

«No es correcto hablar de un Caribe inglés, de un Caribe español, de un Caribe francés u holandés. En realidad, sólo hay un solo [sic] Caribe: el nuestro»32.

Así las cosas, las palabras de Betances y Hostos no parecen tan lejanas ni tan desacertadas. Los procesos globalizadores están llevando -según el análisis de observadores- al surgimiento de economías-mundo regionales, dentro del ámbito de la economía global, pero dominadas por determinados centros. Lo que en el 98 era la hegemonía norteamericana en el Caribe y América Latina, hoy es la economía-mundo regional donde los Estados Unidos son el centro y los demás periferia33.

La integración económica del Caribe representa, por otro lado, lo que el economista egipcio Samir Amín ha llamado movimientos antisistémicos. Se trata, en palabras de Amín, de desarrollar unas contraofensivas desde los pueblos pobres del planeta. La historia no se mueve por las leyes puras de la economía sino por las reacciones sociales a las tendencias implicadas en dichas leyes34. Independientemente de los resultados de estos esfuerzos, su impacto sobre la construcción de la identidad caribeña es innegable.

La fundación en 1994 en Cartagena, Colombia, de la Asociación de Estados del Caribe -y cito aquí a Andrés Serbin, Presidente de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES) y del Instituto Venezolano de Estudios Sociales y Políticos (INVESP)- «materializando en la práctica la idea de una región Gran Caribe configurada por el Caribe insular (incluida Cuba), las Guyanas, los países centro-americanos y los tres países del Grupo de los Tres (Colombia, México y Venezuela)… [lo cual] respondió a la necesidad de generar plataformas y espacios más amplios para la búsqueda de una inserción más competitiva en el proceso de globalización en curso»35. De nuevo, puede afirmarse que, independientemente del resultado, los efectos de una vinculación intergubernamental sobre el desarrollo de una identidad caribeña pueden ser incalculables.

Desde principios de los 90, comenzaron a tomar forma iniciativas subregionales de la sociedad civil «para promover una integración intersocietal y para avanzar en la interlocución con los organismos de integración subregionales»36. Hace menos de un año se celebró el Primer Foro de la Sociedad Civil del Gran Caribe en Cartagena, lo cual constituye el primer encuentro formal de 41 organizaciones, en representación de más de 800 organizaciones no-gubernamentales, movimientos sociales y centros de investigación de la región del Gran Caribe. Esto es sin contar con la multiplicidad de enlaces y contactos entre actores no gubernamentales que se han venido llevando a cabo de manera informal. En diciembre de este año, se celebrará el segundo foro en Barbados. Estamos presenciando el surgimiento de una verdadera sociedad civil transnacional en el Gran Caribe, con todas las implicaciones que esto supone para la construcción de una identidad caribeña. Por último, y no por eso menos importante -de hecho, es posiblemente el factor de mayor importancia para un proyecto como Atlantea– el surgimiento de lo que Serbin ha llamado «la comunidad epistémica» regional, es decir, las redes de investigadores y académicos interesados en desarrollar un saber de aplicación regional y unos «lazos de solidaridad horizontal» entre sus miembros. Serbin nos habla de la necesidad de que ésta se convierta en el «eje del proceso de integración regional»37, en una función parecida a lo que Cintio Vitier llamó «una axiología de la acción», y la filósofa cubana Georgina Alfonso González llamó «axiología para la identidad»38. La utopía sigue inconclusa, pero ciertamente se ha caminado en esa dirección. Y a propósito de este punto, tan esencial para nuestro proyecto, es preciso, en este contexto, que Atlantea se haga consciente del importante papel que juega en la construcción de una identidad caribeña al aportar un saber propio, endógeno, y al fomentar esos «lazos de solidaridad horizontal», al promover que la Universidad de Puerto Rico adopte al Caribe para sus intercambios de primera mano, al reconocer que es «nuestro medio ambiente natural», al reconocerse fundamentalmente como parte de los intercambios de una sociedad civil regional, al insistir en que ningún país caribeño -y mucho menos Cuba- sea excluido de estos intercambios, y al mantener viva la utopía inconclusa de nuestros precursores.

Pero, nuevamente pregunto: ¿para qué mantener viva una utopía inconclusa? La respuesta a la pregunta podría estar en aquellas palabras de Fernando Birri que aprendí junto a mis estudiantes en una organización barrial de la capital dominicana y que dice:

La utopía está en el horizonte.
Me acerco dos pasos       
y ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos      
 y ella se corre diez pasos allá.
Por mucho que camine,
      nunca la alcanzaré.
¿Para qué sirve la utopía?
Para eso sirve, para caminar…

1

Conferencia presentada en la apertura de la Jornada EnRED…o 98, celebrada el 2 de septiembre de 1998 en el Colegio Universitario de Humacao de la Universidad de Puerto Rico.

 2

Jean Casimir, La invención del Caribe: Río Piedras: Editorial de la UPR, 1997, 134.

3

Miguel Rojas Gómez, «El problema actual del hombre y la identidad cultural de América Latina: Vigencia de la solución martiana». En La polémica sobre la identidad. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1997, 80.

4

Ibid., 81.

 5

Casimir, Op. cit., 111.

6

Ibid., 260-261.

 7

Ibid., 118.

 8

Carmen Durán de Avelino García, «Eugenio María de Hostos, vigencia y proyección del antillanismo». En López, Julio César, editor, Hostos: Sentido y proyección de su obra en América. Río Piedras: Instituto de Estudios Hostosianos, UPR y Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995, 9.

 9

Benedict Anderson, Imagined Communities. 1991, citado en Jorge Duany, Para reimaginarse la nación puertorriqueñaRevista de Ciencias Sociales, Universidad de Puerto Rico, 2.

 10

Anthony D. Smith, The Ethnic Origin of Nations (1986), citado en Duany, Op. cit., 3.

11

Ibid., 2.

12

Ibid., 2.

 13

Terán, Óscar, «La nación en la Sociología y la Moral social de Hostos» en López, Julio César, editor, Hostos: Sentido y proyección de su obra en América (Río Piedras: Instituto de Estudios Hostosianos, UPR y Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995), 405.

 14

Félix Ojeda Reyes, Peregrinos de la libertad (Instituto de Estudios del Caribe / Editorial de la UPR, 1992), 18.

 15

Ibid., 22.

 16

Ibid., 83.

 17

José Ferrer Canales, Antillanismo y anticolonialismo en Betances, Hostos y Máximo Gómez (Río Piedras: Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, 1986), 6.

 18

Ibid., 7-8.

 19

Ibid., 8-9.

 20

Ibid., 8.

21

Ojeda, Op. cit., 23.

 22

Ibid., 14.

23

Citada en Rodrigo Quesada Monge, «El anti-imperialismo a la luz de los héroes de 1898 (Martí, Hostos, Betances, Sandino)», manuscrito inédito, febrero, 1998), 20-21.

 24

Fernando Aínsa, «Hostos y la unidad de América Latina: Raíces históricas de una utopía necesaria» (en Cuadernos americanos, nueva época, núm. 16, julio-agosto, 1989, 4: 71.

25

Ibid., 72.

 26

Citado en Manuel Maldonado-Denis, Eugenio María de Hostos y el pensamiento social iberoamericano (México: Fondo de Cultura Económica, 1992), 48.

 27

José Ferrer Canales, Antillanismo y anticolonialismo en Betances, Hostos y Máximo Gómez (Río Piedras, Universidad de Puerto Rico, 1986), 16.

28

Citado en Maldonado Denis, Op. cit., 44.

 29

Ibid., 17.

 30

Ver, por ejemplo, Jorge Duany, «Para reimaginarse la nación puertorriqueña», Revista de Ciencias Sociales, UPR, 1998.

31

El Nuevo Día, Domingo, 23 de agosto de 1998, 40.

 32

Ibid., 42.

 33

Octavio Ianni, Teorías sobre la globalización, 20.

 34

Samir Amín, #2, xii.

 35

Andrés Serbin, «Entre la dinámica intergubernamental y el impulso intersocietal: Sociedad civil e integración en el Gran Caribe», 1-2.

 36

Ibid., 7.

37

Andrés Serbin, El ocaso de las islas: El Gran Caribe frente a los desafíos globales y regionales (Caracas: Nueva Sociedad, 1977), 45.

 38

Alfonso González, Georgina, «Axiología para la identidad», en La polémica sobre la identidad (La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1997), 27.

Tomado de:

vinylcuttingmachineguide.com