La tercera edad. Una fascinante etapa del otoño de nuestras vidas.

15 de octubre de 2025.

Por: José A. Mateo Gil.

En el proceso evolutivo de la vida del hombre, la llegada de la tercera edad lo sorprende con cambios físicos y biológicos producto del paso de los años. Algunos estudiosos sobre los factores que determinan la vida longeva, plantean que esta condición está íntimamente ligada al estilo de vida, la alimentación, los avances de la ciencia médica, entre otros aspectos de índole genético.

Esta combinación de factores contribuye al incremento en la esperanza de vida de un individuo en particular o una colectividad. No se precisa a partir de qué edad una persona pudiera ser considerada que forma parte de este segmento de la población. Lo que, si está claro, es que, desde el preciso instante del nacimiento de un niño, se inicia el proceso continuo de envejecimiento hasta llegar a la etapa de la ancianidad.

De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como una forma de establecer un parámetro para fijar la edad de pensión de un individuo a escala global, el envejecimiento como tal, inicia entre los 60 y 65 años. A partir de entonces, el ser humano empieza a experimentar cambios biológicos y cognitivos que disminuyen su capacidad y vida productiva. El sistema inmunológico se debilita causando un estado de indefensión corporal para combatir los virus y otras enfermedades catastróficas. Igual ocurre con las neuronas, que van muriendo con el paso de los años.

A principios del siglo pasado, la esperanza de vida promedio del hombre rondaba los 32 años. Para la época, un hombre de 35 o 40 años, comparado con el hombre de hoy de la misma edad, era considerado como un anciano. En la actualidad, la expectativa de vida se ha incrementado, logrando alcanzar una edad promedio de 75 años. Este crecimiento sostenido de mejora de la calidad vida del individuo, se debe fundamentalmente a los avances la medicina, con el establecimiento de campañas de vacunación como forma de prevención y el control de enfermedades infecto contagiosas, y el apote de nuevos hallazgos tecnológicos diseñados para la ciencia médica.

Expertos en el manejo de la robótica y la inteligencia artificial al servicio de la medicina, estiman que, en un período no mayor de una década, el hombre estaría en capacidad de vivir hasta 150 años. Esta proyección de la esperanza de vida, es el resultado del desarrollo de la medicina, auxiliada por herramientas tecnológicas de última generación. La salud preventiva mediante pronósticos oportunos, agiliza la aplicación de tratamientos para combatir de manera efectiva las enfermedades que diezman la salud del paciente, evitando así, que las enfermedades catastróficas aceleren la muerte de las personas afectadas por un padecimiento de salud.

El ciclo de la vida establece que el hombre nace, crece, se multiplica y finalmente muere. Por lo que, cualquier descubrimiento de la inteligencia artificial tendente a prolongar nuestro paso por esta vida terrenal, es válido. No importa el método y los experimentos científicos que tengan que hacer para lograr tales propósitos. Esta iniciativa de prolongar la vida del hombre luce sumamente interesante. Es una tarea ardua y requiere de muchas horas de estudios. Por lo que, de materializarse estas aspiraciones, todos aplaudirían esta genial idea. Sin embargo, pretender extender la esperanza de vida más allá de lo normal, es solo un elemento de la ecuación para la obtención de una vida longeva.

La ciencia, durante años ha estado inmersa en una búsqueda permanente para encontrar una fórmula que permita prolongar la vida más allá de lo que la naturaleza establece. Este afán para lograr tales propósitos, nos conduce a hacernos las siguientes preguntas: ¿Para que el hombre quiere vivir más allá de lo habitual? ¿A caso duplicar la esperanza de vida es suficiente para las aspiraciones del ser humano.? La respuesta esta última interrogante es, definitivamente, No.

El esfuerzo que realiza la ciencia para la prolongar la vida es loable y hasta cierto punto entendible. Todo ser humano desearía, no solo vivir por más tiempo, sino que en sus más íntimos anhelos, desearía que aparezca una fórmula para conquistar la vida eterna. Pero, una cosa es lo que queremos, y otra es lo que está dentro de lo posible. El misterio de la vida y la muerte, hasta ahora, no ha estado al alcance del ser humano para descifrarlo. Por lo que, la naturaleza ha diseñado un período de tiempo, que, hasta prueba en contrario, ha sido suficiente para que el hombre pueda disfrutar de una vida plena.

El gran desafío del ser humano, independientemente del incremento de la esperanza de vida que la ciencia pueda aportar, es planificar y aceptar los cambios biológicos y cognitivos que trae consigo la tercera edad. Con frecuencia, en esta etapa de la vida distraemos nuestro tiempo dándole importancia a cosas intrascendentes, dejando de lado lo esencial, lo que le da el verdadero sentido a la existencia, como lo es, sin lugar a dudas, la construcción de una familia unida, dejándole como legado un estilo de vida apegado valores éticos y morales.

Algunas personas no se detienen a reflexionar sobre un plan de vida cuando lleguen a viejo. Ignoran que cada etapa del ciclo de la vida es un regalo maravilloso que hay que disfrutar a plenitud. Es recurrente ver con asombro, que hay personas que cuando le llega la vejez no entienden la magnitud y la importancia de ese proceso. Pretenden actuar y vivir como adolescentes, haciendo cambios grotescos en sus facciones corporales para pretender impresionar a una generación distinta a las de ellos con fines de lograr ciertas conquistas, constituyendose esto en un gran desatino.

La tercera edad es la etapa más maravillosa con que cuenta el ser humano. Porque, además de ser valorada por haber logrado vivir por más de seis décadas, en esa etapa, el envejeciente está dotado de una experiencia acumulada que le da autoridad para contar su propia historia. En este tránsito de adulto mayor a la ancianidad, el hombre debe de actuar con la prudencia y el comedimiento, que solo los años pueden dar. Con la llegada de los nietos, la fuerza perdida por el paso de los años se renueva. Es como si la naturaleza le devolviera la vitalidad pérdida durante su dilatada vida. Disfrutar de las ocurrencias y las peripecias de los niños, le recuerda su época de juventud cuando vio nacer y crecer a sus hijos, y eso es un ente de motivación adicional para el adulto mayor.

Envejecer, no es una opción, no es claudicar ante la inclemencia del tiempo, no es esperar sentado en una mecedora el desenlace de nuestra existencia. Es mucho más que eso. Es una época de reflexión. Es tomar consciencia de que estamos asistiendo al tramo más sosegado de nuestras vidas. Donde no hay tanta prisa, y los pasos se hacen cada vez más cortos. En consecuencia, una buena planificación de lo que haremos llegado el momento, pudiera convertir lo que para muchos podría ser una pesadilla, en un escenario ideal para agregarle cada día un ingrediente, un propósito, un objetivo, que le dé sentido a este tramo de la vida del hombre.

Para tales fines, solo hay que darle riendas sueltas a la imaginación, para elaborar un plan de vida donde esté presente todo lo que deseaste lograr, y que por razones atendibles, no se pudiste materializar. Disfritar de una buena lectura al que le gusta leer, escribir al que disfruta contar su propia historia, tiene en la tercera edad el tiempo suficiente para hacerlo. Y por su puesto, aquellos que tienen la dicha de ver crecer a sus nietos, no escatimen esfuerzos para disfrutar de ellos. En fin, la tercera edad nos brinda la oportunidad de hacer todo aquello que no pudimos en nuestra juventud. Sin prisa, pero sin pausa.

Para el ser humano, lo que ha logrado comseguir en trancurso de su vida, no parece ser suficiente. Se empeña y consume su energía, en acumular bienes y recursos económicos, que a la larga, el estrés para lograrlo, le genera enfermedades letales. De forma tal, que dichos recursos no serán suficientes para recuparar la salud. Su infelicidad es manifiesta cuando no tienen lo que quieren. La búsqueda permanente de prologar la vida más allá de lo normalmente establecido, es una aspiración legítima, pero no indispensable.

Vivir más tiempo no garantiza una vida de plena satisfacción para el individuo. La plenitud se logra disfrutamos de lo que tenemos, y que, lo que no poseemos no perturbe nuestra paz. Cuando no logramos algo, se crea un estado de insatisfacción que niega la felicidad y quietud que tanto deseamos. Disfrutar del privilegio de llegar a la tercera edad, que es la antesala de una vida sosegada, que se agota lentamente, pero que aún brinda la oportunidad de ser disfrutada en todo su esplendor. Lo vivido forma parte de la historia de cada uno de nosotros y la base del legado que dejaremos a nuestras descendencias.

En los países desarrollados existen programas en favor, no solo de atención al envejeciente, sino a ancianos desvalidos que no están en capacidad física ni cognitiva para realizar algún tipo de actividad, aunque esta sea de medio tiempo. En tanto que, en estos países tercermundistas, que algunos de ellos se precian y publicitan a los cuatro vientos el crecimiento económico de sus respectivos países, gastan los recursos del estado en programas populistas de asistencia social, que, en vez de disminuir la pobreza, lo que hacen es crear un ejército parasitario de vagos, que poco aportan al desarrollo nacional. Esos recursos deberían de estar reservados, única y exclusivamente, para envejecientes y personas discapacitadas de las clases más vulnerables de la población.

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