Los Botaos: histórico barrio del pueblo de Cabral

Welnel Darío Féliz

En el margen suroeste del pueblo de Cabral, a unos setecientos metros del parque central Los Trinitarios, se encuentra Los Botaos. A él se llega por tres vías formales: el callejón sin nombre, al oeste, que lo comunica con la carretera Cabral-Duvergé, otro callejón al norte que lo empalma con la misma vía y la calle Víctor Medrano al este, que lo une con la Presidente Báez y barrio El Guayuyo. Aunque es un barrio, se encuentra enclavado en la sección Tierra Blanca.

Los Botaos, en sí mismo, es un vergel. En un espacio territorial con poca extensión, surcado al este por el hoy conocido río Barón, que nace en sus cercanías, frente a la escuela Profesora Lirda Dirgnorat Suárez Ramírez, cuyas aguas se bifurcan en el pequeño canal conocido hoy como canal de Bolón (ya que cruza al oeste de este conocido sastre) y el resto serpentea libremente por su cuenca original, hasta desembocar en la represa que alimenta al canal maestro; este río sirvió durante más de cincuenta años como el manantial que alimentaba el acueducto del pueblo. Al sur esta la represita, cuyas aguas hoy forman un espacio de baño exquisito, lugar de concentración de los habitantes del pueblo y visitantes, el que en su recorrido se divide en un canal que se dirige al oeste y el resto continúa hasta topar con los restos del río Barón. Al este está cruzado por el río Bartolo, de abundante agua en época de lluvias, el que las vierte en la explanada que precede a la cuenca de la laguna: una parte desaparece en el subsuelo y otra recorre los caños utilizados para el regadío agrícola.

Aunque sus orígenes se pierden en los recuerdos, su nombre da pistas de ello. Botado era precisamente los lugares destinados a conucos abandonados o sin uso por sus propietarios o aquellos que los explotaban, de allí que se asocia a espacios agrícolas en el siglo XVIII, dado que Rincón constituía tales áreas dentro del Hato de Cristóbal de la Sal. A partir de la división del hato en 1757 y la presencia de Paula de la Cueva y Pedro Segura con predios allí en el año 1789, es posible realizar análisis sobre la evolución de la comunidad. De hecho, la densidad de apellidos Cueva y Segura en otros barrios -como La Peñuela- permiten formular la hipótesis de que en parte de esos lugares se asentaron estos poseedores, mientras otros sitios siguieron en manos de los Féliz, cuyos terrenos, aún en producción, al igual que otros baldíos, fueron entregados a los antiguos cimarrones que fundaron el pueblo de San Cristóbal de Los Naranjos en el 1791. Estos, para 1811, habían crecido en número cercano a 500, integrados por cien familias, y aunque durante quince años -a partir de 1795- se habían trasladado a la zona de Las Auyamas, en este año -1811- bajaron de la sierra a ocupar los terrenos entregados en 1789, cuando ya Rincón se perfilaba con una organización pueblerina impulsada por la explotación maderera. Es nuestra hipótesis que estos habitantes ocuparon tales sitios agrícolas, ligeramente lejanos del, por entonces, centro poblacional (esquina de las hoy calles Presidente Báez y San Andrés) y se creó el lugar, conociéndose popularmente con el degenerativo “Botaos”, topónimo asociado al antiguo espacio agrícola en desuso.

El emplazamiento de Los Botaos no fue casual, no solo el sitio era apto para la siembra de productos agrícolas, dados que los ríos que nacen al este, al oeste y al sur, al correr al norte, lo encierran y lo convierten en una Mesopotamia, sino que hacia este último punto cardinal se topaba con la laguna, a no mas de quinientos metros en época de sequía y aún más cercana en las temporadas de lluvia, lugar de abundante alimentación. Asimismo, era por allí que cruzaba el camino real, que comunicaba con los pueblos más al oeste, vía que permaneció en uso por más de ciento cincuenta años, hasta que se inauguró la carretera Cabral-Duvergé, el 30 de diciembre de 1947. Un tercer elemento, basado en la hipótesis, lo constituye la cercanía del bosque y las montañas, lo que permitía una rápida movilidad de aquellos habitantes ante cualquier situación o agresión, tal como ocurrió con la elección del sitio arroyo Naranjo.

Lentamente el barrio de Los Botaos adquirió su organización y ya con este nombre se refieren a él documentos de más de cien años, por ejemplo, en compras que hacía Bartolomé Coll de frutos del país a habitantes de aquel lugar en la década 1910-1920 y registradas en el juzgado de paz. Sus casas, no más cuarenta años, eran en tejamaní, techadas de palma, sencillas y frescas, con cambios hacia viviendas en madera de palma o pino, con techos de cinc, varias en concreto. Sus callejones, hace poco menos de quince años, aún eran vías de tierra que en época de lluvias se convertían en lodazales, pero hoy poseen aceras y contenes que facilitan la comunicación.

Barrió emblemático, impulsor y sostenedor de expresiones culturales características del pueblo. Allí nació, se crio y murió Belisario Féliz, quien durante más de noventa años cantó y puso a bailar a la comunidad con su mangulina, merengue y carabiné y antes que él su padre Evangelista Féliz. Florecen, por igual, en una reminiscencia a la afrodescendencia, las fiestas de palos, servida a San Miguel por Luz María Féliz González (Mi Mai), hija de Belisario y del mismo legado cultural que Evangelista. Antes que ellos otros lo sirvieron, como Mambó Féliz, recordada por muchos solo por su apodo. También, en ocasiones, hasta hace poco tiempo, en junio resonaban los tambores, cuando Otermán Féliz hacía sus fiestas a San Antonio. Este afable ser humano alternaba la panadería con sus actividades agrícolas y sacaba tiempo para ejercer el oficio de curandero popular. Asimismo, Los Botaos fue y sigue siendo lugar acentuado de Las Cachúas, donde los niños, jóvenes y adultos se integran a su celebración con pasión.

Barrio de hombres y mujeres trabajadores, muchos que se dedican a la pesca en la laguna, otros a la agricultura, varios al comercio y al desarrollo de actividades económicas. Los niños y las niñas con su piel cobriza acentuada por el sol y su cabello amarillento por el agua y el polvo recorren libremente sus calles. Allí habitan personas de profesiones varias, sencillas y afables, que pisan un espacio territorial cargado historia, donde se conjugaron la lucha por la libertad y la búsqueda de la sobrevivencia y forma parte del sincretismo cultural más emblemático del pueblo de Cabral.

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