Por: Alejandro Paulino Ramos
Ha pasado ya mucho tiempo. No sé cuánto; tal vez 45 0 50 años cuando laboraba como servidor de la Biblioteca Central, en el antiguo edificio de Anatomía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. 1973, 1975, 1976, no se…. Ya el tiempo se está llevando las precisiones de una memoria que he querido borrar, pero que no me abandona por más que lo he intentado. A veces, cuando estoy solo, cierro los ojos y me veo sentado en aquella mesita utilizada en la oficina para colocar la grande y pesada máquina de escribir. Me veo triste al borde del llanto, sentado en la “Underwood” que por década fue cómplice y compañera en la Sala de Libros Dominicanos, tecleando una nota que me niego a nombrar como poema, porque no nació como expresión artística, aunque muchas veces pienso que todo lo que se escribe, si ha salido del alma es poesía.
En ella escribí esto que se negó a convertirse en versos, que arrinconado en mi corazón llevo con doloroso dolor sobre mi vida; signo de la rabia, de la impotencia y de la esperanza vividas por la juventud de entonces, en aquellos 12 años de gobierno de Joaquín Balaguer, que hoy maldigo y maldeciré por siempre.
No recuerdo el día que la escribí, pero de seguro en el horario mañanero que tenía asignado en mi trabajo. De lo que si estoy seguro es, que al momento de escribir estas setenta palabras mi corazón sollozaba con rabia por los amigos que con las muertes me habían robado para siempre: y pienso en Andrés Caballero que quiso ser el primer medico de mi barrio, desaparecido para siempre, se dice que lanzado al vertedero de basura que para entonces quedaba en el malecón, más allá de Metaldom; pienso en Daniel “El Lego” panadero, que quiso ser poeta y dejo unos versos dedicados al dominico-haitiano Jacques Viau, copia perdida en mis papeles o en los de uno de nuestros escritores laureados; en El Moreno, el Maximiliano, al que todos en mi partido admirábamos y seguíamos, por ser luz y guía de lo que sonábamos; en Otto, Amín, en Jhovanny Gutiérrez, muchacho inocente con el que compartía en el liceo Fray Cipriano de Utrera, en la avenida Venezuela de la zona oriental y todavía su cuerpo sigue desaparecido.
La verdad, que me asustan y espantan las dictaduras por la tanta sangre acumulada en mis recuerdos…..
De ese dolor que no me abandona, de la sangre derramada, de mis amigos muertos cuando menos lo esperaba, tal vez en aquel día que no tiene fecha de vencimiento en mi memoria, quise gritar palabras y solo me salieron quejidos impotentes.
Hoy encontré esta nota que ahora, como desahogo tardío me atrevo a compartir con ustedes:
Pobre patria mía desangrada
“Ay Patria mía,
Patria de todos, de tristes primaveras,
hoy te sentí con miedo,
corriendo desnuda y
con prisa
asustada por las calles,
y quebradas de tus barrios.
Patria desnutrida y pisoteada.
Tu inmensamente negra,
negros por los cuatro costados,
muriendo en cada esquina ensangrentada
de tu encendida madrugada.
Patria de Sánchez Lamouth y del Moreno,
tus defensores jurándose patriotas,
cubriéndote de sangre,
de sangre y de muertos en las aceras,
…..porque dicen que te quieren,
Patria amada,
para días a días y al caer la tarde,
romperte el corazón poquito a poco,
y repartirlo en mil pedazos
entre los cementerios.
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