Por Carlos Manuel Diloné
3 de julio 2025
“En una palabra, la palabra Instrucción en Barahona es una palabra vacía de sentido.”
— Memoria del Gobernador Civil de Barahona, 1917
1. Introducción: Barahona en el umbral del enclave
A mediados de la segunda década del siglo XX, la provincia de Barahona comenzaba a experimentar una transformación acelerada que marcaría su historia económica, social y territorial. Hasta entonces periférica y poco poblada, su inserción en los circuitos internacionales de capital se consolidó con la entrada formal de la Barahona Company, una empresa organizada en el Estado de Nueva York que buscaba desarrollar extensas operaciones azucareras en el suroeste dominicano.
El 18 de octubre de 1916, ya bajo la ocupación militar de Estados Unidos, la empresa obtuvo autorización oficial para fijar su domicilio en el país, conforme a los términos del artículo 13 del Código Civil.[1] Esta formalización no fue un simple trámite jurídico: significó el reconocimiento estatal de una estructura de enclave económico en ciernes, apoyada por el poder militar extranjero y orientada al monocultivo de la caña, tanto para el consumo doméstico como para el comercio internacional.
A través de esta operación legal, la Barahona Company pasó de ser una entidad extranjera con inversiones en el país a convertirse en una corporación con personalidad jurídica reconocida dentro del territorio dominicano, con todas las ventajas legales que ello implicaba. Este paso institucionalizó su influencia local y selló la alianza entre el capital extranjero y el Estado dominicano bajo tutela militar. En adelante, la historia de Barahona quedaría íntimamente ligada a esta empresa y a los procesos de modernización económica que trajo consigo, en una región que hasta entonces había permanecido al margen del desarrollo nacional.
2. Demografía y educación en una provincia en formación
En 1915, Barahona era todavía una de las provincias más jóvenes y menos pobladas de la República Dominicana. Con apenas 17,891 habitantes[2] y una extensión territorial de 7,324 km², su densidad poblacional era ligeramente de 2.44 habitantes por kilómetro cuadrado, la más baja del país. Esta dispersión demográfica reflejaba no solo un lento proceso de poblamiento en el suroeste, sino también las dificultades estructurales de conectividad, acceso a recursos y debilidad institucional.
Ese mismo año, la población nacional se estimaba en 795,432 habitantes, según datos publicados por el Listín Diario y reproducidos en el Boletín de la Unión Panamericana. Se registraron 29,431 nacimientos y 6,762 defunciones, lo que refleja una estructura poblacional joven y en crecimiento. En ese contexto, la provincia de Barahona representaba escasamente el 2.2 % del total poblacional.
En materia educativa, la situación era igualmente precaria, aunque con señales de organización. Barahona contaba en ese año con 40 escuelas públicas, atendidas por 43 profesores, y con 1,035 alumnos matriculados. La distribución territorial revela una marcada desigualdad: Barahona (cabecera provincial) concentraba 14 escuelas; Neiba, 9; Enriquillo y Duvergé, 7 cada una; y Cabral, apenas 3.[3]
El índice de escolarización apenas alcanzaba el 3.69 % de la población, y el gasto promedio por alumno era de $8.78 oro anual. El gasto total en enseñanza ascendía a $11,773 oro, de los cuales el Estado aportaba $8,325 y los ayuntamientos $3,448. En esta última categoría se evidenciaban nuevamente las desigualdades internas: mientras el municipio de Barahona lideraba el gasto educativo, Duvergé figuraba como el más rezagado.[4]
La Memoria del Gobernador Civil correspondiente a 1917 complementa este panorama con un diagnóstico directo y crítico. En ella se afirma que, salvo en la cabecera provincial, la instrucción pública era deficiente, mal dirigida y carente de personal calificado. Las escuelas en zonas fronterizas como Jimaní, Tierra Nueva y Descubierta estaban abandonadas, y los maestros carecían de preparación pedagógica. El gobernador resume con crudeza la situación: “la palabra Instrucción en Barahona es una palabra vacía de sentido”.[5] Esta frase ilustra la gravedad del atraso educativo, considerado un obstáculo estructural para el desarrollo provincial.
3. Agricultura marginal, industria limitada y comercio rezagado
Más allá del dramático diagnóstico sobre la instrucción pública, la Memoria del Gobernador Civil de 1917 ofrecía también una radiografía crítica del estado económico de la provincia. En ella, Bernardino Vásquez (Don Pirín) describía el panorama de la industria y el comercio con términos igualmente severos. Señalaba:
“Industria: Esta es exigua por demás en la Provincia. Solo la constituyen los pequeños trabajos de cortes de madera de valor, que son abundantísimas en estos terrenos, y otras producciones industriales como mieles, resinas, pieles, etc.”[6]
“Comercio: Este es bastante reducido, y se realiza por pequeñas importaciones de mercancías y provisiones en buques de velas de cabotaje, que suelen ir de tiempo en tiempo al extranjero llevando algunos productos industriales. De lo que resulta que dadas las pocas operaciones de importación y exportación que se realizan con el extranjero, y los pequeños recursos con que para ello cuenta el comercio, la venta de todo es al detalle, resultando excesivamente caros todos los artículos de consumo, y con lo cual sufre la sociedad en su subsistencia, sobre todo la clase proletaria.”[7]
Del mismo modo, el gobernador llamó la atención sobre la situación en la línea fronteriza, específicamente en las comunes de Neiba y Descubierta. Señaló que los planteles escolares de Jimaní, Tierra Nueva y Descubierta se encontraban completamente abandonados. Indicó, además, que el número de alumnos inscritos en las seis escuelas de estas tres secciones apenas alcanzaba un promedio de 25, y que la asistencia, podía decirse, era prácticamente nula.
La actividad agrícola en la provincia de Barahona hacia 1915 reflejaba el carácter marginal y fragmentario de su economía antes de la consolidación del enclave azucarero. Según datos compilados en el Boletín de la Unión Panamericana, Barahona contaba apenas con una finca cacaotera, en la que se encontraban sembradas 25,000 matas de cacao en producción. Esta cifra, aunque significativa en términos absolutos, resulta escasa si se compara con otras regiones del país, especialmente el Cibao, donde el cultivo del cacao ya tenía una larga tradición y una mayor productividad.
Más allá de la finca mencionada, no se hace referencia a otras zonas productivas ni a cultivos de subsistencia de importancia en Barahona, lo que sugiere un territorio aún sin una estructura agraria consolidada. La Memoria del Gobernador refuerza este cuadro, destacando que, aunque la agricultura iba tomando “ensanche y desarrollo”, era urgente la creación de un banco agrícola que ofreciera crédito a los productores. Según el documento, ello haría más próspera la labor, aumentaría la riqueza de la provincia y permitiría un mejor aprovechamiento de la fertilidad de sus tierras.
Conclusión: entre la promesa del progreso y las raíces del atraso
Los años que precedieron y acompañaron el establecimiento de la Barahona Company como entidad domiciliada en el país, en plena ocupación militar, mostraban a Barahona como una provincia con enorme potencial territorial, pero profundamente marginada en términos institucionales, educativos y económicos.
Las cifras oficiales recopiladas por la Unión Panamericana y los diagnósticos de la Memoria del Gobernador Civil coinciden en el retrato de una provincia marcada por la precariedad: baja densidad poblacional, debilidad institucional, agricultura incipiente, industria inexistente, comercio reducido al cabotaje y un sistema educativo en crisis.
En ese contexto, la llegada del capital extranjero con la instalación del enclave azucarero representó un punto de inflexión. Aunque su propósito central era económico y su lógica empresarial no respondía a fines sociales, su presencia generó transformaciones palpables: construcción de un acueducto, un hospital, electrificación de la ciudad, implementación de redes telefónicas, trazado de calles y avenidas, canales de riego, y un puente carretero que sustituyó la barcaza sobre el río Yaque.
Más allá del empleo directo que ofreció, el central sirvió como motor de modernización para una región que había carecido de oportunidades reales de desarrollo. En ese sentido, el enclave transformó el modelo productivo y abrió posibilidades concretas de progreso, dentro del marco normativo de la época y en coherencia con el papel que le corresponde a una empresa privada.
Así, Barahona pasó —en menos de una década— de ser una provincia periférica y estancada, a convertirse en una zona dinámica del suroeste, capaz de insertarse en un nuevo ciclo de cambio económico y social.
[1] Colección de Leyes, Decretos y Resoluciones, Gaceta Oficial núm. 2745, 18 de octubre de 1916.
[2] Boletín de la Unión Panamericana, tomo XLIV (enero–junio de 1917), 415 (Washington, D.C.: Oficina de la Unión Panamericana).
[3] Ibíd.
[4] Ibíd., 697.
[5] Archivo General de la Nación / Secretaría de Estado de Interior y Policía. Años 1916–1918. Legajo núm. 362. Gobernación de Barahona. Comunicación núm. 1231, Barahona, 23 de enero de 1918.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
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