El régimen político bajo Trujillo
Uno de mis cursos en la Escuela Diplomática de la República Dominicana («Elementos de Ciencia jurídica») ofrecía un resumen comparado de las instituciones jurídicas fundamentales en los distintos sistemas nacionales; y una de sus conferencias debía cubrir los sistemas políticos totalitarios de Alemania, Italia y Rusia, frente a las distintas variantes de la Democracia Occidental. Cierto año, al terminar esta conferencia se me acercaron con gran misterio y curiosidad tres alumnos, para preguntarme cual era mi opinión sincera sobre el sistema político de la República Dominicana. Hacía tiempo que me habían avisado sobre la posible labor de espionaje que uno de estos alumnos realizaba para el Gobierno, y en todo caso hubiese sido locura sincerarme abiertamente en Ciudad Trujillo, así que tuve que esquivar la pregunta respondiendo que el sistema constitucional dominicano estaba inspirado en la Constitución de los Estados Unidos, es decir una República de tipo presidencialista frente a las Repúblicas parlamentarias de Europa. Uno de mis alumnos todavía trató de insistir: «Bueno, profesor, eso es en el papel, pero qué opina usted de lo que sucede en la realidad?»
Mi alumno tenía toda la razón en su pregunta. En la República Dominicana -como en todos los países iberoamericanos sometidos a dictadura- una cosa es la letra de la Constitución y otra cosa es su aplicación diaria.
Estoy seguro de que mis alumnos comprendieron de sobra mi silencio aquel día. Pero hoy les voy a responder con la libertad que no tenía entonces. Confío que más pronto o más tarde este estudio caiga en sus manos.
Creo que nada es mejor para valorar las elecciones dominicanas bajo el régimen de Trujillo como exponer y analizar los resultados electorales anunciados en la Gaceta Oficial desde que subió al Poder en 1930. Desde entonces, se han celebrado seis elecciones generales ordinarias en 1930, 1934, 1938, 1942, 1947 y 1952; tres elecciones generales extraordinarias en 1934, 1941 y 1946, para elegir los representantes a las sucesivas Asambleas Revisoras de la Constitución; y varias elecciones parciales.
(A este párrafo sigue un estudio detallado de los resultados oficiales de esas elecciones, los que revelan que la unanimidad de los votos fue de 100%, excepto en las elecciones de 1930 en las que una minoría se abstuvo y los votos en contra fueron en la proporción de 1%.- N.E.)
Creo que las cifras y datos indicados ahorran todo comentario sobre la «veracidad» de las elecciones dominicanas en la Era de Trujillo. Ni siquiera dictadores como Hitler y Stalin, Mussolini o Franco, se atrevieron jamás a anunciar un resultado tan unánime, al menos dejaban un pequeño porcentaje de votos contrarios o en blanco, siquiera establecían gradaciones entre el jefe y los demás candidatos de la lista. En la República Dominicana la unanimidad es perfecta.
Poco voy a decir sobre la convocatoria de las elecciones, que es oficial por la Junta Central Electoral en la Gaceta Oficial; ni sobre la proclamación de candidatos en la convención del Partido Dominicano, cuyos delegados se limitan a aplaudir la propuesta hecha por el Presidente de su Junta Directiva, a sugerencia de Trujillo: ni sobre la campaña electoral que a menudo es totalmente inexistente. Lo que es revelador de la falsedad de estas elecciones son los detalles de su misma celebración en las mesas electorales.
El voto es obligatorio, y cada cédula personal de identidad debe ostentar un sello de goma comprobando que se depositó ese voto en las últimas elecciones, en otro caso se puede incurrir en sanciones y puede haber dificultades incluso para cobrar un cheque en el Banco. Pero esa obligatoriedad no quiere decir que la persona interesada vaya a votar, basta con que envíe la cédula incluso con una criada.
Voy a referir los detalles de la última elección general de 1952, tal como me los relató el Presidente de la mesa electoral en una común de los campos del Cibao, durante su estada accidental en la ciudad de Nueva York semanas después.
La Junta provincial del Partido Dominicano le comunicó su designación, aunque no residía en la común afectada. La misma Junta le dio todas las instrucciones, papeletas, libros de registro y sellos oficiales. Salió a caballo de la capital de la provincia, y llegó al amanecer a la cabecera de la común. Allí le esperaban los miembros locales de la mesa electoral, y se reunieron oficialmente en la escuela del pueblo. Sus puertas fueron cerradas cuidadosamente; los electores se fueron alineando en el exterior. Al llegar la hora indicada para comenzar la votación, uno de los auxiliares entreabrió la puerta y pidió las cédulas personales de los diez primeros votantes en fila; a ninguno de ellos se le permitió entrar en el recinto, el auxiliar tomó las cédulas y las entregó al Presidente de la Mesa, este anotó cuidadosamente sus nombres y números en el libro registro, estampó el sello haciendo constar el depósito del voto, y con toda exactitud metió diez papeletas del Partido Dominicano en la urna. La operación se fue repitiendo, de diez en diez cédulas, hasta que ningún elector quedó aguardando en la puerta.
Al terminar la hora señalada para la votación, el Presidente de la Mesa redactó la oportuna acta con mención de candidatos y votos; pero antes de escribirla comprobó con meticulosidad el número de electores inscritos en el libro registro y el número de papeletas depositadas en la urna, y al notar que había una diferencia de dos papeletas menos se apresuró a meter dos más para igualar los números. Una vez comprobado que todo estaba en regla, los miembros de la Mesa Electoral firmaron el acta oficial. Mi informante volvió a montar a caballo y regresó a la capital de la provincia, con tiempo para que la Junta provincial del Partido Dominicano pudiera telegrafiar el «resultado» a la capital de modo que contribuyera al total «exacto» impreso en los periódicos de la mañana siguiente.
Así se vota en la República Dominicana bajo Trujillo, y así se elige su Presidente, sus legisladores y sus regidores. Ahora bien, ¿es que después de elegidos tienen la menor categoría de tales?
La llave del régimen político trujillista, necesaria para comprender el funcionamiento perfecto de este régimen, se encuentra en la propia Constitución: es el art. 16 de la misma; en combinación con el art. 39 de los Estatutos del Partido Dominicano. Según ese Trujillo como jefe del Partido Dominicano tiene la renuncia firmada sin fecha de todos los funcionarios electos (incluyendo a legisladores y magistrados). Cuando le place remover a uno de estos funcionarios, le basta con poner la fecha del día y hacer circular la renuncia.
Si se trata de un legislador, entra en juego inmediato la aplicación del art. 16 de la Constitución. Simultáneamente la jefatura del Partido Dominicano dirige a la respectiva Cámara una terna proponiendo los nombres de tres posibles substitutos. Como el Congreso está integrado por afiliados del Partido, automáticamente la renuncia es aceptada sin discusión, y seguidamente es elegido por unanimidad como substituto la persona que figura en primer término de la terna. De este modo los legisladores cambian periódicamente, pero siempre de acuerdo con la Constitución.
¿Cómo se tramita esa renuncia? La regla uniforme es muy sencilla: Se lee una carta en que el legislador afectado renuncia sin explicaciones a su curul por determinada provincia; la Cámara respectiva acepta la renuncia; seguidamente se lee una carta del jefe del Partido Dominicano sometiendo una terna de nombres para cubrir la vacante; se celebra votación secreta y es elegido por unanimidad el primer nombre de la terna; a continuación el Presidente de la respectiva Cámara se entera de que el nuevo legislador se encuentra en los salones del edificio, nombra una comisión para que le invite a pasar, el nuevo legislador presta juramento, y finalmente pronuncia un discurso dando las gracias a Trujillo.
La aparente división constitucional de Poderes y su ineficacia práctica es característica común a todas las dictaduras latinoamericanas. Pero no conozco ninguna en que el truco de las «renuncias» se practique como en la República Dominicana; a mi juicio esta es la característica más peculiar del régimen trujillista.
Uno de los argumentos más esgrimidos en favor del régimen trujillista es que ha terminado con el caos político precedente, cuando multitud de caudillos y partidos personalistas alteraban el orden del país con sus ambiciones egoístas, motor de continuas revoluciones y hasta guerras civiles.
Esto es cierto en lo que se refiere a la destrucción total del antiguo sistema de partidos y grupos políticos. Lo discutible es la valoración final de ese hecho.
El año 1930 en que Trujillo subió al Poder había por lo menos siete partidos políticos en la República Dominicana, a juzgar por la reforma de la Ley Electoral promulgada el 10 de abril de ese año en que se mencionan los siguientes partidos: Nacional, Progresista, Coalición Patriótica de Ciudadanos, Liberal, Republicano, Nacionalista y Obrero Independiente. Los dos primeros formaron la Alianza Nacional-Progresista que presentó la candidatura Velázquez-Morales; los restantes formaron la Confederación de Partidos que presentó la candidatura Trujillo-Estrella Ureña.
Todo este variado panorama de partidos políticos se esfuma rápidamente tan pronto como Trujillo sube al Poder. Las primeras víctimas son los dos partidos de la oposición, eliminados entre mayo y agosto de 1930. Pero después caen también los partidos que respaldaron a Trujillo en las elecciones del 16 de mayo de 1930. En 1931 no existe ninguno de estos partidos, y sólo existe un nuevo partido también personal; el Partido Dominicano de Trujillo.
La Alianza Nacional-Progresista tiene que retirarse de la lucha electoral una semana antes de las elecciones. Y muy poco después todos sus dirigentes están en el exilio, tras haberse asilado en embajadas extranjeras, y en más de un caso tras haber sido detenidos. Sólo queda en la República Dominicana el viejo caudillo Horacio Vásquez, demasiado viejo y enfermo para que suponga peligro alguno. Cuando Trujillo se juramentó como Presidente el 16 de agosto de 1930 han desaparecido para siempre los dos partidos mayoritarios de la última época.
Pero poco a poco son eliminados también los partidos que respaldaban a Trujillo. Los dos más fuertes eran el Liberal y el Republicano, por la personalidad de sus jefes Desiderio Arias y Rafael Estrella Ureña, ambos figuras cumbres en el golpe de 1930. Unos meses después Desiderio Arias es vencido en combate y asesinado, y casi seguidamente Rafael Estrella Ureña sale voluntariamente al exilio y el Congreso le destituye poco después como Vicepresidente de la República. Los demás partidos se deshicieron por sí solos. En agosto de 1931 se constituye oficialmente el Partido Dominicano, en que se refunden los partidos de la Confederación.
Desde entonces en la República Dominicana existe un partido único. Aunque de vez en cuando se haya simulado la existencia de algún partido de «oposición».
La edición oficial (de los Estatutos del Partido Dominicano) que he podido consultar tiene en su portada una palma, que es el emblema del Partido; un retrato de Trujillo en uniforme de Generalísimo, con el siguiente pie: «Generalísimo Rafael L. Trujillo Molina, Jefe y Director del Partido»; y en la esquina superior el lema: Rectitud, Libertad, Trabajo. Como es fácil adivinar, este lema fue escogido para que sus iniciales coincidieran con las de Rafael Leonidas Trujillo; más tarde se agregó Moralidad, en juego con Molina.
Los principios que enuncia el Partido no pueden ser más vagos: «… el Partido Dominicano se ha constituido para colmar un patriótico anhelo de superación cívica del pueblo dominicano y como fuerza política para sostener y cumplir el credo renovador del Generalísimo Dr. Rafael L. Trujillo Molina … declara y reconoce como su único Jefe Supremo al Generalísimo y Doctor Rafael L. Trujillo Molina, porque él encarna los ideales de todos los dominicanos con pensamientos nobles y porque sus ejecutorias tienen tal alcance dominicanista y tal proyección en la historia, que su vida se confunde con la existencia misma de nuestra nacionalidad». Es decir, es un partido típicamente personalista para respaldar a Trujillo, sin programa o doctrina alguna.
Para que no quepa duda alguna sobre la entera sumisión del Partido y sus dirigentes a Trujillo, el art. 27 dice: «El Comité Ejecutivo no podrá disponer nada contra lo que esté previsto en estos Estatutos, o en pugna con las decisiones del jefe del Partido … Las decisiones de la Junta Superior Directiva o del Comité Ejecutivo podrán ser vetadas por el Jefe del Partido».
Pero para comprender la verdadera posición y significado del Partido en la República Dominicana actual es preciso tener en consideración otros preceptos de tipo oficial. Porque el Partido Dominicano está íntimamente engranado en la estructura del Gobierno.
En primer lugar, el Presidente de su Junta Superior Directiva tiene categoría de Secretario de Estado; y tienen categoría de Subsecretario el Secretario General y el Vicepresidente del Partido. En segundo lugar, la Secretaría del Tesoro descuenta en todos los cheques mensuales de los funcionarios públicos un 10% que pasa automáticamente a la caja del Partido, etc.
El saborcillo totalitario aparece en la nota hecha pública el 23 de septiembre de 1937 por Daniel Henríquez Valdés como Presidente del Partido, sobre el saludo que sus afiliados debían hacer patente ante Trujillo: «Detenerse frente al jefe Supremo con el pecho erguido y la mano derecha abierta sobre el corazón».
Pero el Partido Dominicano no es una élite minoritaria, disciplinada y con fe en un credo como lo son los partidos comunistas y algunos fascistas. De hecho es raro el dominicano de alguna actividad pública o profesional que no se haya afiliado al Partido Dominicano; es una rutina más.
Tomado de:
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