Toussaint se llevó a los individuos del Fijo en la forma que relata García, con fin premeditado de aniquilarlos en Port-au-Prince; pero como no pudo llegar a aquella ciudad, dio orden para que, llegados a lugar donde ninguno pudiese escapar, perecieran todos por el plomo.
Por Fray Cipriano de Utrera.
Leemos en la obra histórica de José Gabriel García (tomo I, p.308) que “el temor y los rumores que circulaban de que Napoleón había aceptado como un reto la promulgación de la constitución y la autoridad absoluta asumida por Toussaint Louverture, movieron a éste a hacer una visita a las poblaciones españolas con el pretexto aparente de inspeccionar la agricultura, pero con el fin real de tomar medidas de seguridad y defensa” contra los franceses. Llegó Toussaint a la ciudad de Santo Domingo el 3 de enero de 1802, empleó casi todo el mes en las actividades consabidas, y el día 23, prosigue García, “relevó la jente del batallón Fijo que estaba de guardia, como a las once de la mañana, y … el 26 hizo marchar a este cuerpo como a malhechores, sin municiones, con una compañía a vanguardia, otra a retaguardia, y escoltado por los flancos por partidas de dragones con las armas cargadas y bien pertrechados, dándoles orden de ruta para Port-au-Prince, muy confiado en que las disposiciones que dejaba tomadas, garantizadas por la lealtad de sus tenientes, bastarían para hacer fracasar la respetable expedición que ya estaba en camino”.
La expedición llegó, operó y desde el 1° de marzo el francés Kerversau dominaba en la ciudad del Ozama; se siguieron otros hechos, inclusos la toma de Port-au-Prince por los franceses y otros en Jaina el 6 de marzo, lo que dio pie a García para escribir: “Estos hechos tan contrarios a las aspiraciones personales de Toussaint Louverture, le causaron, a la par de una indignación profunda, tanto odio contra los dominicanos y los españoles, que olvidándose de toda consideración política, concibió la infernal idea de saciar sus deseos de venganza en el batallón Fijo, que había sacado en rehenes de Santo Domingo, y que no había llegado a entrar en Port-au-Prince, porque ya los franceses tenían ocupada la plaza. De aquí que haciéndolo contramarchar hasta las lomas de Grand-Cahos, según unas versiones, o hasta Verrettes, según otras, rodeado de tropas bien armadas y municionadas, lo hiciera asesinar miserablemente el día 2 de marzo (ib. pp. 319-320).
Ya es bastante anómalo que el 2 de marzo se ejecutara la venganza de Toussaint lo mismo por hechos consumados días atrás, como la pérdida de las ciudades de Santo Domingo y Port-au-Prince, que por hechos que acaecieron cuatro días después de aquella matanza miserable; pero no es sobre esto a lo que se dirige esta rectificación histórica, sino sobre el genuino motivo de la matanza, concebida ya antes de la llegada de las tropas francesas, y cuyo intento puso en ejecución el 23 de enero al acuartelar a los individuos del Fijo, y continuó al llevárselos prisioneros, o, como dice García, en rehenes, cualquiera que hubiera sido la suerte de las armas francesas. Pues aunque en la obra de García la matanza es un acto de venganza motivado por hechos adversos inmediatos, y el llevarse a los del Fijo es allí una providencia de seguridad para la política de Toussaint, el hecho sobre que versaba la desconfianza de dejarlos en Santo Domingo no se da en dicha obra histórica, y éste es precisamente el fin del presente estudio.
Desde 1786 los Batallones Fijos ultramarinos habían quedado equiparados del todo en todo a los de igual denominación peninsulares. Consecuencia de esta igualdad fue la habilitación de tales fuerzas para ser trasladadas de unas provincias a otras en América, según la necesidad, y por eso desde la guerra de 1793 sirvieron aquí fuerzas regulares de Cuba, Nueva España, Caracas y Puerto Rico.
Llegaron los días en que Toussaint Louverture decidió tomar posesión de la plaza de Santo Domingo, y cuando el Capitán General don Joaquín García supo que los negros habían rendido la ciudad de Azua, precipitadamente, el 10 de enero de 1801, nombró al General Chanlatte Comandante en Jefe de las tropas que debían cerrar el paso a los invasores. El ejército defensor se situó en Ñagá, y entre las tropas puestas a disposición de Chanlatte estaban las del Batallón Fijo de Santo Domingo. La acción de Ñagá fue desgraciada para los blancos, porque el 12 de enero fueron embestidos de sorpresa, y aunque “la Compañía de granaderos del Fijo de Santo Domingo y la Compañía de Milicias de San Carlos, y como unos sesenta negros de Juan Francisco sostuvieron muy bien el fuego”, en expresión del propio Chanlatte, como “todos los lanceros y casi todo el resto de la tropa huyeron sin que fuera posible reunirlos”, explicativa del mismo Chanlatte, ya no se pensó sino en capitular, y como “no convenía al Comisario del Gobierno Francés asistir a este acto que sería infaliblemente el decreto de muerte de la Autoridad Nacional en Santo Domingo, respecto a que sólo en la comisión francesa en Santo Domingo reside el derecho de la Metrópoli; Toussaint lo sabe bien, y no se ignora tampoco que su objeto principal es el de hacer caer a lo menos tres cabezas (Chanlatte, Kerversau y Pons), las que mejor habían adivinado sus proyectos y contrariado sus ideas”, y son palabras de Chanlatte, éste pidió para sí y sus compañeros el pasaporte inmediato, y García lo concedió la tarde del 13 de enero[1], y momentos después los señores franceses Comisario Chanlatte, general Kerversau y esposa, secretario Cabot, escribiente Otton, médico Garcen, juez Pons, secretario Despujeaux, escribiente Deloste, juez interino Geniac, escribano Bris, ciudadano Roch, dos franceses y criados respectivos, salieron del puerto y recalaron en Puerto Cabello el 18 de enero.
El 22 de enero escribía García al gobernador de Maracaibo: “Decidida la entrega de esta Plaza a la República Francesa, según el Tratado de Basilea, las tropas que la guarnecen deben salir para sus destinos, y no habrá más demora que por falta de buques, porque cuantos había se emplearon en sacar familias de mujeres, enfermos y niños; en esta virtud suplico a V. S. se sirva prestar este auxilio, no sólo para los que corresponden a ese destino, sino también para servir a las demás que quedarán detenidas por defecto también de transporte, etc.”
En cuanto a las capitulaciones con Toussaint, el mismo García se expresó desde Maracaibo, el 24 de febrero, en carta a don Manuel de Guevara y Vasconcelos, Capitán General de Venezuela, con las siguientes palabras:
«Los sucesos de la Isla de Santo Domingo, que estaba a mi cargo, que se han hecho bastantemente notorios de un mes a esta parte, han progresado hasta el extremo de haberla entregado al General Toussaint el día 26 de enero próximo pasado.
“Esto no se hizo sin sobrada violencia. El negocio de la entrega como País cedido a la República Francesa estaba suspenso por convenio con el Agente de la misma República; pero el dicho Toussaint, acostumbrado a ejercer toda tropelía aún con los mismos Generales de su nación, tal como el ciudadano Hédouville, y a enervar la autoridad, tal como pocos meses antes hizo con la persona del enunciado Agente, reduciéndolo a un arresto en lo interior de la Colonia, prevalido siempre de la turba de negros que ha disciplinado con el auxilio de los ingleses, emprendió la toma de posesión sin acordarse más que de lo que puede en ciertos casos la perfidia y el atrevimiento.
“Se trasladó a nuestro confín; expidió proclamaciones a los habitantes y vecinos, llenándolos de esperanzas y de terror, pero a mí se dirigió con una declarada intimación cuando reposábamos sobre la fe de lo convenido hasta la decisión de las dos soberanías.
“Los pueblos se intimidaron; se fueron entregando sucesivamente. El atentó su marcha siempre adelante sin esperar reconvenciones, y aunque se le opuso alguna resistencia de que resultó alguna sangre, no pudo ser sino con respecto a una cortísima guarnición y ningún apoyo del País que sólo aspiraba a asegurar sus posesiones de la rapacidad de una negrada que así lo ofrecía.
“Yo hube de entrar a tratar de artículos de entrega, y la efectué bajo de unas condiciones que hizo después ilusorias su incivilidad.
“Los mismos del País se empeñaban en tener compañeros en la suerte y de esto nacieron intrigas contrarias a la seguridad de cuantos debíamos de salir. Cada día se propagaban más y más las pretensiones; procuró acelerar la salida mía y del Regimiento de Cantabria; quiso y logró quedarse con el Fijo con pretextos especiosos; alargó sus ideas hasta comprender todos los caudales del Rey, libros y papeles, siempre con apariencias de violencia, pero prestándose a condiciones regulares para lograrlo; en términos que a cada cuerpo, y aún a mí mismo me fijó el día de salir porque convenía, antes que se alterase la buena inteligencia. Falto de auxilios, no era prudente el exponerse a una extremidad sangrienta que habría sido inevitable entre los partidos que había que temer, y entre una multitud deseosa de la rapiña y de hallar motivos a la entrada de la confusión.
“De este modo he llegado aquí el día 22 del corriente con mi familia.[2] Me precedió el Regimiento de Cantabria y sucederá, como espero, el Ministerio de Real Hacienda, según me ofreció el Negro, si es que puede esperarse de él cumplimiento de cosa alguna.
“Lo que participo a V. S. para que, contándonos en este estado y en este distrito y jurisdicción, la más fácil de pisar en dominio del Rey de España, tenga la bondad de acordarnos en ella, a nombre de la misma Majestad que representa, cuantos auxilios requiere nuestra subsistencia hasta la Real resolución.
“Por lo que toca al vecindario emigrado aquí, y que irá llegando, contemplo a V. S. impuesto sucesivamente por este Gobernador, pues yo me limito a sólo lo que es ramo militar. Todos los recomiendo como vasallos del Rey a la beneficencia de V. S.
“Dios guarde a V. S. ms. as.
«Maracaibo 24 de febrero de 1801.
«Joaquín García.
“Señor Don Manuel de Guevara y Vasconcelos.”
En cuanto a la condición impuesta por Toussaint sobre el Batallón Fijo, consta de oficio del Cap. General García que “a instancias inevitables del General en Jefe del Ejército de la Colonia, queda por ahora en esta Plaza el Batallón de Santo Domingo en calidad de auxiliar, con su actual fuerza, como preciso y necesario para el sosiego de la Ciudad y para hacer retirar de la Colonia parte de la numerosa guarnición que ha entrado a tomar posesión, por cuyo hecho se hace responsable a las dos naciones, a pesar de haber visto las Reales Ordenes terminantes para que pase a Puerto Rico a ser tercero del Regimiento de aquella Isla. Su tropa y oficiales actuales que tienen las Patentes del Rey y posesión de sus empleos, como también la tropa, gozarán de sus respectivos haberes como hasta aquí sin hacer novedad, a menos que por nuevos reales despachos logren sus ascensos a que hayan sido promovidos, y después del Cúmplase de quien corresponde y su posesión”. En este oficio de 12 de febrero de 1801, se dice también que deja fondos suficientes al Oficial de la Contaduría del Cuerpo, y que, si faltan, se enviarán de Cuba.
Inconformes los oficiales del Batallón Fijo de Santo Domingo con la resolución seguida “a instancias inevitables” del Negro, el 13 de febrero encaminaron una carta a Don Ramón de Castro, Gobernador de Puerto Rico, por la que le daban cuenta de estar detenidos en Santo Domingo por orden de Toussaint, suplicándole diesen cuenta al rey de este caso para que en lo futuro no se les hiciese responsables de haberse quedado en Santo Domingo. Firmaron Ramón Caro, Francisco Villasante y Pedro Saviñón.
Pocos días después de haberse embarcado don Joaquín García, el Comandante interino del Batallón, Teniente Coronel del mismo, don Francisco Núñez, escribió a Toussaint en orden a que dejase a él y su Batallón embarcarse para Puerto Rico; pero Toussaint, por toda respuesta, lo destituyó del mando, y puso en su puesto de Comandante a don Ramón Caro, que sólo era Capitán, sin considerar que en el cuerpo había un oficial de mayor graduación, a quien, cualquiera que fuese la legalidad de la destitución predicha, correspondía ejercer el mando interino, y Caro, por razones que cumplían a su seguridad, hubo de aceptar, sincerándose ante sus compañeros que aprobaron su aceptación.
No era don Ramón Caro sujeto muy a propósito para mostrarse servil. Había nacido en Santo Domingo en 1755 y era tataranieto del Almirante, Gobernador y Capitán General que fue de la Isla, don Ignacio Pérez Caro; su bisabuelo, Juan, fue teniente coronel y sargento mayor de esta plaza; su abuelo, Ignacio, recientemente fallecido, había sido brigadier de los reales ejércitos; su padre, Francisco, fue alférez. Había casado con doña Luisa Fernández de Castro Fernández, y en previsión para lo futuro, había procurado que se embarcase antes de la entrega de la plaza de Santo Domingo para juntarse con ella y sus hijos en Puerto Rico. Ahora, con el engaño urdido por Toussaint, su rabia y dolor estaban al acecho de una oportunidad, aunque fuese a la desesperada, para dar a conocer a Toussaint su temple de alma, y la ocasión llegó más pronto de lo que esperaba, como se deja entender por el siguiente oficio que dirigió al Negro, en que retrata fiel y cumplidamente la discordancia del Batallón Fijo con los planes políticos y militares del sojuzgador del Cuerpo.
“El Comandante del Batallón Auxiliar de Santo Domingo, Ramón Caro.
“Al General en Jefe del Ejército de Santo Domingo, Toussaint Louverture.
“El Administrador de la Marina me ha pasado una carta con fecha de 16 Floreal, por la que me previene la orden que ha recibido vuestra, para no pagar a los Oficiales, sargentos, cabos y soldados del Batallón Auxiliar de Santo Domingo, sino la mitad de los sueldos, esto es, de cada dos meses uno solo, a fin de economizar los fondos de la Caja de dicho Batallón.
“Esta providencia aflictiva en particular, presenta en lo general tantos inconvenientes, que yo creería faltar a mis deberes, si, conociendo los sentimientos de que está penetrado vuestro corazón, no os lo hiciese presente, para que, pesándolas en vuestro juicio, revoquéis la orden dada, si halláis definitivamente que así deba hacerse.
“El día que convinisteis con el Señor Presidente que este Batallón se quedaría al servicio de la República, como tropa Auxiliar hasta que se recibiesen órdenes de los dos gobiernos, fue bajo la condición expresa de que los Oficiales, sargentos, cabos y soldados disfrutarían de sus sueldos, banderas y privilegios, como disfrutaban en el servicio de España. En estos términos lo previno el Señor Presidente al Cuerpo, yvos me llamasteis, General, para que, apaciguando el descontento que se manifestaba bien públicamente en sus individuos, ypersuadirlos a quedarse con gusto, les asegurase de vuestra parte ybajo vuestra palabra que se les darían sus sueldos, conservarían sus banderas y disfrutarían ele sus privilegios como en lo pasado, y me dijisteis en esta ocasión que el Presidente os dejaba 70.000 pesos para llenar con el Batallón y Compañía de Artilleros el objeto expresado.
“Bien veis, General, por esto sólo, que vuestra palabra está empeñada y, siguiendo la orden que habéis dado, faltaríais a ella; pero como esto sería contrario a los sentimientos religiosos que profesáis y a la santidad del convenio solemne que habéis hecho, bastará sin duda el hacéroslo observar para anular vuestra orden.
“Además, os halláis comprometido con las dos Daciones, ¿yno sería acaso una ofensa para ellas el violar el acto que hicisteis con el Señor Presidente, yen esto no resultará comprometida vuestra responsabilidad?
“La calidad de tropa auxiliar, por otra parte, os impone, a mi parecer, la obligación de usar más bien de miramiento con ella, pues que la tropa no se ha quedado sino para defender el País perteneciente a la República y a consecuencia de vuestras promesas, y sería agradecer poco los sacrificios que muchos de ellos han hecho en quedarse, como os lo haré ver en el curso de esta carta en el párrafo de gratificaciones, cercenándose la mitad de su paga, la cual, por otra parte (aquí la copia vista carece de sentido por omisión de algunas palabras) de los sargentos, cabos y soldados habían concluido el tiempo de sus empeños, y que la guerra era la sola causa de que no se les hubiese dado sus licencias.
“Esta medida había ya ocasionado muchas deserciones; juzgad, pues, General, cuánto deberá aumentarse cuando se agregue la supresión de la mitad de la paga.
“En el caso de que se hubiere hecho partir este Batallón, o cuando esto llegue a verificarse, no pongo duda alguna en que mucha parte de los que lo componen, prefiriesen quedarse, pero nunca será en calidad de soldados y mucho menos con medio sueldo. Yo creo, pues, General, que convendría a los intereses de la República Francesa atraer unos hombres (casi todos criollos) que pueden serle útiles; y esto lo lograríais, si os guiaseis por la impulsión de vuestro corazón y vuestras promesas, o dejándoles la facultad de salirse del servicio.
“Todavía se presenta un objeto de mayor importancia que poner a vuestra vista y que merece toda vuestra atención.
“Los hombres que forman este Batallón deben con su paga alimentarse, vestirse y entretenerse de todo, hasta de camas para dormir, y sólo con ella pueden llenar estos objetos. ¿Se podrá apremiarlos a que los verifiquen, cuando se les prive de la mitad de una cosa que les era el garante de su ejecución y la base de su empeño? Yo no lo puedo creer; porque desde luego que un contrato reciproco sufre alguna alteración, está anulado por derecho. Pero, por otra parte, su paga era de tal modo proporcionada a sus necesidades, que no les facilitaba exactamente sino lo preciso, y si el menor descuento les hubiera imposibilitado su existencia, ¿qué será cuando se le reduzca a la mitad?
“Todavía conviene observaros que la grande emigración que ha habido aquí, ha dejado después un vacío considerable en el País, redoblando la miseria en términos que la mayor parte de la gente se halla sin tener en qué trabajar, y, por consiguiente, sin recursos; y que de resultos, una porción de soldados que tienen oficio, no tienen en qué ejecutarlo.
«Lo mismo sucede con los Oficiales a quienes habéis tenido a bien dar ascenso. Reducirlos a media paga es darles menos de lo que gozaban cuando en sus antiguos grados la recibían entera. Ya os observaré, a mayor abundamiento, que en el servicio de la España, todo sargento, cabo y soldado que ha cumplido el tiempo de 25 años, disfruta una gratificación de 3 reales diarios sobre su prest.
Seria, pues, grande desgracia que unos ancianos militares encanecidos bajo el fusil, verse privados de dicha gratificación particularmente cuando la tienen segura en cualquier país de la dominación española, cuando aquí no están sino como tropas auxiliares, y que su gobierno ha dejado fondos para asegurar su subsistencia.
“Una gran parte de estos militares son casados; privarlos de la mitad de sus pagas es precipitarlos en la más espantosa miseria, aumentando así la general, cuando, por otra parte, el servicio les ocupa todo el tiempo y quita los medios de trabajar. La deserción aumentará entonces en términos que se hará necesario reformar el Batallón.
Yo no podré ser responsable de esta deserción, y me sería bien doloroso ser espectador de la destrucción de este Cuerpo, a cuya cabeza os dignasteis ponerme.
“También es de mi deber observaros, General, que la Caja de este Batallón pertenece en parte a los individuos del Cuerpo y a otros de fuera de él. Ella se compone primeramente de una cantidad que daba el Rey por atender a gastos de reclutas y otros; en segundo lugar, de un descuento que se hacía mensualmente a los oficiales, sargentos, cabos y soldados de sus sueldos para ocurrir a gastos extraordinarios; Y, por último, depósitos hechos por albaceas de los individuos difuntos del Cuerpo, sobre cuyo asunto voy a citar un ejemplo. Hace tres o cuatro años que un Capitán legó por su testamento la cantidad de mil pesos a uno de sus parientes residentes en España, y no habiendo permitido los contratiempos de la guerra el giro de dicha suma, se halla depositada en la Caja del Batallón. Sería conocer muy poco vuestros sentimientos de justicia y probidad, el conjeturar que quisieseis frustrar este heredero de un dinero que le pertenece tan legítimamente, y no obstante parece que esta caja particular debe emplearse a socorrer el Batallón.
«Los soldados, al tiempo de recibir su licencia, recibían el dinero que tenían en fondo, descontado el que se les hubiera dado para su entretenimiento. Emplear estos mismos fondos para su socorro, sería una injusticia notable de que es incapaz vuestro corazón religioso.
*Yo espero, General, que os dignéis tener consideración con los distintos asuntos que acabo de haceros presente. Son de bastante importancia para merecer toda vuestra atención; y yo no puedo menos de creer que si consultáis únicamente vuestro propio corazón, todas las angustias apoderadas del suyo, se desvanecerán.
«Responsable a mi Gobierno, he debido representaros cuanto queda expresado. Honrado por vos del mando de este Batallón, he debido también, para corresponder a vuestra confianza, participaros lo que yo creo ventajoso al bien de este mismo Batallón.
Lo que puede interesar vuestra reputación y ser capaz de mantener la buena armonía que reina entre la República Francesa y mi Gobierno.
“Mis observaciones, General, deben pareceros, por tanto, más desinteresadas y que no son sino la expresión de un hombre que no ve ni desea sino el bien público: que la licencia que os he pedido para poder ir a ver a mi madre, esposa e hijos, cuya situación ignoro después de su naufragio[3] y que me atrevo a esperar que me concederéis, me pondrá quizás en el caso de no presenciar las resultas que podrían acaecer, si, contra mi esperanza, llega a verificarse la disposición proyectada.
“Ya no me queda otra cosa, General, sino implorar vuestra indulgencia en el caso que mi carta contenga algunas expresiones demasiado fuertes. Tened la bondad de no atribuirlas sino a la persuasión en que estoy que toda verdad de cualquier modo que se diga es siempre bien acogida, cuando se dice a un hombre celoso de hacer bien al pueblo que se halla bajo de su mando, y de ser su padre, y este es precisamente el caso en que yo me hallo.
“Salud y profundo respeto.
Ramón Caro”.
«Santo Domingo 3 Prairial (13 de marzo de 1801.)”
La respuesta a esta carta, que el lector puede juzgar sobre la claridad de conceptos, libertad de expresión, dureza en el modo y hasta ironía en el intento, demás de una independencia militar como de sujeto que no vela el fermento de insubordinación del Cuerpo a que pertenece, antes lo insinúa y señala como próxima, es como sigue:
“Cuartel General del Cabo Francés, 11 Mesidor, año IX de la República francesa.
“Toussaint Louverture, General en Jefe de los Ejércitos de Santo Domingo.
“Al Ciudadano Ramón Caro, Comandante del Batallón Fijo de Santo Domingo:
“He recibido, Ciudadano Comandante, la de Vmd. del 3 del ex-presado; ella está tan llena de insubordinación, que me acredita que Vmd. no es militar; si Vmd. lo fuera verdaderamente, su conducta sería más subordinada. Su carta de Vd. no merece respuesta, y si yo se la doy, es sólo porque debo responder a un artículo de ella.
“Las disposiciones que yo he tomado con el Señor Presidente no le incumben a Vmd., pero con respecto a su Batallón, tengo a bien entrar con Vmd. en menudos detalles. Yo he reclamado del Presidente su Batallón de Vmd., como que es un Batallón criollo, de la Isla, anexo a ella y que es parte de las tropas sujetas a la República y a las Leyes y Reglamentos militares, por los cuales ellas son gobernadas, y pues que el Batallón de Vmd. es parte de las tropas de la República, ¿cómo se queja Vmd. de recibir la media paga, cuando las demás tropas no gozan la cuarta parte de lo que Vmds., reciben? Vmds., son la tropa más dichosa de todas las de la República, y si yo me hubiese hallado presente a vuestra falta de insubordinación, la hubiera castigado muy severamente.
“Salud fraternal.
Toussaint Louverture”.
(Traducción del original hecha en Maracaibo ante un tribunal militar por José Joaquín Pellón, el 8 de agosto de 1801. Da fe el escribano emigrado Martin de Mueses, y tres notarios más certifican la firma de Mueses).
En vista del “saludo fraternal” de Toussaint, Ramón Caro, que ya no las tenía todas consigo y parece que fue preparándose para la evasión en el peor de los casos, no perdió tiempo y se fugó de la Isla, como consta del siguiente capítulo de una representación que hizo en Maracaibo el 30 de agosto de 1801:
“Con motivo de haber puesto el Batallón a media paga, hizo el exponente a Toussaint el oficio que en copia se remite con el número 3, cuya contestación se acompaña con el número 4. Por ella conoció el que representa que Toussaint, usando siempre del fraude que acostumbra, sólo había tratado de engañar a los individuos del Batallón, bien asegurado de que sólo bajo el concepto erróneo de auxiliares, hubiera quedado en aquella Plaza. Este claro desengaño puso en tal consternación al exponente, que desde aquel momento no pensó ya en otra cosa que en proporcionar su más pronta evasión, que logró felizmente el día 19 del pasado, a costa de 500 pesos que expendio para flete y en allanar los pasos en su tránsito hasta entrar en la embarcación”.[4]
Parece también que Caro para lograr su fuga con menos peligros reservó para sí el contenido de la respuesta de Toussaint; su indiscreción hubiera tal vez salvado a cuantos tenían medios para comprar la evasión. Y aunque no teneros noticias de otras represalias inmediatas tomadas por el haitiano, sino que, por sentencia de la causa que se siguió a Caro, los bienes inmuebles de su mujer, fueron secuestrados, lo lógico es suponer que las deserciones fueron sucesivas, y ya consta que en los mismos días de enero y febrero de 1802, estando Toussaint en Santo Domingo, hizo su evasión en febrero don José de Labastida, sargento del Fijo, y se fue a Maracaibo a reunirse con su padre, emigrado como funcionario público.
Tenemos, pues, diversos antecedentes, algunos de gravísima entidad, para apreciar las causas que motivaron que Toussaint se llevase a los individuos del Fijo en la forma que relata García, con fin premeditado de aniquilarlos en Port-au-Prince; pero como no pudo llegar a aquella ciudad, dio orden para que, llegados a lugar donde ninguno pudiese escapar, perecieran todos por el plomo.
[1] El pasaporte decía así: «Don Joaquín García y Moreno, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos, Gobernador y Capitán General de la Isla Española, Superintendente de Real Hacienda en dicha Isla, Subdelegado de la Superintendencia General de Correos, etc. etc. Concede pasaporte al ciudadano General
de Brigada Chanlatte, Comisario por el Gobierno Francés en esta parte española, para que en el actual y efectivo caso de invasión por la banda numerosa armada de Toussaint Louverture, que se acerca a esta Capital, pueda ponerse a salvo con el ciudadano General Kerversau, su familia, y demás dependientes de la Comisión y Tribunal dependiente de ella, como se expresa al reverso, tomando cualquier buque y con destino al Puerto más abordable. Y para que no se le ponga impedimento a su embarque, doy éste en Santo Domingo a 13 de enero de 1801. (f.) Joaquín García». (Hay un escudo de armas). Y al reverso está la nómina de los sujetos para quienes valía este pasaporte.
[2] El Capitán General don Joaquín García, su señora doña Jacinta Cadrecha, su hija doña María del Carmen, el secretario de la Presidencia don Nicolás Toledo, y seis criados, en total diez personas, se embarcaron en el pailebot danés »La Elisa» y llegaron a Maracaibo el 22 de febrero de 1801.
[3] Alude Caro a la goleta «La Flor, que naufragó la noche del 18 de enero de 1801, en la playa de Cardoncito, costas de la península de Paraguaná, Venezuela. Es el mismo naufragio que tocó en mala suerte al Dr. José Francisco Heredia y Mieses, padre del poeta cubano José María Heredia.
[4] Todos los documentos citados están en la sección «Capitanía General». Archivo Nacional de Caracas, sección que se está catalogando en la actualidad.
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